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Dania Londoño: No tengo cara para volver a vivir en Colombia

Aquí cuenta cómo transcurren ahora sus días y cómo se sostiene.

Cecilia Orozco Tascón / Especial para El Espectador
06 de enero de 2013 - 02:00 a. m.
 /  Fotos: Óscar Pérez
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Dania Londoño, la mujer que puso en duda la calidad de los servicios de protección del presidente de Estados Unidos por el lío que armó cuando uno de sus agentes, quien llegó a Cartagena antes de la visita de Barack Obama, no le pagó una noche de placer, sufrió un giro radical en su vida a raíz del escándalo. Aquí cuenta cómo transcurren ahora sus días y cómo se sostiene.

 

Cecilia Orozco Tascón.- De vivir de noche en Cartagena pasó a estar en Madrid, viajar y a oír su nombre en el mundo por el escándalo que se armó entre usted y un agente del cuerpo secreto del presidente Obama. ¿Cuál es su edad?

D.L.- El 21 de diciembre cumplí 27 años. Mi hijo nació el mismo día. Él cumplió 11.

C.O.T.- Como digo, su vida sufrió un cambio total. Y, ¿la de su niño?

D.L.- Para él ha sido duro: tuvo que cambiar de repente de país, de colegio, porque me tocó sacarlo del de Cartagena en octubre y traérmelo a Madrid. Adaptarse a otro horario, a otras costumbres, a otros amiguitos y al frío no ha sido fácil. Pero él es inteligente y ha sabido asimilar el choque. Vive tranquilo y se siente feliz porque está con su abuela y con sus tíos.

C.O.T.- ¿Qué le ha dicho a su hijo del lío internacional?

D.L.- Gracias a Dios nunca ha entendido por qué su mama se volvió famosa. Le bloqueamos los canales de televisión y tratamos de esquivar todos los comentarios. Pero sé que cuando crezca tendré que contarle la verdad. De todas maneras, el cambio fue beneficioso para él. Está estudiando en España, algo que no estaba en mis planes, y uno de los medios que me entrevistó me dio un seguro de universidad para él. Le mostré la revista y le dije: “Mira, por hacer este desnudo me dieron estudios para ti”. Eso lo puede entender.

C.O.T.- ¿Qué opina su familia de que fuera “prepago”, como llama usted en el libro que hizo la actividad a la que se dedicó?

D.L.- Mi hermano dice que cada quien con su vida y que tengo que ver cómo asimilo lo que pasó, pero que siempre estará conmigo y que no importa lo que diga la gente. Mi hermanita tiene 13 años. Ella es solidaria conmigo, tal como mi mamá.

C.O.T.- Hace un año ¿qué hacía?

D.L.- Una vida común y corriente, sin muchos amigos. Pagaba el alquiler de un apartamento, el colegio del niño y una empleada de servicio.

C.O.T.- ¿Se imaginó involucrada en una noticia internacional?

D.L.- No, nunca imagino cosas porque he vivido el día a día. Nunca me he puesto a pensar qué irá a suceder mañana. Sin embargo, estoy sorprendida de hasta dónde he llegado. No crea que me siento orgullosa de lo que pasó. Estoy feliz por el aspecto económico, pero no me siento bien por lo que he hecho. Creo que lo que me sucedió es una prueba y una oportunidad que tengo para cambiar la vida que he llevado.

C.O.T.- Varias veces ha dicho que va a Dubái. Viajar a los Emiratos Árabes no es cosa de todos los días por la distancia y el costo. ¿A qué se debe su inusual interés y la recurrencia de sus viajes a ese sitio?

D.L.- En primer lugar, me gusta mucho Dubái. En segundo, no he viajado tanto a ese sitio. He ido dos veces porque tengo un novio allí.

C.O.T.- ¿De qué nacionalidad?

D.L.- (Risas) Preferiría no decírselo.

C.O.T.- ¿Por qué?

D.L.- (Risas) Porque como ha habido tantos problemas, no me conviene ni le conviene a él que lo diga.

C.O.T.- Más que la identidad de la persona con la que usted dice tener un vínculo amoroso, me interesa saber por qué viajó a Dubái y se refugió allá después del escándalo con el agente de Obama…

D.L.- Ese viaje ya estaba previsto. Lo había planeado mucho antes. Y hace poco volví porque quería ver a mi novio.

C.O.T.- No soy la única que ha tenido esa curiosidad. Los organismos de inteligencia de Estados Unidos y Colombia estuvieron interesados en conocer todo sobre usted y, tal vez, en saber cuál tipo de relación podía tener con habitantes de los Emiratos.

D.L.- (Risas) Un abogado en Cartagena se puso a inventar una historia que sólo cabe en su cabeza. ¿Cómo voy a darle $100 millones a cada “niña” de las que supuestamente trabajaban conmigo, cuando yo cobraba US$800? ¡Es una locura!

C.O.T.- Por cuenta de esa locura la interrogaron agentes del servicio secreto de EE.UU., ¿cierto?

D.L.- Sí. Estuve en la embajada. Me entrevistaron alrededor de 45 minutos, pero sobre ese tema me preguntaron sólo al final. A ellos también les pareció un cuento increíble. Si creyeran que estaba involucrada en un ataque contra EE.UU., estaría presa. No iban a dejar suelta a una terrorista, andando, así como así, por el mundo.

C.O.T.- ¿En cuál embajada de EE.UU. la interrogaron?

D.L.- En la de Madrid.

C.O.T.- ¿Es cierto que antes la habían buscado en casa de su madre, en las afueras de la ciudad?

D.L.- Sí. Llegaron después de las entrevistas que di a algunos medios y programas en los que yo había dicho, cuando me preguntaron por el invento del abogado cartagenero, que los norteamericanos no me habían buscado y que por eso creía que no tenían inquietudes sobre mí. Pienso que también les llamó la atención que yo dijera que los agentes de seguridad de Obama eran bobos.

C.O.T.- ¿Les preguntó cómo habían encontrado su casa?

D.L.- No, ni sé, exactamente, cómo dieron conmigo. Me imagino que a través del Ayuntamiento de Madrid, en donde debieron preguntar por el nombre de mi madre. Un día tocaron el timbre temprano, como a las 8 de la mañana. Yo estaba dormida. Mi mamá abrió, me llamó y me dijo que me buscaban de la embajada. Me asomé por la ventana y me vieron. Bajé y los atendí como estaba: en pijama. Les brindamos un café. Cuando me dijeron que querían hablar conmigo, les contesté que no deseaba tener esa conversación en mi casa y que preferiría que mi abogado estuviera conmigo. Ellos aceptaron mis condiciones. Pronto se dieron cuenta de que soy una mujer normal y de que tengo una linda familia.

C.O.T.- ¿No le pareció raro que la encontraran con tanta certeza en el sitio en que se encontraba?

D.L.- Me imagino que mis teléfonos estaban interceptados, lo mismo que el computador, y creo que deben conocer mis entradas y salidas de España. Así que también sabrán que no tengo nada que ocultar. Por ese lado estoy “relajada”.

C.O.T.- ¿Cree que la han seguido o vigilado su casa o sus viajes?

D.L.- Al principio sí. Muchos carros con placas diferentes estuvieron unos días rondando cerca de donde vivo. Desde mi ventana veía esos vehículos y, un día cualquiera, también los vi en el Ayuntamiento del pueblo. En mi teléfono se escuchaban ecos y supuse que alguien escuchaba todo lo que hablaba. Ya no sucede nada de eso.

C.O.T.- ¿Le pusieron fecha fija a su cita en la embajada?

D.L.- No. Me dejaron una tarjeta y me dijeron que cuando llegara mi abogado de Colombia los llamara para acordar la fecha. No hice nada bajo presión. Como a los tres o cuatro días los llamamos junto con mi abogado y apartamos la cita. Al día siguiente nos la dieron y fuimos.

C.O.T.- ¿Cómo los recibieron?

D.L.- Nos estaban esperando. Primero entró mi abogado para identificarse. Después nos llevaron a un salón con una mesa redonda. Me mostraron las fotografías de varios hombres y reconocí al que había estado conmigo en el hotel de Cartagena.

C.O.T.- ¿Lo identificó inmediatamente?

D.L.- Sí. Lo señalé y confirmé que era el del escándalo de aquella noche. Ellos movían la cabeza. Parecían estar de acuerdo conmigo. Entraban y salían. No me hicieron muchas preguntas. Luego me dijeron que era todo y nos despidieron.

C.O.T.- ¿Solamente le pidieron identificar al agente y nada más?

D.L.- No. Me pidieron que contara todo lo sucedido la noche del lío. Les respondí con detalles, sin exagerar el cuento, porque me gusta decir siempre la verdad. También me interrogaron sobre las afirmaciones del abogado de Cartagena que aseguró que yo hacía parte de un complot. Me lo mencionaron con nombre y apellido. Me preguntaron qué pensaba de esa historia. Contesté lo que ya dije: que era una locura. Por su actitud, ellos también debían estar seguros de lo mismo.

C.O.T.- ¿Cuánto tiempo estuvo en la embajada?

D.L.- Unos 45 minutos. No me acuerdo bien porque, de todas maneras, estaba nerviosa cuando llegué, pues no sabía lo que me esperaba.

C.O.T.- ¿Cuántos funcionarios de la embajada le hablaron?

D.L.- Dos, un hombre y una mujer.

C.O.T.- ¿Se identificaron?

D.L.- Sí. Es más: me dejaron una tarjeta del gobierno de EE.UU.

C.O.T.- ¿Fueron hoscos con usted y la grabaron?

D.L.- No fueron duros. Al contrario. Pero sí estaban grabando, aunque debo aclarar que no me sentí presionada ni intimidada. Cuando empezaron a hablar conmigo, la conversación transcurrió normalmente. Hasta se reían y me preguntaron por qué había dicho que ellos eran unos tontos. Les dije que me parecía increíble que una persona del servicio secreto llegara a hacer lo que hizo conmigo. Pero les aclaré que no los estaba tratando de bobos a todos.

C.O.T.- Los que hablaron con usted, ¿también eran agentes?

D.L.- No lo sé, pero tenían aspecto de personas entrenadas.

C.O.T.- ¿Diferentes a los que usted conoció en Cartagena?

D.L.- (Risas) Totalmente.

C.O.T.- ¿Cuál es la diferencia?

D.L.- La manera como se comportaban, como estaban vestidos y como hablaban.

C.O.T.- ¿Su abogado tuvo que intervenir en la conversación?

D.L.- Primero habló él y me presentó. Y después me dio pie para empezar mi relato hasta el final. Concluyó que no había nada extraño, además de lo dicho por mí.

C.O.T.- ¿Le preguntaron por qué había ido a Dubái?

D.L.- No. Se concentraron en que les contara lo que había pasado esa noche y en que les dijera quiénes habían estado en el bar, qué hacían y cuántas horas estuvieron. Me lo preguntaron varias veces.

C.O.T.- Además de identificar al hombre que estuvo con usted aquella noche en las fotografías, ¿reconoció también a los demás?

D.L.- Claro que sí. A todos.

C.O.T.- Quienes hablaron con usted, ¿hicieron algún comentario?

D.L.- No comentaron nada, pero se quedaban mirándome y me pareció que estaban sorprendidos.

C.O.T.- Después, ¿volvió a recibir llamadas de la embajada?

D.L.- Nunca más.

C.O.T.- ¿Qué hace en Madrid?

D.L.- Estaba tomando unas clases de actuación, pero me tocó dejarlas porque he estado viajando. Y también estoy recibiendo otras clases para ser DJ (disc jockey).

C.O.T.- De su vida en Colombia, ¿qué le queda?

D.L.- Cuando se armó el escándalo tenía un apartamentico alquilado en Cielomar, un condominio en Cartagena. Tenía muebles nuevos. Hacía mes y medio que había comprado juego de alcoba, sala, comedor, cocina, todo. Cuando el escándalo creció y salí rápido para Dubái, la empleada del servicio sacó a escondidas al niño, lo mismo que mis muebles, porque en ese sitio había mil periodistas. Después ella fue por mi perro, que duró dos días encerrado y solo. Mi hijo se quedó en casa de su padre y mis cosas estuvieron en una bodega hasta hace dos o tres meses, cuando decidí regalárselos a mi abuela y a una prima que me ayudó en esos momentos. O sea que del apartamento no queda nada. Mi hijo está conmigo y quienes supuestamente eran mis amigos me dieron la espalda.

C.O.T.- ¿Por qué lo dice?

D.L.- Porque unos decían mentiras, otros contaban cosas mías y entregaban fotos, y así. O sea que también me quedé sin mi grupo de amistades. Fue muy duro. Sin embargo, de Colombia lo único que tengo es recuerdos de momentos felices. Por eso voy cada vez que tengo oportunidad, pero no le cuento a nadie en Cartagena.

C.O.T.- Cuando llega al aeropuerto, ¿cómo la reciben?

D.L.- Los agentes de Policía son los únicos que me reconocen porque ven mis papeles. Siempre me saludan.

C.O.T.- ¿Le han hecho algún comentario irónico?

D.L.- No. Por el contrario. Me han dicho que me admiran.

C.O.T.- ¿Con quién se ve aquí?

D.L.- Con Tony, el único amigo que me queda y con otros pocos conocidos.

C.O.T.- ¿Volvería a vivir en Colombia?

D.L.- Todavía no tengo cara para hacerlo. La gente cree que soy fuerte y cínica, pero tengo mi parte débil. Siento vergüenza y todavía no soy capaz de mirar a la gente frente a frente. Me duele dejar mi país, pero siento que debo hacerlo porque no voy a estar bien conmigo misma ni podría hacer feliz al niño.

C.O.T.- Suponga que la crisis económica española no le permite prosperar o generar dinero. ¿Qué haría?

D.L.- Seguiría luchando como lo he hecho siempre, contra la corriente.

C.O.T.- ¿Qué fuente de ingresos se buscaría?

D.L.- Me pondría a ayudarle a mi mamá que está montando una empresita de arreglos de oficinas, canchas, etc. O trabajaría en cualquier parte, por ejemplo, en una tienda. Buscaría otras oportunidades, pero no necesariamente volvería a “lo otro”.

C.O.T.- Justamente, quería preguntarle: ¿volvería a su vida anterior?

D.L.- No creo. Voy a decir algo que no sé si suene muy ridículo: cuando hacía cada “cosa mala”, llegaba a mi casa y sentía un peso, como de culpa. Entonces le pedía a Dios que me perdonara y le prometía que no lo volvería a hacer. Pero las circunstancias me obligaban. Entonces fue cuando Dios me mandó un “tatequieto” y me hizo pasar esta vergüenza delante de todo el mundo. Pero no me dejó sola porque me dio dinero para que cambiara de vida. Por eso no pienso volver a cometer el mismo error.

C.O.T.- Por último, en el libro en que relata lo sucedido, usted es bastante cruda en las descripciones. ¿Por qué le interesaba contar con tanto detalle lo que ocurrió en la habitación del hotel Caribe?

D.L.- Porque quería que allí se reflejara la forma como hablo, es decir, con toda crudeza. Me quería identificar con él porque estaba contando mi vida. No tenía por qué esconder nada. En ese sentido era así y sigo siendo igual.

“Cobré todas las entrevistas que me hicieron”

Cecilia Orozco - ¿Dónde vive?

Dania Londoño - En las afueras de Madrid.

C.O.- ¿Viaja mucho?

D.L.- Sí, por placer.

C.O.- ¿Qué quiere decir “por placer”?

D.L.- Por conocer otros sitios, otra gente, otras costumbres.

C.O.- ¿A cuáles lugares ha ido?

D.L.- A muchas partes. Dubái, por ejemplo. También he estado en Alemania y en otros países de Europa. Y programé esta temporada de vacaciones en Cancún, México, y estuve en San Andrés y Cartagena.

C.O.- Disculpe, viajar vale dinero. ¿De dónde proviene el suyo?

D.L.- Del que reuní después del lío. Me dejó para vivir y para darme gusto sin necesidad de ningún hombre.

C.O.- ¿Cuáles fueron las fuentes precisas?

D.L.- Las entrevistas. Cobré todas y me pagaron bien. Di otras gratis, pero fueron pocas. También recibí dinero por el libro en que conté cómo ocurrió todo. Lo guardé todo y ahora estoy dándome gusto junto con mi hijo y los míos.

C.O.- ¿Sigue cobrándolas?

D.L.- No, sería el colmo.

C.O.- ¿Y cuando se le acabe la plata?

estética” en Madrid. Entre tanto, disfruto porque la vida es una sola. Además invertí en una casita, ahora que están tan baratas en España. Estoy pagando cuotas fijas. Pienso arrendarla para subsistir.

Relato de Dania sobre el incidente con el agente de Obama

“A mí me dio rabia que el agente me gritara. Si él a mí me habla de otra forma… me dice no tengo plata, bebí mucho… lo hubiera comprendido. Pero no, ‘let’s go, bitch’, ‘lárgate perra’, eso me emputó. Si sabe que soy una perra, ¿por qué no me paga? Hizo que me jurara: no me voy a ir de aquí sin mi plata… Mi mamá nunca supo que yo trabajaba de ‘prepago’, hasta que ocurrió todo esto. Pero cuando pasó, yo misma se lo dije: te tengo que contar algo pero no me juzgues. Tú simplemente apóyame y dejamos el regaño para otro momento… Mi mamá no me lo demostró pero se puso mal. Llamo al día siguiente y me dice mi hermana que ella está hospitalizada. Yo en Dubái, digo: ¿qué voy a hacer? Lo que hacía era llorar y llorar… Entonces pienso: no seas boba, tú eres ahora la prostituta más famosa de todo el mundo… Aprovecha tu putería. La gente te quiere ver como puta, acéptalo y aprovéchalo”. (Entonces vinieron las entrevistas, entre otras muchas, la de la cadena NBC y la del diario alemán Bild Zeitung.)

* Apartes del libro ‘Room Service’, 

Por Cecilia Orozco Tascón / Especial para El Espectador

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