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En las últimas semanas ha habido en Colombia un gran revuelo por la amenaza que la minería de oro a cielo abierto representa para la palma de cera, nuestro árbol nacional. La atención del país se ha volcado sobre el departamento del Quindío, y en particular sobre Salento y su hermoso valle de Cocora, uno de los destinos turísticos más importantes del país.
Es verdad que el valle de Cocora es el lugar más famoso y más visitado de los que albergan la palma de cera y es el lugar donde están las palmas más altas del mundo. Además, el nombre palma de cera del Quindío y su correspondiente nombre científico, Ceroxylon quindiuense, hacen alusión a ese departamento. Sin embargo, no es en el Quindío donde están los más importantes palmares de esta especie extraordinaria. Al otro lado de las montañas de Cocora, y solo diez kilómetros al sur, en el departamento del Tolima, se encuentra la cuenca del río Tochecito, un sobrecogedor paisaje de cuchillas y hondonadas recubiertas por millares y millares de palmas de cera que durante más de dos siglos han dejado deslumbrados a quienes han tenido el privilegio de conocerlas. (Ver imagen).
A través de estos palmares maravillosos, en los que millones de palmas de cera sobresalían por encima del bosque de niebla, serpenteaba el célebre Camino del Quindío, la trocha que por más de 300 años comunicó a Ibagué con Cartago, en la ruta de Santa Fe de Bogotá a Quito. Aunque había una ruta más corta, que seguía el valle del Magdalena y cruzaba la cordillera por Timaná y Popayán, se trataba de un camino peligroso, debido a los constantes ataques de los pijaos, paeces y yanaconas. Por esa razón, los viajeros civiles tomaban el largo y penoso Camino del Quindío, que en el siglo XIX pasó a llamarse Camino Nacional.
Fue en esta difícil trocha, convertida por siglos de uso en un zanjón pantanoso, donde las gigantescas palmas de cera causaron la admiración del naturalista alemán Alexander von Humboldt en 1801. Más tarde habrían de asombrar también a otros naturalistas, como Jean-Baptiste Boussingault (1826), Isaac Holton (1850) y Edouard André (1876). Fue también este el camino que recorrió Simón Bolívar a comienzos de enero de 1830, de regreso de su última campaña en Ecuador y Perú. Durante tres siglos, transitaron por este camino y a través de estos espectaculares palmares muchos forjadores de la historia de Colombia.
Sin embargo, durante los últimos 60 años, estas montañas y sus magníficos palmares permanecieron desconocidos para todos los colombianos, pues el área, controlada hasta hace pocos años por las Farc, era prácticamente inaccesible. Y aunque solo sobreviven ahora unas 900 hectáreas de los bosques que cubrieron la zona, los fragmentos que quedan albergan todavía la mayor cantidad de palmas de cera que hay en el mundo: hay aquí alrededor de 600.000 palmas adultas, una cifra 600 veces mayor que el total de palmeras que hay en los potreros de Cocora. Pero no solo es la cantidad: a diferencia de los palmares de Cocora, que sobreviven en potreros sin dejar descendencia, gran parte de las palmas de cera de Tochecito se encuentran en fragmentos de bosque de hasta 40 hectáreas, en los que hay un promedio de 590 palmas adultas por hectárea, y miles de descendientes de todas las edades. Todas las palmas de cera que hay en el valle de Cocora cabrían en el más pequeño de los parches de bosque de Tochecito.
La preservación de las 4.500 hectáreas de palmares que hay en esta región, mediante la creación de un santuario nacional de la palma de cera, ofrece una oportunidad única de conservar al mismo tiempo nuestro patrimonio natural y nuestro patrimonio histórico. La creación de un área protegida en la región de Tochecito deberá estar acompañada de la restauración del legendario Camino Nacional, para lo cual ya ha ofrecido su concurso el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (Icanh). El establecimiento de posadas a lo largo del sendero, combinado con la instalación de numerosos paneles interpretativos de su significado histórico y natural, convertirían este camino en una ruta de peregrinación de interés mundial, que podría alcanzar el renombre que tienen otras rutas similares, como el Camino de Santiago, en España.
Y para hacer realidad este santuario no se necesita ningún procedimiento extraño ni ninguna legislación nueva. La Ley 61 de 1985, mediante la cual se adopta la palma de cera como árbol nacional de Colombia, dice en su artículo segundo: “Facúltase al Gobierno Nacional para que, con estricta sujeción a los planes y programas de desarrollo, realice las operaciones presupuestales correspondientes, contrate los empréstitos y celebre los contratos necesarios, con el fin de adquirir terrenos que no sean baldíos de la Nación, en la cordillera Central, para constituir uno o varios parques nacionales o santuarios de flora, a fin de proteger el símbolo patrio y mantenerlo en su hábitat natural”. El propio Ministerio de Ambiente ya avaló la creación de una reserva en esta zona, como quedó consignado en el Plan de conservación, manejo y uso sostenible de la palma de cera del Quindío, una hoja de ruta producida por las autoridades mundiales en el tema, que dicho ministerio publicó en 2015.
Pero toda esta maravilla tiene un problema: a solo cinco kilómetros del santuario propuesto, la empresa sudafricana AngloGold Ashanti planea establecer la mina de oro a cielo abierto La Colosa, una de las mayores del mundo, que convertiría los terrenos vecinos al santuario en un desierto y generaría 100 millones de toneladas de escombros y un peligroso dique de residuos tóxicos, más grande que el que colapsó en Brasil en noviembre de 2015. Pero, a pesar de las protestas a todos los niveles, los planes para establecer la mina siguen adelante. Ya uno de los más férreos opositores al proyecto, el líder de Cajamarca César García, fue asesinado en noviembre de 2013. Y aunque hasta ahora no se han establecido los culpables del crimen, quienquiera que se ocupe del asunto de la mina teme por su vida. El reciente nombramiento como ministro de Ambiente de un experto en minería a cielo abierto con vínculos pasados con la AngloGold parece sugerir que el asunto de La Colosa va en serio.
El presidente Santos tiene aquí una gran oportunidad: puede pasar a la historia como el gobernante visionario que rescató para las futuras generaciones esta maravilla de la naturaleza y este patrimonio de nuestra historia, o como el presidente nefasto que confinó las palmas de cera a un billete, mientras permitía que una multinacional transformara las montañas circundantes en un paisaje lunar.
* Exprofesor de la U. Nacional. Autoridad mundial en palmas.