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No hacían falta los escándalos de la última semana para que el mundo supiera que la FIFA es una organización permeada en sus más altos niveles por la corrupción. El arresto de siete ejecutivos en un hotel de Zurich por haber recibidos sobornos por más de US$100 millones, y la renuncia este miércoles del presidente, Joseph Blatter, cuatro días después de ser reelegido para un quinto mandato, sólo confirman que existe una larga sombra detrás del deporte más popular del mundo. James Breiding, en un artículo recién publicado en Foreign Affairs y llamado Hail to the Thieves, explica que, independientemente de quién sea el presidente, la estructura misma de la organización ha dado paso a la corrupción.
Blatter es considerado héroe y villano por su gestión. En 1998, cuando empezó su primer mandato, las reservas de la FIFA eran casi nulas. Desde entonces la organización empezó a crecer económicamente y, teniendo estatus como entidad libre de impuestos en Suiza, ha llegado a tener US$1.5 mil millones en reservas.
Breiding dice que las ganancias han aumentado 17 veces, a través de derechos pagados por televisión y comercialización por parte de gigantes como Coca -Cola, McDonalds y Visa, entre otros. La FIFA ha utilizado sus beneficios y ganancias de eventos de la Copa Mundial para sostener una red global de patrocinio. De los US$5.7 mil millones en los ingresos que la FIFA recaudó de la Copa del Mundo en Brasil, dispensó US$1,1 mil millones a sus 209 asociaciones miembro y confederaciones regionales de fútbol, muchos de ellos pobres y dependientes de la generosidad de la FIFA (dependencia que puede explicar el silencio por parte de dirigentes y jugadores frente a los escándalos). También mantuvo US$$1,4 mil millones para sus propios gastos de funcionamiento y una ganancia de US$338 millones.
Semejante transformación vino acompañada por varios escándalos (malversación de fondos, soborno, compra de votos, entre otros) que implicaban a Blatter. Surgieron algunos que alababan al todopoderoso del fútbol y lo clasificaban como futurista, transformador, e incluso, como recuerda Breiding, un representante de República Dominicana llegó a decir que “Blatter es Jesús”. Otros, que cada vez son más, lo tildaban como corrupto, cruel y maquiavélico. Ahora que Blatter presentó su renuncia, muchos creen que es la oportunidad para un cambio positivo en el organismo.
Pero además de las acciones de Blatter, la corrupción en la FIFA tiene sus raíces en un problema estructural. Este es el aporte del artículo de Breiding: “hay que profundizar en las causas, en lugar de los síntomas, de la corrupción de la organización. El éxito fenomenal de la FIFA (o fracaso, dependiendo de la perspectiva), tiene poco que ver con Blatter y más que ver con tres pedestales robustos que apuntalan la arquitectura de la FIFA”.
Primero, la FIFA es irremplazable. No hay otra organización con la capacidad para ejercer la gobernanza del fútbol. El monopolio del deporte más popular del planeta difícilmente escapará de las manos de este organismo. Quienes quieren aparecer con alguna relevancia en el mundo de este deporte no tienen otra opción que acercarse a la FIFA por cualquier medio, sea legal o ilegal. Al parecer, la segunda opción ha resultado muy atractiva. Además, sin una “estructura alternativa” que se plantee como más transparente en la gobernanza del fútbol, no queda más que aceptar la legitimidad de la FIFA. “Esto obliga a los gobiernos, los aficionados, directivos y jugadores a aceptar las decisiones de la FIFA, independientemente de sus méritos”, dice Breiding.
A pesar de los escándalos, parece que la FIFA solo tiene perspectivas de seguir en el negocio del fútbol, impulsada por la espectacularidad del juego y las fuerzas de la globalización. El desarrollo tecnológico ha llevado a que cada vez sean más los espectadores y, por tanto, cada vez más grande el negocio. Este es el segundo punto que plantea Breiding. Como ejemplo, Brasil, donde el Mundial de 2014 fue el evento televisado más visto en la historia. En este país, las protestas masivas contra el gobierno de Dilma Rousseff se silenciaron con el pitazo inicial, pudo más la pasión y el espectáculo que la frustración y la inconformidad. La pasión que despierta el juego –con miles de fanáticos que desde su niñez están apegados a un equipo- impide que se deje de consumir o de asistir a los partidos. Los hinchas no van a dejar de ver por televisión los partidos o ir a los estadios a apoyar a sus equipos porque la FIFA sea corrupta, esto termina perpetuando el turbio negocio que hay detrás del fútbol.
Tercero, según Breiding la propia estructura de la FIFA se presta para el mal comportamiento al interior del organismo. Si bien cada uno de los 209 miembros de la FIFA tiene un voto de igual importancia, y es mediante la votación que se toman las decisiones más importantes como quién será el anfitrión de la próxima Copa Mundo, este sistema lleva a que se cometan ilegalidades. Como los países que tienen las condiciones necesarias para ser anfitriones de un evento deportivo de esas dimensiones son un pequeño puñado dentro de los 209 miembros, los estados más pequeños que no tienen posibilidades “a menudo buscan vender su voto a quienes pretenden acoger el evento en su jurisdicción”.
También en torno al mecanismo de reelección del presidente existen problemas: el presidente debe asegurar una mayoría de dos tercios para ser reelegido. Según Breiding, en un nivel práctico, esto hace que para los presidentes (Blatter o cualquiera) sea poco atractivo castigar a las naciones por recibir sobornos por los votos, “un presidente puede necesitar sus votos con el fin de mantenerse en el poder”. Falta ver qué arrojan las investigaciones sobre Blatter, reelegido cuatro veces. Sin embargo, queda claro que los problemas no se arreglarán sólo con la llegada de un nuevo presidente y el camino hacia una reforma interna se ve demasiado largo.