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Es el año 1979. En una cancha de fútbol, estudiantes de los gimnasios Moderno y Campestre, dos de los colegios más prestigiosos de Bogotá, se preparan para empezar un partido por la copa que disputan año tras año. Suena el pitazo inicial. Por encima de la confusión del balón que pasa con toques rápidos por las piernas de varios jugadores se escucha la que quizás sea la mayor sorpresa del encuentro.
Entre el público, un niño de doce años, pequeño e introvertido, se pone de pie y empieza a narrar las jugadas. “Al principio Jorge Alfredo era muy reservado pero poco a poco se fue volviendo más y más extrovertido”, recuerda casi 40 años después Felipe Díaz, uno de sus compañeros de clase, quien además admite que ese cambio en la personalidad de Vargas también le sirvió para dejar de ser víctima de todo tipo de chanzas por ser el menor y el más pequeño de los cerca de sesenta alumnos de su promoción en el colegio.
Para 1983, fecha en la que terminó la secundaria y decidió estudiar comunicación social, Jorge Alfredo Vargas ya era uno de los más altos de su curso, tenía fama de excelente conversador y había sido caricaturizado en el anuario del colegio como locutor deportivo.
Si le preguntan por los motivos que lo llevaron a escoger el periodismo, Vargas menciona una conferencia de Daniel Samper Pizano que escuchó cuando el colegio empezó a llevar exalumnos para que ayudaran a aclarar la vocación de sus pupilos.
También recuerda a su familia: “Aunque no tuve ninguna influencia periodística, porque mi papá fue profesor en matemáticas y arquitecto, y mi mamá estudió psicología, recuerdo que de pelado, en los paseos familiares que hacíamos a la costa, me encantaba grabar crónicas de viaje”.
En 1987, con 20 años, Vargas, que no había parado de seguir su vocación desde que salió del colegio, trabajaba como monitor del estudio de televisión de la Universidad Javeriana. En el campus era reconocido por dirigir y presentar el noticiero “15 días” que tenía como set una de las cafeterías de la universidad.
De su época de colegial venía la intención de convertirse en periodista deportivo y, con el fin de realizar una nota para el informativo que presentaba, fue a Todelar para entrevistar a Iván Mejía Álvarez, quien en ese entonces ya era reconocido por la acidez de sus comentarios sobre el mundo deportivo.
“Cuando salimos de la entrevista, mientras con mis compañeros subíamos los equipos de grabación al carro, Iván salió gritando que regresara. Ahí fue cuando empezó todo”. Mejía le ofreció trabajo en el Noticiero Criptón, un proyecto naciente y dirigido por la periodista Diana Turbay.
“Ganaba 25 mil pesos por ir los fines de semana a montar la sección deportiva mientras Iván y el resto de gente trabajaban desde los estadios. A los seis meses me ofrecieron pasarme a redacción general para hacer reportería. En ese momento no había quién cubriera las noticias económicas y me metí a hacerlo. Ya después hice un posgrado en periodismo económico para seguir cubriendo la fuente”.
A pesar del éxito que había tenido hasta entonces, Vargas amasaba el sueño de ser presentador de noticias. Estando en Criptón María Isabel Rueda y María Elvira Samper lo llamaron para proponerle la jefatura de redacción del noticiero QAP.
Así fue cómo llegó al noticiero que en un principio presentaban Paulo Laserna y Adriana La Rotta. “Paulo se retiró al año y entré reemplazarlo. Adriana se retiró porque se casó y llegó Inés María Zabaraín. Por eso, a QAP no sólo le agradezco la oportunidad de ser presentador sino el haberme encontrado con mi esposa y la mamá de mis hijos”.
Vargas completó su carrera como presentador con su paso por el “Noticiero de las siete”, “Noticias RCN” y “Noticias Caracol”, donde trabaja desde 2006. En sus 50 años de vida, 30 de periodista y 25 de presentador, no para de agradecerle a las figuras con las que nunca trabajó pero de quienes tuvo la oportunidad de recibir consejo.
Juan Gossaín, Yamid Amat, Gloria Valencia de Castaño, Gabriel García Márquez y Fernando González Pacheco son apenas algunos de los personajes
a quienes atribuye el haber perseverado en una carrera que para él ha sido cuestión de pasión, compromiso y grandes sacrificios personales.
“No estuve en mi casa un solo fin de semana durante cinco años, me he perdido los cumpleaños de mis hijos o no he podido estar en el día de la madre o Navidad. A todos nos pasa. Este es un trabajo en el que uno sabe la hora de entrada pero desconoce la hora de salida”.
El que su esposa, la periodista y presentadora Inés María Zabaraín, sea por mérito propio y al igual que él una de las caras más reconocidas de televisión colombiana, ha hecho que sus hijos Laura, Felipe y Sofía entiendan los rigores del trabajo periodístico y aprecien la calidad y no la cantidad de tiempo que comparten en familia.
Hoy, con motivo de su cumpleaños número 50, celebra una misa con la familia que tantas veces se ha mostrado comprensiva ante las exigencias de un trabajo que día tras día lo pone en contacto con miles de personas que jamás conocerá. “Mi papá siempre me decía que uno no se puede olvidar de dónde viene y le doy gracias a la gente porque después de tantos años, me sigue dejando entrar a sus casas con noticias que a veces no son tan buenas”.