Los retos energéticos de un mundo digital

Una proyección de 30.000 millones de dispositivos conectados a internet para 2022 y el creciente mercado de los centros de datos abren preguntas sobre cómo procurar capacidad en los sistemas de energía.

María Alejandra Medina C.* - París (Francia)
07 de abril de 2018 - 02:00 a. m.
Getty Images
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En cuatro años habrá unos 30.000 millones de dispositivos conectados a internet en el mundo —frente a 16.000 millones en 2017—, según cálculos de Ericsson. De esos, unos 18.000 millones estarán en el marco de la internet de las cosas (IoT, por sus siglas en inglés), el ecosistema de elementos cotidianos —como el carro, la nevera o el aire acondicionado— conectados a la red con el propósito de transmitir datos para que sean analizados y tomar mejores decisiones, casi siempre relacionadas con la eficiencia. Por ejemplo, imagine los contenedores de basura de su ciudad equipados para enviar información sobre su estado en tiempo real. La recolección podría ser más oportuna y mejor planificada.

Hoy hay una cantidad considerable de dispositivos que generan datos valiosos para la toma de ese tipo de decisiones. Sin embargo, apenas 10 % de la información es aprovechada, es decir, hay una subutilización, según Jean-Pascal Tricoire, presidente de la multinacional Schneider Electric, especializada en la gestión de energía y más recientemente en el desarrollo de aplicaciones de IoT, en gran parte para la industria y el sector corporativo en general. De hecho, casi la mitad de los ingresos de la compañía, que esta semana celebró su cumbre de innovación en París (Francia), hoy proviene de productos y soluciones para el mundo de la internet de las cosas.

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Para los ejecutivos de esa compañía se trata de una cuestión de competitividad, incluso de salud, por cosas tan sencillas como que un edificio bien ventilado reduciría las enfermedades y, por ende, las incapacidades médicas —un 35 % según cifras que presenta la multinacional—. La ventilación, en efecto, es un proceso que se puede volver “inteligente”, monitoreando la calidad del aire y tomando decisiones, muchas veces automáticas y en tiempo real, para además optimizar consumo, prevenir incidentes y, por ende, reducir costos. Para hacerse una idea de los problemas por solucionar, se calcula que 22 % de los incendios de edificios son causados por fallas eléctricas.

Pero para que el mundo siga en la dirección de la internet de las cosas y, en general, de la llamada economía digital, hay varios retos. Entre los más básicos están la falta de acceso a electricidad que hoy sufren más de 1.000 millones de personas en el mundo, la cuarta parte de aquellas que no tienen internet. En los lugares donde hay acceso los desafíos están en las capacidades técnicas de telecomunicación y almacenamiento de millones y millones de datos y de las redes de energía para soportar los sistemas. La proyección del Consejo Mundial de Energía es que el consumo global de electricidad se habrá duplicado para 2060, mientras que Schneider Electric cuenta con que, para 2030, el 20 % del consumo provendrá de las aplicaciones digitales.

La buena noticia, por un lado, es que hay una tendencia hacia la descentralización de la generación energética, algo que es particularmente importante para las zonas más marginadas en los países. Se espera que en 2030, el 30 % de la población mundial esté conectada por microrredes: sistemas inteligentes que se pueden alimentar de fuentes renovables como la eólica o la solar y que son gestionados localmente por las comunidades, sin depender de las redes nacionales de distribución eléctrica.

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Al hablar de redes o microrredes “inteligentes” se puede decir que es una relación de doble vía: la digitalización del mundo necesita de una gestión energética más eficiente para seguir avanzando y soportar realidades como el creciente mercado de data centers, que hoy consumen 3 % de la energía mundial. Pero, al tiempo, la misma gestión energética debe poner a su servicio la digitalización, incluso desarrollos como la inteligencia artificial, para automatizar, monitorear y tomar decisiones que optimicen las funciones y eviten, por ejemplo, incidentes por variaciones en los voltajes.

En la vida cotidiana, una mayor eficiencia puede estar en algo tan básico como un sensor que permite que la luz de una habitación se encienda cuando alguien entra y se apague cuando sale, pasando por sistemas más complejos que manejan automáticamente la climatización, ventilación o iluminación de un lugar a partir del número de personas presentes. En los edificios, según Schneider Electric, hay un potencial de ahorro energético cercano al 44 %, frente a 32 % del sector aeronáutico o 21 % de la industria y manufactura.

Para Marcos Matías, responsable de la zona andina de Schneider Electric, que se maneja desde Colombia —en donde la multinacional está desde hace 45 años—, el asunto se resume en que es necesario invertir en infraestructuras como las microrredes, al tiempo que se busca la eficiencia en el consumo de cada persona, empresa y ciudad. “Si vamos a aumentar nuestro consumo, pero queremos disminuir las emisiones de CO2 (Schneider pretende tener una huella neutral de carbono en 2030), la solución es ser más eficientes”, afirmó.

* Artículo posible por invitación de Schneider Electric.

Por María Alejandra Medina C.* - París (Francia)

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