Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
La directora de la cárcel El Buen Pastor, Ana Sofía Hidalgo, recalcó en su discurso del jueves pasado, antes de que empezara la función —donde 18 reclusas cantaron para un público selecto—, que habría rebajas de pena para las integrantes del coro Sol Naciente. Anuncio que probablemente provocó que sus voces se afinaran al compás del pensamiento de la anhelada libertad, una palabra que resuena en sus cabezas una y otra vez al día.
Son mujeres sindicadas, condenadas o en el pasillo de la extradición, que volverán a ver el mundo en un buen tiempo y que, mientras éste pasa, se escapan de las cuatro paredes de su celda para simular que cantan, y que lo hacen bien. Hacen parte de un coro que ensaya dos veces por semana y que empezó hace seis meses. La soprano y periodista Patricia Guzmán es la directora del proyecto, que ha sido replicado en países como Ecuador o Arabia y que en esencia pretende resocializar en prisión a través de la música. O el canto. O lo que ellas creen que lo es.
La variedad de mujeres que se encuentran en el coro es casi indefinible; tienen diferentes edades, contexturas y pasados judiciales, vienen de diferentes patios y, en consecuencia, pocas se conocen. Probablemente nunca se hubieran encontrado en otras condiciones. De voces heterogéneas que, dicen, intentaron mejorar con el correr de los meses, cuentan que nunca se interrogan por sus líos con la justicia. Allá, en el auditorio angosto donde juegan a ser cantantes, son los tonos, las voces, los ritmos o las melodías —¿las hubo alguna vez?— las únicas protagonistas de sus historias. Los delitos y las sindicaciones importan más bien poco.
La reconocida ex presentadora de televisión Adriana Arango despunta sobre las demás. Cantó una estrofa de My heart will go on, de la banda sonora de Titanic de James Cameron. Fue su debut como solista, mientras sus amigas María Elvira Arango, directora de Don Juan, la ex presentadora Lucía Esparza, la actriz, Yaneth Waldman o la productora Paula Jaramillo formaban una sonora algarabía que alegró a las internas. Las historias de las participantes del coro de El Buen Pastor parecen repetirse, así como sus deseos de retornar a sus hogares o recuperar a sus hijos lo más pronto posible, dice Adriana, esperanzada en un porvenir distinto, afuera de los barrotes, en la calle, libre.
Margarita Pabón, célebre por el escandaloso episodio de DMG, también se unió al coro y, ad portas de ser enviada a una cárcel de los Estados Unidos, afirmó que sólo así podía escaparse de su realidad. Nunca aprendió a cantar, pero dice que la acogieron muy bien dentro del grupo. Fue ella la que sucedió a Adriana Arango con el segundo verso de la inmortal canción de Celine Dion. Tampoco afinó lo deseable, pero allí, lejos de sus cuentas y procesos conexos, quizá se habrá sentido poseída por aquel secreto deseo de casi toda la humanidad de protagonizar en un escenario, cualquiera que fuera.
Cuando las 18 participantes del coro Sol Naciente cantaban con un vestido negro, perlas, zapatos altos de $160 mil donados por Bossi y un maquillaje suntuoso, ninguna parecía guerrillera, asesina, estafadora, paramilitar o ratera; del patio 2 o del 7 de El Buen Pastor; condenadas a largas penas o a un paso de su libertad. Durante el recital las lágrimas les caían por las mejillas, sin proponérselo, seguramente. A Adriana, al ver a sus amigas entusiastas diciéndole que tenía el factor X, sea lo que sea que eso signifique. Margarita también sollozó. Al interpretar la canción Colombia, tierra querida empezó a extrañar sin haberse ido.
Lo más difícil, sin embargo, debió de haber sido el momento, justo a las 6:00 de la tarde del último jueves en que las llamaron para comer y, una hora más tarde, las devolvieron a sus celdas, a las paredes frías y estrechas de siempre.