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Dorrit Harazim: al pie del cañón

La brasileña, con más de cinco décadas en el oficio de ser testigo de la historia, y que se forjó cubriendo los hecho más importantes del siglo XX, recibió ayer en Medellín el reconocimiento a la excelencia del Premio Gabriel García Márquez de Periodismo.

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01 de octubre de 2015 - 03:07 a. m.
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¿Por qué se hizo periodista?

Por pura casualidad. Estudiaba en París y necesitaba un trabajo. En ese momento quedó una vacante temporal en el departamento de investigación del semanario L‘Express. Allí aprendí a valorar la precisión de lo publicado. Me pagaban para evitar los errores en los textos que me presentaban.

El golpe a Salvador Allende tiene una connotación especial para los latinoamericanos. ¿Cuáles fueron sus impresiones y qué fue lo más difícil para realizar el cubrimiento en ese momento?

Llegué a Santiago 48 horas antes del golpe. Me puse en contacto con algunos exiliados brasileños que se habían refugiado en Chile, huyendo de la dictadura –algunos de ellos están en el poder hoy en día en Brasil–. Yo veía venir el golpe, pero las personas atribuían estas ideas a una cuestión de mi ejercicio como periodista. Recuerdo horrorizada el estado de negación generalizado: nadie parecía tener en cuenta que la caída de Allende era inminente.

¿Qué le impactó de esta coyuntura?

La violencia abierta y desigual. En una guerra convencional las dos partes cuentan con un fuerte aparato militar. En el golpe, la violencia tuvo un solo dueño. Tuve más miedo al presenciar los hechos en Santiago que cuando estuve en la guerra de Vietnam.

¿Cuál ha sido el reportaje que más la ha conmovido?

Cuando las Torres Gemelas de Manhattan se derrumbaron delante de mí y, con ellas, la comprensión que tenía del mundo.

¿Qué valores y actitudes no le pueden faltar a un periodista del siglo XXI?

Curiosidad, suerte, saber escuchar y tratar de ser lo más honesto posible con los hechos.

¿Cuál sería su mensaje para los periodistas que deben arriesgar su vida en medio de conflicto para informar?

Saber cómo medir los riesgos. Algunos son obligatorios, otros sólo son buenos para el ego. No hay necesidad de convertirse en héroes o mártires para cubrir escenarios violentos. Tampoco hay que avergonzarse de tener miedo. Fue mi primera lección de Vietnam: “¿Quieres morir o enviar artículos para tu revista?”, me preguntó Henry Kamm, enviado por The New York Times, al darse cuenta de que no me refugié en una trinchera durante un bombardeo.

¿Qué fue lo más duro de ser corresponsal en el extranjero?

El acceso a las fuentes. En Europa y los Estados Unidos el periodismo brasileño no tenía el mismo peso o importancia, haciendo que el acceso fuera más tortuoso –claro, antes de que existiera la internet–. Pero fue una experiencia de aprendizaje para mí, porque trabajaba para la revista que en su momento era la más influyente de Brasil, lo que era un pasaporte para ser, al menos, recibido por alguna autoridad nacional. Nuestro anonimato fuera de Brasil fue una excelente prueba para confrontar la realidad.

¿Cuál es el cambio en el periodismo que más le sorprende?

Cuánto se ha reducido el mundo, hoy cabe en nuestro celular. Afortunadamente seguimos siendo esenciales para explicar lo que sucede en él.

¿A quién quiso entrevistar pero nunca pudo?

En el pasado, al escritor francés Albert Camus. No tanto en un formato rígido de entrevista, sino para hablar sobre el ser humano y la vida. En la actualidad, el papa Francisco, que considero es el líder mundial más relevante hoy en día. De hecho, el formato de entrevista clásico, con únicamente preguntas y respuestas, no me emociona mucho. No sé por qué los periodistas se centran tanto en la entrevista de poder: el poder político, económico o de otro tipo. La probabilidad de no revelar nada nuevo en este tipo de entrevistas es enorme.

Cuéntenos un error como periodista que la hubiera avergonzado mucho y que hoy recuerda con humor...

Escribí un artículo, que fue portada, sobre la hazaña del velocista canadiense Ben Johnson y su deslumbrante récord del mundo en la prueba de los 100 metros en los Juegos Olímpicos de 1988. Se publicaron un millón de copias un sábado, y 48 horas más tarde no valía nada porque Johnson, por supuesto, fue capturado por dopaje.

¿Qué la motivó para seguir en el oficio de periodista y no desistir?

El privilegio de ejercer una profesión que me permite ser testigo de la historia de mi tiempo.

¿Qué piensa del periodismo latinoamericano?

Busca adaptarse a los cambios del mundo. En términos de vitalidad el periodismo latinoamericano parece estar por delante del europeo, a excepción de The Guardian, que es un ejemplo único de la innovación y la renovación.

¿Cree que los periodistas y las redacciones han comprendido el potencial del periodismo digital?

Sí. Es posible que aún no hayan encontrado una manera de reinventarse, pero son conscientes del tsunami que barrió la industria de las comunicaciones.

¿Qué le molesta del periodismo de hoy?

La velocidad –aunque me fascina, también me molesta–. En mi caso, es una cuestión de edad.

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