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El hombre detrás de la plata

Su nombre es Jorge Ramírez, ortopedista que salvó al pesista de un retiro prematuro en 2008, cuando contrajo una hernia discal.

Jorge Ramírez / Especial para El Espectador /
02 de agosto de 2012 - 09:55 p. m.
Óscar Figueroa, mientras competía en los Olímpicos de Pekín, en 2008. En esas justas contrajo la hernia discal.  / Archivo
Óscar Figueroa, mientras competía en los Olímpicos de Pekín, en 2008. En esas justas contrajo la hernia discal. / Archivo
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Óscar Albeiro Figueroa Mosquera llegó a mi consultorio en el norte de Bogotá el 16 de enero de 2009. Hacía meses él no había podido alcanzar la medalla olímpica en 2008 que todos le pronosticaban antes de partir. Además de la decepción, en Pekín contrajo una hernia discal que en Cali ningún colega se arriesgó a operarla, porque el procedimiento tradicional —sacar el disco y colocar una caja y una platina— lo sentenciaría, sin duda, al retiro prematuro de la alta competencia en el levantamiento de pesas. Y la cirugía de mínima invasión de columna que yo realizo y de la que soy pionero hace 19 años en Latinoamérica, era la indicada para Óscar.

Él estuvo buscando médicos en Cali que curaran ese dolor insoportable en su columna. Pero allí todos le ofrecieron operarlo de manera tradicional y, repito, eso habría acabado con sus ilusiones como deportista. De haberse arriesgado con cirujanos allá, no estaríamos celebrando la medalla de plata que consiguió con tanto esmero el martes en 62 kilogramos. Por fortuna, un amigo y colega, el doctor Luis Felipe Vigliota, me llamó desde Cali, me actualizó en el caso y le dije que lo enviara de inmediato, que yo le prometía que en 20 días estaría tan bien como antes de competir en los olímpicos de 2008. Óscar viajó, con unos documentos y la resonancia debajo del brazo.

En la consulta de ese día, el 16 de enero de 2009, me confesó como quien pide auxilio: “Doctor, yo quiero ser campeón olímpico”. Maestro, siga estudiando de todas formas en caso de que no pueda lograrlo, pero confíe en que después de esta operación estará perfecto. Le respondí. Y pensar que hacía seis meses se le había escapado la medalla, que no salió con nada en Pekín 2008, de donde vino destrozado con un severísimo dolor en el brazo derecho hasta los dedos de la misma mano que evitó un triunfo. Un lugar en el podio que en su lugar obtendría Diego Salazar para fortuna nuestra y suerte adversa para él.

Le hablé sobre otros casos, algunos de los 4.000 que se han sometido a mi procedimiento, para proponerle que aceptara mi propuesta. Por mis manos pasaron sobrinos y nietos de expresidentes, registradores nacionales, congresistas, deportistas como el tenista Mauricio Hadad y Edwin Guevara, campeón mundial de patinaje artístico. A los dos últimos los operé de hernias lumbares y después siguieron practicando sus disciplinas como si nada hubiera pasado.

No alcanzó a faltarme el aire mientras enumeraba mis pacientes cuando Óscar aceptó, él quería seguir compitiendo. Acaso la vida le había quedado debiendo algo desde Pekín como para rendirse y no cobrar. Entonces preparé a mis dos ayudantes y le dije al “deportista/pesista y estudiante” —como leo ahora que escribí en la historia clínica— que se presentara el 17 de febrero del mismo año. Fueron 20 minutos de anestesia local y extracción de dos centímetros de disco (discectomía cervical endoscópica con radiofrecuencia, llamo yo al método). Eso fue todo. “Cirugía sin complicaciones”, escribí en el historial que he desempolvado de mi archivo para esta entrevista con El Espectador.

Me llamó a los pocos días a agradecerme y notificarme que ya se encontraba levantando pesas de nuevo. Con cuidado, le advertí. No hay problema, doctor, me replicó, y nunca más lo volví a ver. Hasta el martes por televisión en la prueba de 62 kilogramos. Colombia hizo fuerza por él y él hizo fuerza por Colombia. Se le notaron esas ganas de reivindicarse, como las que yo le noté cuando asistió a mi consultorio.

Con razón me emocioné con su triunfo y llamé a mi hermano José Luis. Él, hace 20 años, me preguntó cómo me había ido aprendiendo en San Diego, Estados Unidos, esa nueva técnica de la que tanto hablaba. La había practicado con ovejas y cerdos muertos y con cadáveres humanos. “Esto va a cambiar la historia del manejo de columna”, le respondí, con una Heineken en la mano, convencido de las virtudes del nuevo vestigio. Lo volví a llamar el martes, a mi hermano, y le dije que se acordara que yo había operado al pesista que acababa de ganar la medalla olímpica de plata número cinco en la historia de Colombia. Todo un orgullo.

Sé que de no ser por ese procedimiento que le practiqué en 2009 en la Clínica Reina Sofía —en el norte de la capital—, Óscar no hubiera podido ganar la presea. Me imagino que el organismo deportivo que auspició la operación en ese entonces pudo pensar que se trataba de algo costoso. Tal vez era un riesgo sin consecuencias. Pero los cinco millones que al final me cancelaron en un cheque, produjeron plata. ¡Buena inversión!

Por Jorge Ramírez / Especial para El Espectador /

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