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Fandiño a hombros

La corridas comienzan en realidad en el patio de cuadrillas. Por ahí entran no solo los que van a ponerle el cuerpo a los toros y sus subalternos sino los entendidos y los que, como yo, quieren entender mas de ese arte esotérico que se llama la fiesta brava.

Alfredo Molano Bravo
07 de febrero de 2015 - 04:14 p. m.
El torero español Iván Fandiño sale en hombros de la Plaza de Toros La Macarena de Medellín. Diego Ventura el portugués en la tercera foto. / EFE
El torero español Iván Fandiño sale en hombros de la Plaza de Toros La Macarena de Medellín. Diego Ventura el portugués en la tercera foto. / EFE
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La corridas comienzan en realidad en el patio de cuadrillas. Por ahí entran no solo los que van a ponerle el cuerpo a los toros y sus subalternos sino los entendidos y los que, como yo, quieren entender mas de ese arte esotérico que se llama la fiesta brava. Es un lugar donde se comentan las corridas pasadas, se habla con las figuras y cuentan cuentos del llamado “mundo de los toros”. Ayer 6 de febrero el tema fue la última sentencia de la Corte Constitucional que ratifica la preservación de la cultura taurina. Una nueva derrota para Petro en el alto tribunal, que sin duda, el alcalde tratará de birlar con una consulta. No será fácil porque la iniciativa tendrá que pasar por el Concejo de Bogotá, donde no las tiene todas consigo y luego por el Tribunal de Cundinamarca, donde naufragaría, puesto que consulta no mata sentencia.

También se habla de los últimos festejos de pueblo, donde va de verdad el pueblo raso. Porque nada mas falso que el argumento de Petro y de sus animalistas que es un espectáculo para los ricos; si así fuera el mismo Petro, que no es propiamente un descamisado, iría. En Tuta, Chinácota, Choachi, Ubaque, Ubaté, y 100 pueblos, el “respetable” y los toreros son de a pie. Un buen banderillero -Emerson Pineda-, que a fuerza de vernos nos saludamos, me comentó sobre los mondoñedos en Gachetá, que dieron juego, y los juanbernardinos que se torearon en Lenguazaque. El toro que allí le tocó a Ricardo Rivera fue uno de los mejores de la temporada y la faena, una de las mas finas y valientes del torero.

La plaza de toros de La Macarena cumple en esta temporada 70 años de inaugurada y la empresa trajo lo mejor de lo mejor. La de ayer fue la segunda de la feria -precedida de un festival y una novillada-.Tres cuartos de plaza, toros de Achury Viejo, expectativa y un “Oh libertad” -el himno de Antioquia- que se oyó contra las amenazas políticas locales a las corridas de toros. Porque aquí los políticos quieren también explotar la veta. La corrida comenzó con la trenza de Rosario, una de las alguacilillas que hizo el despeje y que le saltaba bajo su sombrero de ala ancha.

Diego Ventura -que estuvo en Lenguazaque, Cali, Manizales- es un gran jinete pero también un gran torero a caballo y a pie. Es honrado y sobre todo apasionado, trasmite lo que siente, bueno o malo, y eso se agradece y se admira. Con el primero no tuvo suerte, aunque como sus hermanos, fue aplaudido al salir. Un toro hecho, bien armado que le tiraba a la capa pero se aburría con el caballo. Con un toro parado, no hay cabalgadura que valga: ni con Demonio, ni con Oro, ni con Toronjo, pudo Ventura entusiasmar a Madrilito de 482 kilos. Su segundo fue devuelto porque el animal estaba en otro mundo. Un gesto generoso de la Presidencia aunque no muy clásico. Con su segundo se sacó la espina. Pero a medias, o sea con una sola oreja: lo esperó con el anca de Alfarero -un caballo atento que mira de reojo- . En la puerta de toriles, nervioso, Ventura picó espuela antes de que el toro se prendiera a la cola y deslució el aventón. Templó con la garrocha, pero Condenado tenía más trapío que bravura; y en ese medio sí, medio no, quedó el resto de la faena. Ventura es un rejoneador inspirado, no tiene repertorio programado y por eso Hermoso de Mendoza no quiere un mano a mano.

Fandiño hace en el callejón un altar con la capa desplegada en el piso, la mirada congelada sin mirar el ruedo. Se sacude el miedo por los hombros y cuando siente al toro en la arena, lo mira, da un paso adelante y torea. Siempre torea. No engaña. Va directo, pisa con los talones y espera. Toreó a Campesino -los campesinos siempre responden- como si el cuerpo obedeciera a la capa y guiara la embestida. Era un toro serio. Dos chicuelinas, una pica bien puesta de Rafael Torres y un par de banderillas de Santana de ¡ay! y suspiro. Dos, quizás tres, cambiados por la espalda, y a mirar la verdad de frente. Toreo exquisito, lento, lentísimo, con la muleta, deteniendo el tiempo. Sin zapatillas, naturales, largos, templados ligados a un toro enamorado, amarrado a la cadera. Un pase de Las Flores y espada al corazón. Dos orejas. Claveles al aire. En el callejón Fandiño pasa la gloria con agua de un vaso de plata. Relicario, segundo en suerte, no dio juego alguno. Pasó por la arena como si no hubiera pasado, salvo las banderillas de Chiricuto. Clavó y se plantó -instantes eternos- en la cara del toro. Nada quedó en la memoria. Cuesta trabajo escribir cuando nada sucede.

Santiago Ritter debutaba en La Macarena como torero. La boca seca, los músculos tensos, las manos húmedas. Cautivo, un castaño oscuro, sacó aplausos al saltar -literal- a la arena. Suelto, galopero. Dos verónicas atropelladitas y al caballo. Se ensaña con la bestia. Era un toro cazador que ni los muletazos por lo bajo pudieron meterlo en la muleta. A Ritter se le siente valor y ganas. Mató con tres cuartos de espada a un toro sin nobleza. Con su segundo, Escondido, el más pesado -502 kilos- y serio del encierro, se repite el guion: un toro quedado y un torero atormentado por las dudas. El tiempo lo irá templando porque tiene de donde.

Por Alfredo Molano Bravo

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