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¿Es Mauricio Molina el mejor jugador en la historia de Independiente Medellín? Para muchos hinchas de las últimas generaciones, la repuesta a esa pregunta es afirmativa y fácil de argumentar. No es para menos. Después del título del Poderoso en 2002, que llegó gracias a un gol suyo en Pasto y significó el fin de una sequía de 45 años sin triunfos, el nombre del mediocampista de 35 años se lleva el primer lugar en el corazón de la hinchada roja, que hace lo que sea por estar cerca de su ídolo.
Así ocurrió en 2003 durante una concentración del equipo para la Copa Libertadores, cuando un invidente viajó desde Nueva York con la ilusión de tener cerca al responsable de la mayor alegría de su vida. Cuando estuvieron frente a frente, emocionado y con varias lágrimas rodando, el hincha le hizo una confesión que lo dejó marcado. “Me dijo que nunca en la vida me había podido ver y que obviamente ese partido tampoco, pero que con total seguridad me juraba que ese día sintió que pudo ver el gol en su mente”. Allí, Mao comprendió la magnitud de su hazaña.
Por eso, después de una década, decidió volver a casa, al Medellín. Y, aunque la dirigencia no estaba tan convencida de su retorno, sigue respondiendo con golazos, trabaja con la misma humildad que mostraba cuando debutó y no tiene ningún problema en conceder todas las fotos y los autógrafos que le pidan, así su pequeña hija Mares se enoje un poco. Un crack, dentro y fuera de las canchas.
Usted es, para muchos, el mejor futbolista en la historia de Medellín…
Me hace sentir orgulloso que mucha gente me considere uno de los mejores jugadores. La verdad, no lo siento así, porque aquí han pasado varios jugadores buenos. Humildemente creo que he aportado mi grano de arena en la historia del club y con eso me siento más que satisfecho.
¿Quién es entonces el jugador poderoso de todos los tiempos?
Es muy difícil resaltar a un solo jugador y más cuando han pasado tantos buenos en estos 102 años de historia. A mí me tocó ver y disfrutar con la Gambeta Estrada, el Pibe Valderrama, Leonel Álvarez, el mismo Giovanni Hernández, en fin, un montón de nombres que, aunque no lograron conseguir estrellas aquí, hicieron mucho por el país y fueron mejores jugadores que yo. Lo que pasa es que el hincha del DIM me quiere por ese gol de 2002 que significó el título.
Fueron 45 años de maldición, ¿cómo no lo van a querer?
Ese gol fue el que me hizo pasar a la historia del club, porque Medellín es un equipo sufrido y fueron 45 años intentando conseguir la estrella. En 2002 mucha gente vio a su equipo campeón por primera vez y por eso estoy absolutamente honrado, porque con ese título que conseguí con mis compañeros les quitamos esa presión a las nuevas generaciones.
Después de eso lograron un par de títulos más, pero ahora llevan tres finales perdidas, ¿volvió esa presión?
Sí. Después de perder las tres finales la gente está necesitada de tener otro título y esa es la presión que tenemos ahora. La hinchada de Medellín espera resultados mejores porque hay un buen plantel. Ese es nuestro objetivo y para eso vine, para disfrutar mi regreso, sentir todo el cariño de la gente y, lo más importante, para ayudar y sacar a Medellín campeón.
¿Ese cariño de la gente fue clave para que su regreso se concretara?
Fue determinante. Las negociaciones con la dirigencia estaban complicadas, pero la presión de la gente y el deseo de la hinchada de verme vestido de rojo surtieron efecto y al final los directivos tomaron la decisión de contratarme y yo estoy feliz porque lo único que quiero es aportar, con todo el amor que le tengo a esta institución.
¿Por qué los directivos no lo querían?
No sé por qué razón, ni quiero saberla tampoco. No era por la parte económica, como mucha gente pensaba, sino porque no había un interés muy real en que yo volviera. Hablé mucho con mi familia y tenía claro que Medellín no estaba en la obligación de contratarme. Ellos tenían sus planes deportivos y si yo no estaba lo entendía. Afortunadamente al final la negociación se dio y he podido responder con goles.
Sus hijos crecieron muy lejos de casa, ¿cómo ha sido para ellos el regreso?
Uno de los motivos por los que quería devolverme era por eso, para que mis hijos tuvieran la oportunidad de verme jugar en mi país antes de retirarme. Mi hijo Alejandro me vio aquí, pero era muy pequeño y no se acuerda de nada. Ahora es el más feliz con mi regreso, porque es futbolero. La que sí está un poco incómoda es la niña, tiene un temperamento fuerte y no le gusta cuando me piden fotos.
Y a usted le piden más de 50 al día…
Siempre que llega alguien dice “ay, por Dios, ¿otra foto?”, pero yo le explicó que la gente quiere al papá acá y que quieren tomarse fotos conmigo. Al final lo entiende, pero sí hay momentos que no lo soporta (risas). Igual es entendible porque es una niña, pero todos en la familia estamos felices de regresar.
Mientras usted vuelve, muchos se van para el fútbol asiático, ¿eso cierra las puertas de la selección?
A mí se me cerró la puerta de la selección antes de irme al fútbol asiático, cuando estaba en Santos y era uno de los goleadores de la Libertadores. En uno de los procesos de Pinto fueron convocados 80 jugadores y yo no estuve, entonces no creo que irse a Asia sea un motivo para ser descartado. Al contrario, ahora el fútbol está globalizado y mientras un entrenador quiera llamar a algún jugador le puede hacer seguimiento. Considero que la liga coreana y la japonesa son competitivas, la china sigue creciendo y pronto estará al mismo nivel.
¿Sigue abierta esa herida de la selección?
No es herida sino intriga, me hubiera gustado saber por qué nunca pude estar en esos procesos. En ocasiones llamaban suplentes de la Liga colombiana y yo en un gran nivel con Santos. Después fui a Asia y salí campeón, jugué Mundial de Clubes y fui goleador, en fin. Sin embargo, siempre me quedo con lo bueno y gracias a Dios tuve la oportunidad de estar en el título de la Copa América, jugué eliminatorias y Copa de Oro. Siempre estaré agradecido con la vida y el fútbol que me dieron la oportunidad de estar esta etapa en la selección.