Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Hace unos días la Superintendencia de Industria y Comercio le concedió a la Universidad Nacional la patente del compuesto que trata la leishmaniasis. ¿De qué manera este compuesto mejora el tratamiento que se viene aplicando?
El tratamiento que actualmente se utiliza está basado en la administración de sales antimoniales pentavalentes, un medicamento que se administra de manera intramuscular y por el cual la gente tiene que acudir todos los días al puesto de salud para que la inyecten. Se ha visto que hay una altísima toxicidad. Nuestros investigadores han reportado casos que relacionan el nivel tóxico de este medicamento con fallas hepáticas que comprometen la vida del paciente.
¿El nuevo compuesto evita enfermedades hepáticas y permite que el tratamiento no requiera desplazamientos diarios para su aplicación?
Sí. Hay personas que tienen que desplazarse de tres a cinco horas todos los días durante 20 días al puesto de salud a que le pongan la inyección, y devolverse a su casa. Eso representa costos de transporte y días sin laborar para llevar la comida a su casa, y normalmente quienes están enfermos son cabezas de familia. La idea es que la formulación tópica, en la cual estamos trabajando, pueda llevarse en un spray. Que, por ejemplo, pueda servirles a los soldados que en este momento trabajan en el desminado y están en riesgo de adquirir el parásito.
¿Qué poblaciones recorrieron para analizar las muestras de sangre?
Fuimos a Santander de Quilichao (Cauca), Uribe (Meta) y algunos municipios de Cundinamarca, como Tocaima y Anolaima. A pesar de que nos les llevábamos una solución, muchas personas se acercaban y nos decían que estaban dispuestas a que les tomaran las muestras de sangre, pero que no querían continuar con sus brazos con llagas de úlceras cutáneas, que esperaban que encontrásemos la solución para simplificar su angustia.
¿El tratamiento se ha aplicado en personas infectadas con el parásito?
No. Esa será la segunda etapa: realizar una fase clínica en humanos, y para eso tendremos que buscar apoyo del Gobierno y la Organización Mundial de la Salud, porque esto no es solamente para Colombia. Es posible que a la Organización Panamericana de la Salud le pueda interesar esta investigación.
¿Hubo etapas en las que tuvieron que empezar desde cero?
En muchas ocasiones se aplicaba el método de experimentación y no daba un resultado que nos permitiera avanzar en el proyecto, y eso era de todos los días. Tamizamos alrededor de 300 moléculas y de esas ninguna nos daba. Tener que publicar una tesis en donde decíamos que ninguna nos dio era un fracaso que teníamos que matizar, porque, a pesar de los resultados negativos, lo cual es absolutamente normal, estábamos generando nuevos conocimientos, nuevas hipótesis.
¿Qué entidades financiaron esta investigación?
Tuvimos financiación de Colciencias, de alrededor de $300 millones. La Universidad Nacional implementó desde el año 2012 unas estrategias de financiación de proyectos a grupos de investigación que tuvieran resultados previos, y eso nos apalancó mucho para lo que pudimos desarrollar. Este proyecto de investigación nos permitió formar a cuatro estudiantes de maestría, un estudiante de doctorado, tres o cuatro publicaciones en revistas científicas indexadas y una patente. Eso ocurre con financiación decidida, con políticas de Estado, porque la investigación es capital de riesgo.
¿Qué significó para su carrera trabajar durante 15 años con el doctor Manuel Elkin Patarroyo?
Llegué a trabajar con el doctor Patarroyo al hospital San Juan de Dios el 20 de enero de 1992 y de allí casi no salgo. Él fue una escuela para muchos científicos colombianos. Gracias a él Colombia tuvo reconocimiento en la ciencia a nivel mundial. El generó escuelas de maestría, de doctorado, de pensamiento crítico cuando en el país no había escuelas serias de este grado.
Una anécdota.
Recuerdo que mientras en Harvard los artículos científicos se conseguían con facilidad en la biblioteca, a nosotros nos tocaba acceder a ellos vía fax, eso gracias a los contactos que el doctor Patarroyo tenía en la Rockefeller University.
Los académicos critican la primera versión del documento Conpes. ¿Cómo explica la inconformidad de los científicos frente a las nuevas políticas de ciencia e innovación que el Gobierno quiere implementar?
Estamos a punto de aprobar un Conpes vacío. Colombia tiene expertos y resulta que se están pagando consultorías costosas a investigadores de Alemania y Australia, mientras a nuestros científicos no se les ha preguntado cómo pueden aportar para cambiar la realidad del país. Ese documento sólo es para cumplir un requisito con los de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo y así poder ingresar a ella. El Gobierno no puede hablar de implementar el 1% del PIB para calmar las aguas de un presupuesto que le recortó a Colciencias.
¿Cuál sería el ejemplo de los errores que tiene este documento?
En el Conpes dice que van a crear cinco nuevas instituciones de investigación, y hasta donde recuerdo había 71 instituciones que le rogaban a la directora de Colciencias para que invirtieran dinero en ellas y pudieran tener cómo vivir y pagar la nómina.
Eso en cuanto al Gobierno. Pero ¿qué está haciendo la comunidad científica para hacer entender la importancia de la ciencia en Colombia?
Los científicos estamos en mora de generar estrategias de sensibilización para que la gente entienda cuál es la importancia de la ciencia. Con un grupo de académicos y profesores de distintas universidades estamos empeñados en ir al Congreso. Creemos que la única estrategia, aunque suene desfasado, es darle a Colciencias el estatus de ministerio para que la ciencia tenga la importancia que se merece. Afortunadamente la Comisión Sexta de representantes ha escuchado parte de eso y ya pasó en primer debate esa solicitud para que haya inversión decidida en ciencia, para que haya políticas de Estado.