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Provocar, según el diccionario de la Real Academia Española es "irritar o estimular a alguien con palabras u obras para que se enoje". Desde que Edouard Manet escandalizara con su Desayuno sobre la hierba (en el que una mujer desnuda y un hombre vestido comparten picnic sobre la hierba) en 1863, toda una tradición de artistas se ha empeñado en romper las propias reglas del arte, las de la religión y la moral, incluso las de la legalidad. Con todos ellos siempre ha llegado la perplejidad, cuando no el rechazo frontal. Y, siempre, el debate: ¿Es el efectismo el camino más corto a la notoriedad? ¿Dónde acaba la creación y empieza el ego del artista?
Santiago Sierra (Madrid, 1966), a su pesar, forma parte de una casta de artistas a los que cuesta no calificar de transgresores. El jueves inaugura en la galería Helga de Alvear de Madrid su último trabajo, Los Penetrados, un video de 45 minutos en ocho actos, en los que muestra todas las combinaciones posibles de penetración anal entre grupos de hombres y mujeres de raza blanca y negra.
Los proyectos de Sierra nunca han pasado desapercibidos. En 2003 tapió el pabellón español en la Bienal de Venecia e impidió el acceso a quien no presentara un DNI español o documento acreditativo de esa identidad; en 2006 quiso llenar de monóxido de carbono una sinagoga en Alemania, acción que fue cancelada ante la protesta de la comunidad judía (a pesar de que pretendía ser un acto a su favor); ese mismo año cuantificó, en un proyecto fotográfico, el patrimonio de los caraqueños en función del color de su piel; en 2007 construyó unos módulos a partir de los residuos fecales humanos que manipulan los intocables en India.
No es difícil hacer una lectura política de sus obras. Por eso, quizás, el artista no oculta su profundo disgusto cuando se le pregunta si se siente un provocador: "Lo que no sea un aplauso permanente a las virtudes del poder es siempre una provocación", dice con enfado. "Me parece muy impertinente preguntarle eso a un artista con veinte años de carrera y un ritmo de trabajo tan intenso y serio como el mío. Me parece, además, que con esa pregunta se pretende ponerme a la defensiva y se evita profundizar en mi trabajo, colocándome un sambenito simplista y envenenado", afirmaba el miércoles mientras supervisaba el montaje de la exposición. "No, no me siento nada de eso. Yo soy un artista de mi época. Así me siento porque eso es exactamente lo que soy". Tampoco es amigo de explicar sus trabajos: "Eso es Hollywood, que da todo bien mascado a un público que subestima y al que desea convencer. En mi trabajo la gente tiene libertad para pensar por sí misma. No es necesaria mi guía".
Su último proyecto, sin embargo, entronca con dos de sus preocupaciones constantes en su trayectoria: la inmigración y la cuestión racial. "La tradicional paranoia de los blancos hacia los negros o de los europeos con los africanos tiene que ver con un fuerte pánico pues pensamos que tarde o temprano habrán de cobrarse justicia por nuestras codiciosas canalladas pasadas y presentes", señala Sierra. "Pero esa paranoia blanca también tiene que ver con el tamaño de la polla o con el miedo a una sexualidad que nos rebaje, con que enamoren a nuestras hembras y a nuestros machos más que con que nos quiten el trabajo; el trabajo sólo lo quita el patrón. Las reflexiones políticas y las actuaciones que de ellas se derivan son algo más primario de lo que comúnmente se cree. Los comportamientos de identidad racial son muy animales porque somos animales", añade.
¿Qué separa su última pieza de la pornografía? "Probablemente sea pornografía. Entiendo que la pornografía son imágenes de gente fornicando y nada más, sin trama, y eso es Los Penetrados. No intento colocarme por encima de un director de pornografía porque realmente no lo estoy. Creo que la pornografía tiene algo muy magnético. Te quedas enganchado mirando y te sitúas en otra dimensión mental, en un plano que nos acerca al instinto y nos aleja de lo reflexivo. Así que me parece perfecta para activar y mirar lo que de instintivo tiene la política".
Para Serra, el arte sin intención es inútil y, por tanto, "una fachada": "Freud despreciaba a los surrealistas al considerar que sólo cuando miramos para otro lado aflora el inconsciente. No se puede ser inconsciente conscientemente. De un modo similar el arte aparentemente menos político es el más instrumentalizado políticamente. Todo arte es político pero normalmente quien se fotografía con el poder asegura tener solo un interés poético".