Fernando Dangond Castro, entre caminos de poesía

Su sencillez nos llevó de la mano, para hacer un recorrido sobre esa vida dedicada a la música vallenata como acordeonero, pianista y cantautor consumado.

Foto: Facebook de Fernando Dangond Castro

En la música vallenata no es fácil construir poesía de manera natural, sin caer, muchas de las veces, en el panfleto y el exceso atosigante de figuras literarias como si con ello, trataran de mostrarle al mundo, una pose sobredimensionada que es probable no poseer y hacer notar que su obra es para intelectuales y que al final de todo, su creación está por encima de aquellos campesinos nuestros, la mayoría analfabetos y ágrafos llenos de un profundo sentido común, ausente en muchos de los creadores actuales. Todo esto, le cierran el paso a la verdadera creación de este tiempo, en donde el ritmo y el estribillo, ayudan a alejarse de los diversos tiempos pretéritos, vividos muchos de ellos con intensidad, hecho que ayudó con pasión y razón a construir, el edificio indestronable del éxito y ante todo del clasicismo vallenato.

La mayoría de los buenos poetas que tenemos, que no son muchos, nos presentan sus narrativas llenas de una sencillez, que es entendible por la sabiduría popular, sin que sea difícil, que estas caigan en el estudio de diversas ciencias sociales, para bien de ese movimiento musical.

Si entramos a la obra de Fernando Dangond Castro, encontraremos unas narraciones sencillas, cuyos decires y saberes, nos llevan a encontrar en las calles de los pueblos del Caribe, las imágenes que sus versos construyen. Son rostros comunes, lugares que están envueltos con unos mantos mágicos que no difieren de una aldea a otra. Son imaginarios que se encuentran en las líneas de su música y textos, que pueden ser dedicadas sin perder su cuerpo natural y viajar a lugares inimaginables, cuya aprehensión suele ser tomada por personas de Colombia o de otros lugares del mundo.

Su sencillez nos llevó de la mano, para hacer un recorrido sobre esa vida dedicada a la música vallenata como acordeonero, pianista y cantautor consumado, en donde su profesión de médico no ha sido óbice, para mantener esa conexión que se refleja en su obra, pese a estar durante más de tres décadas, en un territorio distinto al que lo vio nacer.

¿Dónde nació y quiénes son sus padres?

“Nací en Valledupar, Cesar, el 5 de noviembre de 1962, en el hogar de Elisa Castro y Jorge Dangond Daza. Desde niño fui influenciado por mi madre y mis tíos, que tocaban piano clásico. Crecí en un ambiente musical. No se me olvida la imagen de mi tío Poncho Castro, montado en un caballo y una concertina al pecho, poniendo serenatas. Como olvidar a mi abuelo Aníbal Guillermo Castro, un parrandero, quien decidió volver a su tierra, sin importarle haber sido educado en los Estados Unidos, a quien le compusieron muchas canciones por parte de los juglares de ese tiempo, entre los que se cuenta, Francisco Irenio Bolaños Marzal, quien lo nombra en ‘El Coíto’, un pájaro, al que le endilgan la propiedad de llevar a la muerte, al enfermo que le canta. El verso dice: ‘Oye Aníbal levántate/que te llama Bolañito/que si no te levantai/ombe que te va a cantá el coíto’. A los cinco años, di muestras de mis gustos musicales. Para aprovechar esos dones, buscaron al reconocido maestro Peñaloza, a quien traían desde Barranquilla para que me dictara clases de piano y solfeo. A los nueve años, al ver en mi casa a los juglares Emiliano Zuleta Baquero, Antonio Salas, Leandro Díaz, ‘Colacho’ Mendoza, los hermanos Zuleta y Jorge Oñate, se abrió mi gusto por el acordeón. Siendo un niño de menos de dos años, recuerdo la imagen de un señor gigante tocando su acordeón, con el paso del tiempo, pude darme cuenta, que ese acordeonero que llenaba la casa con su especial forma de tocar ese instrumento raro, era nada menos que ‘Colacho’. Con el acordeón pude derrotar el tedio que me daba tocar música clásica, la que tenía que aprendérmela de memoria y leerla nota por nota, eso me parecía muy fastidioso, mientras que el vallenato estaba lleno de improvisación, que me llevaba a la creación, llena de sentimiento y vida”.

¿Qué pasó con su vida al llegar el acordeón?

“El día que cogí un acordeón en mis manos, mi vida se transformó. De los profesores que tuve, recuerdo a Egidio Cuadrado Hinojosa. A los once años participé en el Festival de la Leyenda Vallenata, en la categoría infantil, donde logré estar en un cuarto lugar, luego un tercero, segundo y primer lugar, donde concursaron niños como Orangel Maestre, Raúl Martínez, José Alfonso Maestre, Omar Geles, Jesualdo Bolaños, Gustavo Maestre. Como acordeonero infantil toqué ‘Los tocaimeros’,’Nariz de palangana’, ‘La vieja Gabriela’ y ‘El viejo Simón’. Seguía el estilo de Emiliano Zuleta Díaz. Recuerdo que en la quinta Semana Cultural del Colegio Nacional Loperena se me dio por concursar como cantante, siendo un niño frente a ellos, quienes me llevaban muchos años. Allí estuvieron Rafael Orozco, Diomedes Díaz, Jorge Quiroz, Adalberto Ariño, que de manera natural demostramos lo que luego sería nuestra vida en la música vallenata. Al final ganó Rafael Orozco, segundo Adalberto Ariño y a mí me dieron el tercer lugar como una muestra de estimular mi pasión por la música y de exaltar mi atrevimiento. Ese día del concurso no vi a Diomedes cantar, pero si lo conocía, porque él andaba por todo Valledupar en una bicicleta desde donde saludaba a todo el que encontraba a su paso. Él tenía una personalidad llena de alegría y un carisma increíble”.

¿Cómo se inicia su paso por la composición?

“Tenía trece años, cuando me puse a escuchar una emisora en Valledupar, que transmitía solo vallenato, cuando le puse atención a una de las tantas canciones que ponían. Me pareció una canción fea, pensé y me dije para mí, ‘puedo hacer una mejor que esa’. Esa reacción me llevó a coger una hoja de papel y con un lápiz, empecé a construir una canción muy infantil, de la que me acuerdo algo, ‘Yo tenía una muchachita/una muchachita bella/y cuando le di un besito/ella parecía una estrella/Ay mi amorcito/mi amorcito tan querido/mi amorcito mi amorcito/todavía no la olvido”. Al terminar ese verso, entendí que podía componer. Y empecé a darle forma a esa habilidad que nació de mi mente infantil, que se transformó con la pasión que le puse a eso de hacer canciones. Dos años después, al vivir en Bogotá, mi hermano Eduardo, tres años mayor, decidió coger el casete con mis canciones y se la llevó a Emiliano Zuleta Díaz quien estaba grabando con su hermano Poncho, quienes estaban grabando en CBS.

Me pusieron a cantar varias canciones y al escuchar ‘Así es mi Valle’ la escogieron y fue mi primera canción grabada. La emoción fue inmensa al escuchar mi canción grabada por ello, tanto es así, que fueron muchas las veces que me tocó comprar agujas para el tocadiscos y LPs que se rayaron de tanto escucharla. No dormía de tanto repetir hasta el cansancio mi canción”.

¿Cómo recibió a cada una de las canciones grabadas por esos grandes artistas del vallenato?

“Con mucho cariño y respeto, porque quienes lo hicieron, eran de un nivel artístico que me permitieron querer más, lo que estaba haciendo como autor y compositor. Cada uno de ellos influenció mi vida musical. Sus variados estilos me demostraron lo diverso del vallenato. Jorge Oñate al grabar ‘Nació mi poesía’ fue magistral, el Binomio de Oro al grabar ‘Miedo al amor’ fueron impecables, este canto lo hice a las cuatro de la mañana, estando en un turno como médico y al salir a las 7 de la mañana me dirigí al estudio de ingesón para cantárselas, con la agradable sorpresa que la convirtieron en un éxito. Eso mismo viví, al sentir en carne propia como los hermanos Zuleta me grababan ‘Águila furtiva’ y ‘Amanecer’, con tanta calidad artística. Esa experiencia de ser médico y a la vez creador de música, es sin lugar a dudas, un privilegio ver como esos dos artes, en donde la inteligencia emocional nos debe llevar a relacionarnos con los pacientes y ellos con uno, cuya intimidad de ser doctor/paciente y paciente/doctor, al entenderlo y ponerlo en la práctica, nos hace ser un médico bueno y eficaz. Esto me permitió centrarme al mundo de la medicina y abandonar la bohemia sin dejar de componer, pero ya no había el afán de una grabación, porque mis obras habían sido bien grabadas y el público las hizo en su momento, éxitos que con el tiempo muchas de ellas terminaron siendo clásicas”.

¿Qué fue el tapete azul?

“Fue el nombre que le pusimos al apartamento donde vivía, ubicado en la carrera 7 con calle 64, que se convirtió con el tiempo, en un punto de encuentro, en donde los músicos y compositores estrenábamos nuestras canciones. Allí llegaban los artistas vallenatos que estaban en su furor. Era una especie de embajada provinciana, la que volví canción, cuyos personajes, la mayoría de ellos, aparecen en ese canto. Nunca quise ser abogado, no porque hubiera tres en la familia, sino porque la medicina fue junto a la música, mis dos pasiones, esta última, quedó como una manera de crear para el gusto intimo lo cual me llena de hechos gratificantes, porque me ha permitido no dejar de componer. Producto de ello, es el compendio de una producción musical que saldrá este dos de mayo, que es un homenaje sentido a mi tierra que tiene ‘Los colores del Valle’, llena de una variedad de ritmos, cuyas melodías y textos ratifican mi vocación musical, al tiempo que viajo por diversos lugares exponiendo mis visiones científicas sobre la medicina. Ambas me han alimentado el espíritu”.

¿Qué recuerdos tiene sobre personajes que contribuyeron al engrandecimiento de nuestra música vallenata?

“Son muchos, que me es difícil hablar sobre ellos, pero es imposible no hacerlo con una mujer como Consuelo Inés Araujo Noguera, inteligente, capaz, brillante y con una palabra exquisita, cuya charla arropaba con sus conocimientos sobre el vallenato y otras culturas musicales. A ella se le debe mucho, por esa literatura que nos brindó a través de sus tres libros, los escritos en El Espectador, sus charlas, y ante todo, por estar en el lugar indicado, en lo de la creación del Festival de la Leyenda Vallenata. Su fuerza de recomponer lo que había pasado con la decisión de no dejar ganar mi paseo ‘Nació mi poesía’, hecho que lideró y que el pueblo Valduparense y la tierra Vallenata, le reconoció con creces, al concederme el primer puesto que de mala manera se me había negado.

¿Cuál es su visión de todo el proceso evolutivo que ha vivido la música vallenata?

“Es importante que nuestra música vallenata haya evolucionado tanto en su letra como en la melodía, de igual manera, no perder el sentido histórico de la misma, y que como cualquier árbol se preserve sus raíces, porque a muchos se les olvida que estos crecen arriba y abajo. Y al secarse sus raíces, el árbol muere. Estoy de acuerdo que se exprese el vallenato de diversas formas y que si existen las fusiones a que haya lugar, las llamen con el nombre que corresponde, de no hacerlo, se generan confusiones que es lo que estamos viviendo. Invito a quienes saben sobre nuestra música, defenderla como debe ser. Lo que acabo de producir es un álbum que a manera de zaga recoge hechos que marcaron mi vida. Es una manera que tenemos los autores y compositores de entretener, cultivar alegrías, exorcizar penas, generar un culto a la vida, que debe estar envuelto en un papel especial que se llama respeto”.

Mientras cualquier parroquiano en su tierra o fuera de ella, degusta lo que contienen los versos de una de sus obras clásicas como lo es ‘Nació mi poesía’, no se nos haga extraño, que todo ese sentir nos permita viajar por el pasado glorioso de una música, hechas por personas de a pie y que reclama, un mejor tratamiento por parte esta generación que tiene mucho talento, el cual debe poner un mayor porcentaje, al servicio de mejores obras musicales con sabor vallenato, para que su paso por este tiempo, tenga sentido.

*Escritor, periodista, compositor, productor musical y gestor cultural para que el vallenato tenga su Categoría dentro del Premio Grammy Latino.