Sobre los subsidios para quienes no los necesitan

EL ESCANDALOSO REPARTO DE SUBsidios del programa gubernamental Agro Ingreso Seguro a modelos, reinas y numerosos miembros de unas mismas familias, riquísimas por cierto, denunciado por la revista Cambio, y las ideas económicas con que los responsables han intentado dar un parte de normalidad son semejantes a las de las lánguidas damas de las cortes francesas del siglo XVIII, quienes pensaban que hacer fiestas en los castillos reales era bueno para el pueblo porque les daba trabajo a modistas, peinadoras, pasteleros, decoradores y ejércitos de meseros y cocheros.

El Espectador
30 de septiembre de 2009 - 11:00 p. m.

De la misma manera, se nos quiere ahora convencer de que a punta de acumular regalos a los más ricos, algunas migajas caerán finalmente de sus mesas opulentas sobre los más pobres. Ni los más insensibles militantes de la revolución de Reagan pudieron articular unos principios más cínicos e insensibles con un país, la mitad de cuya población está sumida en la pobreza o la indigencia.

Este exótico pensamiento no sería peligroso si no se inscribiera dentro de una arraigada concepción de gobierno. Las odiosas exenciones tributarias, los regalos de las zonas francas y ciertos contratos de obras públicas parecen animados de la misma proclividad de darle más a quien más tiene, de hacer más ricos a los ricos, de tratar de impulsar el crecimiento por medio de la satisfacción de las apetencias monetarias de ciertas minorías pudientes.

Pero lo peor es que esa obsesiva propensión para favorecer a los ricos no se queda ahí. El círculo se cierra con el hecho de que son estos opulentos receptores de los regalos del Estado los mismos financiadores de las periódicas campañas de la reelección. El Estado colombiano, convertido en una maquinaria corporativista, invade la órbita de un sector privado protegido por sus canonjías, y éste, a su vez, se convierte en un instrumento de reproducción del poder, lo que le permite seguir gozando de sus beneficios.

No debe sorprender a nadie que una política como la descrita esté agudizando las grandes diferencias entre los ricos y los pobres. El aumento del índice Gini, que mide la desigualdad en la distribución del ingreso, a una cifra de 0,59 (uno es el máximo) muestra que Colombia, gracias a estas orientaciones, tiene hoy una de las tres peores distribuciones del mundo. Y la situación, como vamos, no tiene sino una dirección: la de empeorar.

Este escandaloso ambiente ha sido posible por la hábil y permanente convocatoria a mantener el respaldo a un gobierno que prometió y ciertamente mejoró la seguridad de los colombianos. A cambio de dicha seguridad, un país atemorizado y anestesiado está presenciando, mudo y conforme, cómo se está socavando, por medio de transferencias a los más ricos, los soportes éticos de una sociedad que debería buscar unas bases más justas, equitativas y solidarias.

Es paradójico que ahora cuando está expirando una guerrilla que planteó, en un comienzo, la lucha armada contra una oligarquía excluyente, se presente un gobierno que favorece desembozadamente a los más ricos. El combate a esta orientación de la vida colombiana deberá hacerse, de frente, en forma pacífica, por medio de los mecanismos democráticos que aún quedan, sin perder de vista la necesidad de mantener la seguridad de todos. No en vano alguien dijo que en Colombia, en lugar de intentar una revolución socialista, deben buscarse apenas los objetivos de la revolución francesa, la misma que sacó de circulación a las lánguidas damas que hoy imitan nuestras autoridades agrícolas y un precandidato conservador.

Por El Espectador

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