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Daniel Sanabria ya no tiene el afiche que le regaló André Rieu cuando, por casualidad, salvó un concierto al que asistieron 14.000 personas en el Movistar Arena, de Bogotá. Lo había pegado para no olvidar ese momento. “Lo recuerdo como un momento importante, pero tal vez no tengo muchos detalles porque era de noche en ese momento y he ido creciendo”.
Hay otro momento que le parece igual de importante y recuerda mejor. Dos años después hizo un concierto como solista en el Teatro Colón, dirigido por el maestro Andrés Orozco Estrada, uno de los mejores del país. El menor estuvo acompañado por la Sinfónica Nacional de Colombia. Pero esta vez no fue casualidad. Daniel había ganado un concurso de jóvenes solistas con la Sinfónica con la que luego interpretó una pieza de Mozart con la flauta que le obsequiaron la noche en la que fue héroe.
“Hay muchos músicos con más edad y no han hecho una presentación en este teatro”, dice su madre, Katherine Torres, quien agrega que “él a los once años ya estaba tocando como solista, con ese maestro y esa sinfónica”.
Ese instrumento se lo obsequió el flautista de André Rieu, en agradecimiento, luego de que Daniel interviniera con una flauta de PVC desde el público. El concierto dirigido por el músico holandés no podía seguir por problemas técnicos y el joven, de apenas nueve años, deleitó con su intervención al ya ansioso público.
Aún conserva esa flauta y la toca en sus presentaciones. Estuvo en Liechtenstein, país ubicado entre Suiza y Austria, luego de que fuera invitado por un profesor francés que lo escuchó en el Festival Internacional Filarmónico en Bogotá. Allí tomó clases magistrales de música clásica durante una semana. Ahora está, junto con su familia y su flauta, en la ciudad de Victoria, en Canadá.
—¿Cómo te ha afectado el cambio de país?, —le pregunto a Daniel, después de ver la seriedad con la que escuchaba la conversación con su madre.
—El frío. Ahorita está haciendo frío y eso que estamos en primavera. En invierno puede estar a trece grados, pero ahorita en primavera está como a cuatro grados y por la mañana generalmente está bajo cero, —dice con la misma seriedad de un adulto—. Sigo aprendiendo y entendiendo la música y el instrumento. Me siento bien y siento que me estoy preparando para algún día ser músico.
***
Hace cinco años, Sanabria no tenía la música como proyecto de vida. Andaba apenas con su flauta artesanal fabricada en un taller musical en el Instituto Distrital de las Artes (Idartes). Su madre le pedía que llevara el instrumento artesanal a cualquier lugar, porque no sabía a quién podría alegrarle el día. Aquella noche se la alegró y se la arregló al músico Rieu y a casi 14.000 personas que asistían al concierto del Movistar Arena.
—¿Aún sigue viendo como un referente a Rieu?
—Yo lo admiro porque es un gran referente de la música clásica. Tiene un flautista en su orquesta, pero a mí me gusta ver a otros flautistas reconocidos como Emanuel Pahud, Paolo Taballione y los de la Orquesta de Frankfurt.
—¿Cómo es su método de ensayo?
—Veo lo que ellos hacen y lo combino con lo que me enseñan mis maestros con los que he tenido la oportunidad de compartir. Estudio dos horas al día. Por el colegio, me toca bajarle a la intensidad. En invierno, por ejemplo, que amanecía más tarde y aquí la gente duerme hasta más tarde, no podía estar en la mañana tocando flauta. En Colombia podía practicar en la mañana, mediodía y tarde.
***
Al padre de Daniel le salió una oportunidad de trabajo en Canadá. Han tenido que ajustarse a las dinámicas del primer mundo y han conseguido un profesor en la ciudad donde viven. Durante estos años, lo venía acompañado Rafael Aponte, asignado por la Fundación Cakike, que patrocina su proceso luego de aquella noche imprevista.
—¿Cómo ha sido llevar a Daniel por el camino musical? —le pregunto a su madre.
—Él ha sido muy dócil, se deja guiar. Sin duda, hay momentos que no quiere, como todo en la vida, que requiera disciplina, porque genera una resistencia y obviamente más para a un niño, pero le hemos inculcado valores y principios. Lo enfocamos en que debe desarrollarse como un artista integral. Estoy ahí para alentarlo o llamarle la atención.
—¿Viene siendo como la mánager?
—Sí —afirman y se ríen; luego ella responde— a mí se me ocurren las ideas.
—¿Por qué música clásica y no otro género?— Vuelvo a Daniel, ya que he cambiado la seriedad con la que me recibió.
—No hay que tener un estudio muy profesional para tocar música comercial —responde escuetamente.
—¿Qué escucha cuando no oye música clásica?
—Casi toda la música que escucho es clásica, pero oigo salsa y otros géneros.
***
Sigo insistiendo en la pregunta sin éxito. Él insiste en que no escucha música de su generación; sin embargo, recuerda una canción pop reciente: “Phenomena” de Hillsong.
—Aquella noche André Rieu le dijo que se preparara y que cuando estuviera listo, lo invitaría a tocar con él. ¿Esa es una meta?
—Mi objetivo es estar en una orquesta. La verdad, nunca he estado con la meta fija de estar con André. Él me dijo que sí, pero no sé si como un invitado o como parte de la orquesta —responde con una madurez poco frecuente a su edad.
Daniel no ha vuelto a tener contacto con André Rieu. El holandés no conoce su proceso, sus logros, su disciplina, su seriedad, ni que sus palabras le han servido de inspiración para levantarse durante cinco años y convertirse en un músico como él. Quizá tampoco recuerde esas palabras ni su promesa, aunque se las haya dicho luego de que un joven de nueve años salvara uno de sus conciertos con los que, según él mismo dijo, nunca había tenido inconvenientes en sus 30 años de carrera. Aunque Daniel tampoco se acuerda mucho.