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Después de una crisis económica que puso en duda sus certezas y debilitó su autoestima, Alejandro Arango, diseñador gráfico y productor de películas, comenzó a hacerse preguntas básicas: de dónde saldrá la plata para el almuerzo, cómo se pagará el arriendo, qué pasará con sus hijas, cómo pagar las deudas con todo el capital perdido.
Después de apostarle a la industria del cine, tras haberla elegido con la convicción de que era un creador y solo quería dedicarse a eso, a crear, el tropezón fue tan duro que se replanteó cada una de las decisiones que había tomado mientras, con su esposa, se turnaba para llorar. Tenían dos hijas a quienes no podían desestabilizar por problemas a los que no les veían salida.
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Leyó, indagó y pensó y se dio cuenta de que las comunidades comenzaron a crear conceptos alrededor de sí mismas, y esos conceptos se transmitían a través de las historias, que han sido la base de nuestras construcciones sociales, culturales y visión de futuro para pertenecer a una tribu. Las personas tenían que encontrar la forma de ser relevantes: buenos guerreros, buenos sanadores: cuando dejaran de ser útiles, importantes o traicionaran los conceptos de la tribu, quedarían exiliadas, que era lo mismo a morir.
Entendió entonces que han cambiado los métodos, pero no los fondos, y que seguimos librando las mismas batallas para que nos avalen. Para él, el ejemplo más claro son las redes sociales, un reflejo de ese comportamiento tribal. “Yo me tengo que esforzar para que toda esta tribu me valide, me dé estatus y no me exilie: no me quiero morir socialmente. El contador de historias es el eje central de nuestra sociedad y nuestro futuro”, dijo Arango.
Y como sabía que la forma que habíamos elegido para sentirnos relevantes era la de mostrar para parecer, con carros, aviones, viajes, belleza, felicidad, etc. (así todo fuese falso), concluyó que el validador de estatus comúnmente acordado era inalcanzable, pero, además, no le interesaba. Sí quería prosperidad y estabilidad, pero solo como consecuencias de su quehacer creador, así que necesitaba un sistema sostenible, uno que realmente le ayudara a cumplir sus objetivos como creador. No quería parecer, quería ser. Ahora, Arango es el CEO de Mowies.
¿Qué es Mowies?
Una misión y un propósito. Es la búsqueda de un acto creativo sostenible, colectivo, abundante y sin intermediarios con el que cada creador puede trabajar y mostrar sin barreras.
¿Cuáles son esas barreras?
Hoy, las historias que vemos y nos cuentan son, si acaso, el 1 % de lo que se está haciendo y, además, pasan por varios filtros. Nos falta espacio para los demás creadores y eso es lo que hacemos en Mowies: darles campo a todas las historias para que puedan alcanzar sus audiencias esperadas.
¿Cómo logra eso Mowies?
Siendo un set de herramientas digitales con el que todos podemos alcanzar nuestro potencial creador: escritores, fotógrafos, artistas plásticos, directores de cine, etc. Mi misión es darte lo que necesitas para que puedas dedicarte a crear sin preocuparte por tus necesidades básicas.
¿Cómo surgió Mowies?
Nace de esa misma búsqueda por crear, contar historias y querer mostrarlas. El camino de todo creador es muy accidentado: tocar las puertas correctas es más importante que producir las historias o hacer un buen trabajo. En ese camino del cine donde todo se quedaba en la intermediación y veías que a los creadores les quedaban migajas, me di cuenta de que no era sostenible. Cuando nos quedamos sin nada comencé a llamar a todos mis amigos exitosos para preguntarles cómo hacían, qué estaban haciendo para vivir de esto. Los grandes ya hacían parte de un sistema, que además se quedaba con la mayor parte de su producción y muchas de las decisiones creativas. Los otros estaban luchando para sobrevivir y crear, que es el acto máximo del ser humano, es lo más parecido a la divinidad. Para mí, eso no tenía sentido.
¿Y qué pasó después?
Lanzamos una productora diseñada para crear con la tribu, pero tampoco dio, así que le dije a Laura, mi socia, mi inspiración y una fuerza de la naturaleza, que no se podía, que tenía que abandonar mi carrera. Me dijo que, si yo no quería jugar las reglas de ese sistema, tenía que inventarme el mío. Ahí comencé a llamar a todos mis amigos para que me ayudaran a pensar en el mundo ideal de un creador: el día a día, las personas que entrarían en esa rutina, etc. Un ecosistema próspero de creación. Comenzamos con cine, pero después de la pandemia se abrió a todo tipo de creadores.
¿Y cómo funciona Mowies en términos prácticos? Es decir, si soy creadora, ¿cómo la puedo usar?
Mowies no es una plataforma de destino a la que voy a consumir, es una plataforma en la que yo como creador monto toda mi estructura de negocio, lanzamiento y mecenazgo para trabajar. Es un lugar hecho por creadores para creadores en el que puedes hacer lo que quieras.
¿Cómo es esto de que las personas que comparten las historias de los creadores reciben un porcentaje si logran que alguien la compre?
Es como un programa de afiliados automatizado. Viene a lo mismo: una creación es una unidad de valor generada por muchas personas. Los que comparten también generan valor, así que por qué no deberían tener algún tipo de retribución. Es por eso que quienes comparten y logran que alguien más compre reciben el 20 % del valor de la venta, que queda en sus billeteras para seguir consumiendo o sacar el dinero.
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¿Cuál es su posición con respecto a la economía naranja?
Un gobierno es una tribu que nos inventamos para que nos representara y velara por nuestras cosas más básicas y, para mí, el arte y la creación entra en ese concepto de cosas básicas. Lo que creo es que hay ciertos modelos que en la era de la industrialización se perdieron porque los creamos a partir de la escasez y, para sostenerlos, hay que seguir generando más escasez o apariencia de escasez. No digo que estén errados, solo que desde la concepción están mal planteados. Nosotros ya podemos diseñar desde la abundancia en torno al acto creador en el que solo necesitamos un apoyo del gobierno, pero sin depender de convocatorias.
Es decir, la percibe positiva...
Cuando la economía naranja comenzó a incentivar, abrió las puertas a que los inversionistas se interesaran por un atractivo tributario, pero después se dieron cuenta de que era una oportunidad diferente de generar valor económico. Para mí, la economía naranja siempre ha sido algo natural. Y es que yo jamás he competido ni peleado con los conceptos, mejor trato de entenderlos. Cuando la gente pelea con este tipo de cosas es porque no le ha gastado el suficiente tiempo o no las ha entendido a profundidad. Es que esta no es gente mala trabajando para hacernos daño, sino que en serio están interesados en que haya una economía creativa y cultural porque la consideran piedra angular de eso que llamamos país.
¿Cómo se ha beneficiado Mowies de la economía naranja?
CoCrea ha sido muy chévere. Yo venía de la Ley 814 y la 1556 de cine. Era obvio lo que esas leyes habían logrado por la cinematografía. Sin eso, hoy no tendríamos lo que tenemos. Esa industria sigue jugando bajo unos sistemas preestablecidos que no dejan que sean prósperos: tenemos que alejarnos de la maquila y enfocarnos en las creaciones. Cuando nació CoCrea y comenzó a hablar de industrias creativas, pasamos por lo mismo que vivimos cuando salieron las leyes: la tomamos como una oportunidad y una ayuda, respondiendo con calidad, claro.
En Mowies, los creadores no deben ceder los derechos de autor…
Si nosotros queríamos que los creadores vivieran en abundancia, no podíamos quitarles los derechos sobre sus obras. Cuando arrancamos, definimos que solo éramos una herramienta para servir. Algunos se preguntaron cómo haríamos para asegurarnos, y la respuesta siempre fue “siendo los mejores”. Hubo muchos inversionistas que nos dijeron que les encantaba la plataforma y la tecnología, pero que debíamos quedarnos con los derechos de los creadores. Para mí, la propiedad intelectual es la verdadera riqueza y jamás se la quitaríamos a un creador.
¿Cómo así que las buenas historias no se cuentan, sino que se comparten? Ese es el eslogan de Mowies...
Considero que toda creación es una historia. Miro un cuadro y hay una historia desde lo que yo siento o interpreto hasta cómo el artista comenzó a producirlo. Pero ¿las historias guardadas y sin ser vistas realmente existen? Para mí, la acción más poderosa es la de compartir, porque así es que nos hemos comportado como tribu. Cuando compartimos generamos valor. Ahí es cuando comienzan las verdaderas dinámicas de prosperidad y abundancia. En nuestro cerebro, cada historia es contada tantas veces como ojos la ven. Estoy seguro de que mi Titanic, o mi interpretación del Titanic, es muy distinta a la tuya. Y así con cualquier película. Cuando alguien nos dice: “Tienes que ver esta película o leer este libro porque...” está contándonos una nueva historia. Lo más bonito de ser contador de historias es que deja de ser tuya cuando la compartes.
Este texto hace parte del gran especial de aniversario de los 135 años de El Espectador, que analiza cómo podemos tener un futuro más sostenible. Encuentre aquí el especial completo.