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Agustín Garizábalo Almarales siempre fue el ñoño del salón, el preferido por los profesores y al que todos sus compañeros del curso le pedían ayuda para hacer las tareas. Contrario a muchos de los niños de Soledad, Atlántico, en donde nació hace 56 años, su sueño era ser escritor o periodista y no futbolista. No obstante, jugaba y lo hacía bien. En los equipos del colegio era lateral izquierdo o volante ofensivo, el problema era que no le gustaba entrenar y por eso sus técnicos no lo tenían en cuenta para muchos de los partidos. Se perfiló por la dirección técnica y tras varios años de trabajo en las selecciones del Atlántico, pasó a ser veedor del Deportivo Cali y desde esa posición ha descubierto a grandes futbolistas como Abel Aguilar, Juan Guillermo Cuadrado, Luis Fernando Muriel, Gustavo Cuéllar y William Tesillo, convocados a la selección de mayores de Colombia. Y a Rafael Santos Borré y Andrés Felipe Roa, elegidos por Carlos Piscis Restrepo para la sub-23.
Al finalizar el colegio, Agustín quiso estudiar periodismo en la Universidad Autónoma del Caribe, pero no tenía cómo pagar una carrera tan costosa, así que le tocó resignarse a hacer cursos de redacción y literatura. Justamente fue en uno de esos cursos académicos que se volvió a acercar al fútbol. Uno de sus profesores lo envió a canchas para que escribiera historias sobre este deporte: el tttrcomportamiento de los técnicos, de los jugadores, sus historias de vida, etc. “Comencé a analizar y a darme cuenta de que importaba mucho el cómo llegaban los equipos a una cancha. ¿Unidos o cada uno por su lado? ¿Bien organizaditos o despelotados? Todo eso influía en el resultado final”, asegura Agustín, quien a los 18 años decidió que su futuro estaría ligado al fútbol.
Su sueño de ser escritor lo llevó a tocar puertas en los medios impresos de la Costa Atlántica. Preguntó en el Diario del Caribe si lo podían recibir y el único puesto que le ofrecieron fue de vendedor de periódicos. Claro que le dieron la posibilidad de que enviara textos de vez en cuando para que fueran publicados. Por eso hacía con pasión la tarea de vender y los resultados fueron tan buenos que terminó siendo jefe de esa área. En ese puesto fue a muchos cursos de liderazgo, pues debía tener herramientas para motivar a su grupo de trabajo, y allí se dio cuenta de que todo ese discurso psicológico lo podía aplicar al fútbol.
“Ahora era un vendedor, pero de ideas. Les hablaba a los jugadores de cosas diferentes al fútbol y así me fui haciendo una imagen ante los demás entrenadores, que también se sorprendían con mis discursos”, recuerda Garizábalo, quien se dedicó a ser asistente técnico y compartió con legendarios del fútbol de base costeño como Toño Rada, Eduardo Carrillo o Toto Rubio. En 1997 tuvo la opción de dirigir por primera vez y fue campeón departamental, luego en 1998 fue subcampeón, tras perder en la final con la selección del Valle, que era dirigida por Eduardo Lara.
El cazatalentos
Su trabajo también era asistir a los torneos nacionales de Difutbol (fútbol aficionado) para ver talentos nuevos. Fue en uno de esos certámenes, en 1999, cuando se le acercó Álvaro Aguilar, en ese momento presidente de la Liga de Fútbol de Bogotá y padre de Abel Aguilar. “Él me hablaba de su hijo Kike, pero yo no le paraba bolas. En algún torneo en Tolima le dije que el único jugador que me interesaba de Bogotá era el número 7, sin saber que ese era el famoso Kike, quien resultó ser Abel Aguilar”, destaca Garizábalo, que luego llevó a Abel al Deportivo Cali, pues desde ese año se desempeña como veedor del equipo vallecaucano en la costa.
A Juan Guillermo Cuadrado, Agustín lo vio en un torneo Asefal en Barranquilla. “Desde niño fue mágico”, destaca. Juan Guillermo fue a la ciudad atlanticense con el Manchester de Urabá. Ahí lo referenció para que Nelson Gallego, quien se desempeñaba como director de las menores del Cali en ese momento, lo viera. “Recuerdo que él estuvo unos meses en el equipo azucarero, porque llegó con muchas desventajas físicas. Por eso, cuando Nelson se fue del Cali se lo llevó y lo siguió formando durante cuatro años en diferentes equipos hasta convertirlo en el crack que es hoy”, destaca.
A Luis Fernando Muriel lo considera como un caso especial, porque era el jugador que estaba en un entorno más complicado. Jugaba con el equipo de Santo Tomás y siempre le hacía goles al equipo que dirigía Agustín. “Quisimos tenerlo, pero Álvaro Núñez se nos adelantó y habló con sus padres para llevarlo al Júnior. Era como ver a Valenciano, un cachetón goleador”, confiesa. Sin embargo, cuatro años después, no había logrado destacarse y por eso pasó a la Escuela Barranquillera. En un torneo Asefal, Jorge Cruz, técnico de las menores de Cali, lo vio y le pidió a Agustín que le hiciera seguimiento. Unos meses después fue vinculado al Cali.
En la cancha San José, de Barranquilla, Agustín vio por primera vez a Gustavo Cuéllar, un monito y pecoso que jugaba en el Club Johan. Tenía temperamento y calidad, además era inevitable que llamara la atención, por su elegancia al jugar. Fue ese mismo día cuando Garizábalo lo invitó a Cali para participar de un Intercampus, certamen que se disputa a final del año en la sede del cuadro verdiblanco. Desde el primer juego el volante llamó la atención, se iba a quedar pero a Agustín le pareció que debía estar un año más en Barranquilla y ahí sí volver. Pero justo en ese año Cuéllar bajó su nivel, de ser figura pasó a la tribuna. “¿Qué te pasa, mono?”, le decía Agustín. Hasta que un día se acordó de su fútbol y en dos torneos fue figura, por eso Garizábalo le dio el aval para irse a formar al Deportivo Cali.
William Tesillo, por su parte, no es otro de los casos de un futbolista que vio Garizábalo y llevó al Cali. Este era un joven muy tímido y al que no le veía mucho liderazgo, algo que por lo general se tiene en cuenta en el equipo verde del Valle. No obstante, Tesillo y su familia son cercanos a Agustín y por eso fue él quien le recomendó a Hernando Ángel, dueño del Quindío, que llevara a William, un jugador que podría servirle como lateral izquierdo o central. “Allá despegó y todo su talento lo ha mostrado también en Júnior y Santa Fe”, afirma el cazatalentos costeño.
A Rafael Santos Borré no le tocó verlo mucho para llevarlo al Cali. Henry Peralta era uno de los entrenadores de la escuela Neogranadinos y desde que vio jugar a Rafael quedó impresionado. Por eso siempre le insistió a su amigo Agustín Garizábalo para que fuera a algún partido a verlo. Luego de seis meses de insistencia aceptó la invitación y con verlo tan solo 20 minutos, se convenció del talento de Rafael Santos y lo envió a probarse a la capital del Valle del Cauca, de donde nunca regresó.
Carlos, el papá de Andrés Felipe Roa, creó una escuela de fútbol en su barrio para que jugaran sus dos hijos mayores: Andrés Felipe y Juan Camilo. En uno de los partidos de ese equipo, Agustín Garizábalo estaba en la tribuna y al finalizar el partido fue hasta donde el entrenador del equipo, sin saber que era el padre de los Roa, y le dijo: “Esos dos pelaos que jugaron tan bien me interesan. Lo único que le pido es que los lleve a donde un nutricionista y un deportólogo para que les hagan un plan de alimentación. Están como flaquitos”. A los cuatro años, tras un seguimiento silencioso, Agustín volvió a acercarse a Carlos y le comentó que su hijo Andrés Felipe estaba jugando muy bien, que había ganado masa muscular y eso le estaba dando un plus. Ese mismo día por la noche Garizábalo fue hasta la casa de la familia Roa en Sabanalarga y le dijo a Andrés Felipe que si quería irse a prueba al Cali. Hoy es el 10 del cuadro verdiblanco.