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Con pragmatismo y visión, se han recuperado las relaciones con Venezuela y con Ecuador; con Estados Unidos se está buscando, con acierto, profundizar y diversificar la agenda, por muchos años centrada en el narcotráfico, y frente al resto del mundo, se busca asumir el liderazgo regional al tiempo que se planea reabrir representaciones diplomáticas en varias regiones del mundo, hasta ahora abandonadas.
La idea subyacente en todo el movimiento diplomático, donde tanto el presidente Santos como la canciller María Ángela Holguín han jugado con habilidad y solvencia, parece ser la de tener una política exterior diversificada e innovadora que permita al país moverse en los escenarios internacionales con autonomía, de manera que se preserve y maximice el interés nacional. En este contexto, el anuncio de que Colombia se abstendría de asistir a la ceremonia en la que Liu Xiaobo será honrado hoy (en ausencia, por encontrarse preso) con el Premio Nobel de Paz, cayó como un baldado de agua fría.
Ayer, la canciller Holguín minimizó el asunto y aseguró que en ningún momento se trató de una decisión consciente para ceder a la presión del gobierno de Pekín en aras de preservar un aparente interés comercial. Con todo, así haya sido un mero desliz diplomático, resulta inexplicable que no se hubieran medido las consecuencias de sumarse al grupo de países que no asistirán a la ceremonia.
El gobierno chino no ha sido tímido ni sutil al manifestar su oposición al reconocimiento que el Instituto Noruego del Nobel ha hecho a este activista de derechos humanos, quien desde su cátedra de filosofía en la Universidad de Pekín fue uno de los inspiradores del movimiento que llevó a los hechos de la Plaza de Tiananmen, hace más de 20 años. La descalificación que el vocero de la Cancillería china ha hecho de los miembros del Comité del Nobel se suma a las advertencias directas hechas a muchos países para que no reconozcan al premiado ni acepten la invitación a la ceremonia en Oslo. En medio de estas presiones, propias de la alta política internacional, era previsible el efecto que tendría abstenerse de hacer presencia en el acto.
Por un lado, porque la lista minoritaria de los que no asistirán está conformada por países con muy pobres antecedentes en temas de derechos humanos y democracia, como Arabia Saudita, Irán, Sudán y Rusia, entre otros, más Cuba y Venezuela en el vecindario inmediato. No hay que elaborar mucho para entender que no se trata de una lista prestigiosa y que estar incluido en ella puede afectar las relaciones con aliados tradicionales y nuevos. No sobra recordar que, como miembro no permanente del Consejo de Seguridad, Colombia tiene además responsabilidad como representante de América Latina y el Caribe. Muchos de los países que apoyaron abrumadoramente la aspiración colombiana, estarán cuando menos confundidos.
Pero, además, se ha afectado la credibilidad del país en el tema de derechos humanos, un asunto central en la política interna e internacional del gobierno Santos. ¿Cómo convencer sobre una política de protección de los defensores de derechos humanos y de total transparencia en ese campo, con un implícito endoso a la política represiva que el régimen chino ha mantenido frente a cualquier forma de disidencia interna?
La Canciller dejó entrever también ayer que algún delegado diplomático colombiano estará finalmente hoy en la ceremonia. Ojalá se logre de esa manera enderezar el entuerto que esta falta de previsión ha provocado. Porque convencer de que todo fue un desliz insignificante puede funcionar con la audiencia local, pero frente al resto del mundo la tarea va a ser mucho más difícil.