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En las últimas dos semanas ha habido siete bloqueos a Transmilenio, unos por mal servicio, demoras y congestión, otros incentivados por la necesidad de una tarifa diferencial para estudiantes. Hay quienes piensan que Transmilenio se saturó, que “está llegando al límite de su capacidad para transportar pasajeros”, según lo dicho por el propio alcalde Samuel Moreno. También se discute si el sistema de transporte masivo es víctima de su propio éxito y de la entrada en vigor de un nuevo Pico y Placa. Y están las críticas, muchas acertadas, frente a la inacción de las autoridades y el debilitamiento de un servicio que en otras épocas era referente de calidad.
Lo cierto es que Transmilenio atraviesa un mal momento. Largas filas en los portales, congestión en las estaciones, silenciosos atracos y muy pocos gestos de cultura ciudadana no son simples indicadores de percepción. El sistema, en efecto, está desbordado. De los 1’400.000 pasajeros que movilizaba a diario, pasó a 1’610.000. El Pico y Placa todo el día con seguridad tuvo alguna injerencia que la administración ha debido considerar antes de proclamar la saturación del sistema. Pero también la tienen las obras, que no avanzan y que, en el caso de la Fase III, impiden que Transmilenio expanda su capacidad de oferta frente al incremento de la demanda de los usuarios. Hoy por hoy, la Caracas recibe una presión excesiva de parte de la ciudadanía y preocupa el futuro de la emblemática carrera séptima.
Frente a las tarifas diferenciales para estudiantes y otros sectores de la ciudad, el debate no parece haber trascendido al tema de mayor importancia: el dinero requerido para no afectar la sostenibilidad financiera del sistema. Es más, los alimentadores constituyen un subsidio, pues no toda la ciudadanía hace uso de los mismos. De ahí que una opción esté en llevar la discusión al Sistema Integrado de Transporte Público (SITP), con el que la administración ha anunciado que revolucionará la movilización en la ciudad. En el decreto que da lugar al SITP ya hay, de hecho, un parágrafo con consideraciones sobre “tarifas para poblaciones específicas”. De manera que las críticas contra Transmilenio por la inexistencia de una tarifa diferencial para estudiantes podrían enfocarse a presionar al Distrito para que asuma la responsabilidad en la lentitud con que avanza el proceso de implementación del SITP.
Como es bien sabido, el futuro de la movilidad de Bogotá quedó atrapado entre la disyuntiva de si debía expandirse Transmilenio o si, por el contrario, era hora de pensar en construir un metro. Evidentemente ganó la segunda en las urnas. Desde entonces, los defensores del Transmilenio no pierden oportunidad para recordarnos que este camino es el equivocado, que el metro será más costoso y transportará igual o menor número de personas. Y el alcalde Moreno, desde la otra esquina, protege su proyecto estrella, al tiempo que le lanza dardos a Transmilenio a partir de opiniones más políticas que técnicas.
Los usuarios, es obvio, son los únicos afectados. El transporte público en la ciudad, más allá del debate político, que es necesario, requiere más soluciones y menos discursos. Entre tanto, Transmilenio ya no es ese espacio de cordialidad y buenas maneras que se diferenciaba de otros transportes públicos. Y no hay avances definitivos en materia de metro o SITP.