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Estoconazo perfecto

La cara de la Feria de Cali es la salsa por todas partes.

Lego
30 de diciembre de 2009 - 02:33 a. m.
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En las calles, en los restaurantes, en los bares, en el aeropuerto, hasta en los hospitales, adonde llegan cientos de heridos en riñas debidas —dice El País— al exceso de alcohol. Paradójico, la Industria Licorera del Valle es la patrocinadora de la rumba. Pero la salsa se está convirtiendo en espectáculo de gimnasia o bailarines profesionales que hacen malabares y dan saltos que la gente del común no puede hacer. Si se quiere, está siendo elitizada, así como también las corridas de toros, que eran un espectáculo popular. La prueba: mientras en Cañaveralejo poco pueblo se ve —inclusive en las graderías menos caras—, en la Autopista, el corazón de la feria, la gente toma asiento desde las nueve de la mañana para ver un desfile a las tres de la tarde. La defensa de las corridas es su naturaleza popular, cada día más débil debido al alto costo. Toreros, ganaderos, empresarios deberían pensar en rebajar sus rentas para fortalecer su defensa.

Las corridas comienzan a las cuatro cuando la tarde comienza a refrescarse, lo que es bueno para el público pero no para los toreros porque también llega el viento que tanto los incomoda. La corrida del 28 fue tarde de toreros y no de toros. No siempre estos dos componentes se conjugan por lo alto. El otro de la trinidad, el público, asistió y lo hizo con esa pasión que inspira a los matadores. Por eso, Julián López, El Juli, ha dicho a su regreso a Cali: “quiero volver a sentir a la afición”. Luego de siete años de ausencia, regresó como un Maestro. Y volvió a salir por la puerta grande. La terna la completaron Diego González, caleño, con 15 años de alternativa  y Miguel Ángel Perera, extremeño, con cuatro.

Después de los himnos, abrió plaza en una yegua de paso fino, Catherine Daza, ex reina de belleza. Partió nerviosa al ruedo, lo que la hizo más cercana y bella. Luego vinieron los colores: de grana y oro González, de azul marino, el Juli, y de verde botella, Perera. El ganado prometía, siendo del hierro de Ernesto González Caicedo, de encaste Santa Coloma, con promedio  superior a los 450 kilos. Salvo el quinto —burriciego y sonsote, sin un pase—, sus hermanos de camada partieron plaza y sostuvieron por corto tiempo la ilusión, que se desplomó después de los recibos de rigor con la capa. Ninguno dio juego en los caballos. Eran toros flojos que no resistían un toque a derecho. Solo al sexto se le puso una vara; a los demás, la pica apenas les rompió el cuero. Y ni así pudieron los matadores superar el papel de enfermeros.

Diego González es un torero serio y sobrio. Lidió a Regalado de 548 kilos, el más pesado del encierro. Recibió con lances de verónica que dispusieron al respetable para gozarse una tanda de derechazos airosos, colocándose donde es y sacando el toro en redondo con la mano a media altura para que el dulce de Don Ernesto llegara al estoque. El que no llegó con la espada fue González, que perdió la oreja al pinchar y dejar una estocada caída. A González se le acabó el plazo para aprender a matar. Su cuarto toro,  con el que quería sacarse el clavo, fue un desastre. No dio ni para tironcillos. El publico comprendió que lo matara sin bregar siquiera.

A Perera le correspondieron el tercero, negro, engatillado de cuernos, y el último, 484 kilos, buen mozo y rápido, pero se fue de más a menos.  En su primero recibió con delantales de pies clavados y verónicas de buena factura. Es un torero alto de esos que, como Joselín de Ubrique, miran al toro de lo alto, y no como Cesar Rincón que va de igual a igual. Es garboso y fino, logró con la muleta tres cambiados de frente y por detrás, citando desde el centro a un Calentado de 460 kilos que estaba aquerenciado en tablas. ¡Soberbio! Luego, parsimonioso, con una derecha mandona facturó redondos. Y sacó largos de un brazo largo, interminable. Al natural templó, metió la pierna contraria y sacó los olés. Mató con una caída trasera que la Presidencia anotó para negarle la oreja que la afición pedía. En su segundo, con el que quiso reducir la ventaja que había marcado el Juli, fue poco lo que pudo hacer. Toreó a toro quedado, con ganas pero sin ritmo. A nadie le importó la muerte de ese sexto ya con luz de bombillas.

El Juli recibió a Pascual de 448 kilos después de rematar en el burladero de matadores con cuatro delantales y una media. Aplauso. Picado casi sin querer, probó el toro  en el centro con un par de chicuelinas altaneras. Brindó al público. Derechazos perfectos. Naturales perfectos. Remató por lo bajo dejando clavados sus ojos en el camino del toro, sin voltear a mirar siquiera donde había quedado. Seguridad absoluta sobre lo que hizo y un cierto gesto de desprecio sobre su noble enemigo. La estocada un tanto desprendida impidió que la presidencia obedeciera la petición blanca y solo otorgara una sola oreja.

El par fue ganado a justicia en su segundo, cuarto de la tarde, Droguista de 494 kilos, cárdeno y meano. Se repitió rápido en verónicas perfectas, que remató con una media. Se fue sin pica. O mejor, con otra media. Santamaría puso, desde el balcón, bien martilladas, las únicas banderillas dignas de la tarde. De rodillas, con la muleta, El Juli, puso a volar la plaza. Tres pases, recortando distancias. Ponerse en el sitio cuando se hace de pie es arriesgado, de rodillas una provocación suicida: el pecho del torero queda en la trayectoria de los pitones y el hombre lo hizo tanto por el derecho como por el izquierdo para no dejar dudas. Sumó a la cuenta derechazos y circulares y volvió a mirar en el remate a la arena. Al natural, cargó la suerte, templó e hizo con el instinto del torito lo que le dio la gana.

Torea para su gusto, ignora a la galería; se complace en sus  suertes que son muchas y perfectas. Música, pasodoble El Juli, en su honor, y el ta-ta-tata; ta-ta-tata de un publico rendido. Y agradecido porque el aficionado lo que busca es que el torero le toque el sentimiento. Iguala sin dificultad a Droguista, trata de acomodar una banderilla rebelde que le tapa el sitio para la estocada. Insiste y al final, lo deja así. Se perfila, adelanta la mandíbula, y se manda, hace la cruz y deja la espada donde Dios manda. Estoconazo perfecto. El torito pasó al otro mundo sin saber que pasó. Sumando los perfectos, la cuenta da un perfecto absoluto.¡ Es difícil escribir sobre una faena tan perfecta! Si se descubriera defecto, uno se agarraría de él como naufrago a una tabla. El cielo tiene que ser aburrido, entre otras cosas porque no debe oírse la salsa.

Por Lego

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