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Tres meses tardaron los pies de Hernando Aguirre Arango en recorrer 1.269 kilómetros, más de 30 municipios y 20 veredas, carreteras, ríos, trochas y malezas. Entre Hispania (Antioquia) y Tame (Arauca), hizo paradas hasta donde aguantaron sus zapatos de cuero, cortados con una navaja para apaciguar el calor. Los techos, las calles, los parques y los jardines de La Tablaza, La Estrella, Itagüí, El Cucharo, La Fortuna, La Renta, Los Columpios, La Tarra, La Choza de Tarzán y Saravena fueron algunos de los que sirvieron de posada para este hombre de 73 años, quien desde el 16 de septiembre salió de su casa con su corazón lleno de dolor, pero con sus piernas vigorosas para emprender una caminata por la paz.
“Llegó Papá Noel”, gritan los niños desde las escuelas cuando lo ven llegar. Las canas, que se apoderaron a temprana edad de su barba y su cabello, lo convierten por unos minutos en el dador de regalos, aquellos que dejaron de ser juguetes y se convirtieron en mensajes de reconciliación. Esa es su misión: caminar y caminar para encontrarse con extraños, conocerlos y hablar de paz. En ese trasegar, administradores de hoteles, indígenas, negros, vendedores ambulantes y el alcalde de Mocoa, Élver Cerón Chicunque, el único mandatario que lo ha atendido en su despacho, han dejado escritos sus pensamientos y notas de aliento en una pequeña libreta que Aguirre carga en un morral, junto a dos mudas de ropa, un recipiente para la comida, un tarro de agua, un colchón inflable y dos banderas, una blanca y otra de Colombia.
Los trágicos recuerdos de su infancia y juventud, que noche tras noche perturbaban su sueño, lo hicieron un día tomar la decisión de salir a andar por los caminos colombianos. Con apenas siete años fue testigo del rigor de la violencia. Luego del 9 de abril de 1948 iniciaría lo que él llama “la descomposición del horizonte del país”. Dos años después, una noche mientras su familia dormía, insurgentes destrozaron a machetazos la puerta, las ventanas y el letrero del hotel Pensión Urrao, del que eran dueños sus padres, en Urrao (Antioquia), ya que ahí se hospedaban tropas del Ejército y la Policía.
“Desde 1948 la nave política cambió de ruta de claro a claroscuro”, escribió Hernando el 3 de enero en su cuaderno, el mismo que sirve de mapa y bitácora de viaje. En 50 páginas ha ido trazando las líneas, los kilómetros, las fechas y los letreros de bienvenida de cada uno de los municipios a los que llega.
Al amanecer, empacaron sus cosas y con maletas en mano huyeron a Betania a bordo de un camión que conducía un huésped del hotel. Aguirre creció en el campo, cargando caña a las mulas y trabajando en la cadena panelera como “materialero”, el que reemplaza a quienes hacen una pausa para comer o descansar. Los oficios varios le quitaron tiempo para el estudio. Hasta tercero de primaria alcanzó a asistir a las aulas de un colegio.
Después de laborar la tierra se trasladó a Hispania y vinieron los camiones y con ellos el despecho, un arsenal de mujeres y la soledad. En cada puerto dejó un amor, uno furtivo, y de ellos quedó el recuerdo de una indígena en La Guajira, quien se escapó un fin de semana con él a Santa Marta a llevar gaseosas y, según los chismes que rondan las rancherías, habría tenido un hijo de Hernando. No la volvió a ver y, aunque ha intentado buscarla, nunca dio con su paradero. Un amor pasajero que hoy lo pone a pensar qué sería una casa llena de hijos, nietos y bisnietos.
La única vez que se ha enamorado fue de una mujer llamada Luz Dary. La relación duró cinco años y a un paso del altar, cuando iban juntos al curso prematrimonial, ella se echó para atrás, aterrorizada por las canas que se asomaban en el cuerpo de su novio, diez años mayor. Las mismas que hoy llenan de alegría a los pequeños que lo ven pasar y creen que es Papá Noel. “La vejez la aterró y la sacó de un salto”, asegura Aguirre.
No se dejó achantar, entrenó todos los días durante 20 kilómetros. Salió el 6 de agosto del año pasado cruzando por Cartago, Pasto, Mocoa, Neiva, Chiquinquirá y Bogotá, el 7 de noviembre. La capital le provocó problemas de presión arterial y tuvo que devolverse en bus a Hispania. Reanudó la ruta en septiembre de este año.
El 30 de noviembre siguió su camino hacia Arauca. Cinco días después, tras dejar atrás La Siberia, La Esmeralda, Arauquita, Caño Limón y La Yuca, pisó tierra tameña, justo a tiempo para acudir al Encuentro Regional por la Paz, organizado por la Red Nacional de Programas Regionales de Desarrollo y Paz (Redprodepaz), la Red de Iniciativas y Comunidades de Paz desde la Base, Pensamiento y Acción Social (PAS) y la Ruta Pacífica de las Mujeres, apoyado por Pastoral Social, la Unidad de Víctimas, la oficina del alto comisionado para la Paz y las embajadas de Suiza y Suecia.
Junto a las comunidades araucanas, Hernando pidió un alto al conflicto, llamado en el que incluyó al Eln, pues cree que no podría darse si esa guerrilla no inicia una negociación formal con el Gobierno. ¡No más carros bombas! ¡Estamos cansados del control guerrillero! ¡Que pare la explotación de los territorios indígenas! ¡Sáquennos de la guerra!, dijeron.
Al concluir el evento, Hernando, quien había dormido por cortesía de algunos asistentes en los hoteles Migue, La Posada y Piemonte, se puso su gorra, postró sobre su espalda el morral y, bajo el inclemente sol de la 1:00 p.m., continuó su travesía. No sabe dónde lo cogerá la Navidad. No niega que ya le invade la nostalgia de aquellas memorias cuando era un niño y sus padres le velaban el sueño para esconderle bajo la almohada su aguinaldo: estampas religiosas, con las que se ingeniaba procesiones en sus carros de madera. Por lo pronto, sólo dejará de caminar cuando se firme el proceso de paz, cuando se cristalice la reconciliación y si habrá que repetir caminos, lo hará.
* pcuartas@elespectador.com / @pilar4as