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Recuerdo que un día hace ya muchos años, en alguno de tantos momentos en que El Espectador ha estado frente a un abismo y la incertidumbre llevaba incluso a pensar en que pudiera desaparecer, un viejo sabio cercano a esta casa, don Jorge Ferro Mancera, se quedó mirándonos a los jóvenes que especulábamos con el futuro incierto y sentenció: “El Espectador nunca se va a acabar, porque es necesario para Colombia”. Nunca sabremos si esas palabras fueron más para consolar nuestras angustias que para expresar una íntima convicción, pero hoy cuando El Espectador llega a sus 135 años de existencia, lejos por un tiempo al menos de esos abismos que a menudo lo visitan, suenan más a lo segundo que a lo primero.
Es imposible asegurar que quienes han tratado tantas veces de silenciar esta voz libre -bajo la censura oficial, la tenaza económica, la violencia criminal o la mentira flagrante para intentar minar su credibilidad- no lo puedan conseguir algún día, casos se han visto. Pero lo que sí está fuera de cualquier duda es lo necesaria que es la existencia misma de El Espectador para Colombia, y acaso para el mundo. De eso somos conscientes todos los que formamos parte de esta casa y trabajamos cada día en función de estar a la altura de esa responsabilidad.
Por eso no es gratuito que esta celebración de los primeros 135 años de ese bien común que para los colombianos es este periódico lo hayamos querido enfocar desde el equipo periodístico en el mejor estar de nuestro planeta y sus habitantes. Porque nuestro periodismo siempre, incluso cuando tiene que exponer los peores actos de la raza humana, ha trabajado y sigue trabajando por construir un mejor país y un mejor planeta, donde los seres humanos podamos vivir con dignidad y en ejercicio de derechos plenos.
Llega El Espectador a estos 135 años en la fase decreciente de una pandemia que puso a prueba a la raza humana y de la cual probablemente no salgamos igual. Difícil saber si para bien o para mal. Pero también llega este cumpleaños en un escenario de discusión pública dominado por los odios y la descalificación, el juicio rápido, la censura, la sospecha e incluso la cancelación de lo humano en la aspiración de una perfección solo posible en el metaverso que ahora se nos invita a vivir. Vivir no, corrijo, experimentar.
Un escenario complejo para el periodismo, sin duda, para su función en una sociedad, en el que resulta fácil y hasta tentador irse por ese mismo camino y ser premiado con las monedas de cambio de estos tiempos, que no son ya el prestigio bien labrado, sino más la popularidad veloz, ni la complejidad conceptual, sino más los dedos señalando hacia arriba, ni la reflexión sobre hechos, sino más bien el “clic” fácil que trae la gritería y el sensacionalismo. Ese es un camino posible, y quizás exitoso para muchos, pero El Espectador ha sido necesario estos 135 años, también entre muchas otras razones, por haber sabido ir en contravía en momentos importantes.
Los recuerdos se avivan en celebraciones centenarias como esta y vienen a la memoria, junto con las más heroicas y conocidas, también otro tipo de “contravías” que han forjado la personalidad de nuestro periodismo. Como mantener siempre visible y activa la cultura, la ciencia -sí, recuerdo que por allá en los años 90 del siglo pasado este periódico se lanzó a tener una sección semanal de 8 páginas de ciencia-, el medio ambiente -también por esas épocas, incluso antes, leí por primera vez en este periódico sobre el Chiribiteque y su importancia, cuando no estaba de moda sobrevolarlo en avioneta con selfie incluida- o la igualdad de géneros, de razas, social o económica.
Es del carácter de nuestro periodismo, también y entonces, proponer esta “contravía” de montar una celebración festiva sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). El periodismo, el buen periodismo, no puede perder nunca el foco en lo que es realmente importante, y la mejor vida de este planeta y de quienes lo habitamos pasa por las respuestas y las acciones que se aglutinan alrededor de los ODS. Reflexiones, experiencias de vida, ideas y propuestas audaces se podrán leer en esta edición especial como un regalo y a la vez un compromiso de lo que nos mueve para seguir siendo necesarios en este mundo. Tanto El Espectador como el periodismo en el que creemos y que ustedes han sabido valorar.
Este texto hace parte del gran especial de aniversario de los 135 años de El Espectador, que analiza cómo podemos tener un futuro más sostenible. Encuentre aquí el especial completo.