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Una figura. Eso es Julián López. Una figura que siempre tiene hambre y que sale a comerse el mundo a dentelladas. Allá ellos, los que han querido ningunearlo en vano, porque como pasó esta tarde en Cañaveralejo, se llevó por delante la puerta grande con dos faenas de libro, a toros que lo pusieron a esculcar en su extensa tauromaquia.
Y él, feliz. Feliz de cuajar al quinto de la tarde, cuando ya lo había hecho con el segundo. Comencemos por el final, por ese penúltimo de la tarde que tuvo la ventaja de quedarse ahí en los medios sin mirar siquiera de reojo a los tableros, pero al que, como le pasó al encierro de Ernesto González, anduvo muy justo de raza, es decir, sin ese cuarto de tanque que le hubiera permitido romper y trascender.
Pero seres como Julián están hechos para las dificultades. Y esas se puedan superar si se hace lo que hay que hacer: primero, atacar, no esperar que el maná caiga del cielo. Al fin y al cabo la mansedumbre o lo que se le parezca no es un defecto, es una condición. Y segundo, poner a funcionar su cabeza de torero, que, en su caso, está edificada sobre millares de lecciones aprendidas en la primera fila de clase.
De allí, por igual, salieron los muletazos de rodillas, de los que se hincó sólo para rematar con arte puro. Y luego, esas series que ligó en los medios, todas sin tacha, todas más allá del límite que pedía el mismo ejemplar, todas con esa talla L que lleva por dentro el de Velilla de San Antonio. ¿Se puede hablar de perfección? Claro que sí. Como esa que sirvió para refrendar su obra: la del espadazo que hizo vibrar a la plaza desde el palco hasta la fila 30. Dos orejas y una puerta grande.
En el otro, se quedó esperando el segundo pañuelo de la Presidencia. Aunque eso en el fondo no importaba. Lo que valía guardar era el temple, ese de las verónicas y del quite, en el que las chicuelinas mostraron la belleza del buen capote. Faltó la música tan pronto hizo un cambio de mano memorable en el inicio de la faena. Pero si algo vale la pena no olvidar es cómo amarró a un animal que se quería ir, a punta de la más refinada técnica. Al final, cuando sacó un circular eterno que escondía bajo la manga de la chaquetilla, ese toro era otro toro. Sí señores, el segundo pañuelo era lo de menos.
Miguel Ángel Perera mereció otro final. En el tercero, que tuvo también el mérito de no buscar abrigo, tiró y tiró del ejemplar hasta poner a prueba la resistencia de sus brazos largos, sobre todo del izquierdo con el que sacó una tanda fabulosa. El temple y el mando lo hicieron todo. Sólo que la espada cayó baja y el trofeo se esfumó. En el sexto, muy alto, aguantó hasta lo imposible en los muletazos de partida, pero el toro no mantuvo el nivel y todo quedó en palmas.
Diego González encontró en el primero de la tarde un toro con bastante edad (como todos los de la corrida) y mucho cuajo, aunque todo se fue en presencia porque la res jamás quiso. En el cuarto, la mala suerte le repitió la dosis a Diego. Aparte, al de ese turno le faltó alegría.
Ficha de la corrida
Feria de Cali
Plaza de toros de Cañaveralejo
Seis toros de Ernesto González Caicedo
Desiguales de presentación y justos de raza. Algunos de ellos lindando los cinco años de edad y otros, los seis.
548, 448, 460, 468, 494 y 484 kgrs
Diego González
Grana y oro
Silencio tras aviso y silencio
El Juli
Turquesa y oro
Oreja con petición de otra y dos orejas
Miguel Ángel Perera
Verde botella y oro
Saludo y palmas
Detalles:
Tres cuartos de entrada. Tarde calurosa. Saludó en banderillas Francisco José Doblado, al tercero.