Antanas Mockus en lituano

De la vida del candidato presidencial se sabe casi todo, menos la conmovedora historia de sus raíces europeas.

Nelson Fredy Padilla
01 de mayo de 2010 - 09:00 p. m.

Para escapar del torbellino político en el que vive atrapado como candidato presidencial, Aurelijus Rutenis Antanas Mockus Sivickas recurre a una terapia infalible: hablar en lituano con su madre Nijole o su hermana Ismena. Si no, recupera el aplomo con un libro en las manos, recostado en su sofá preferido junto al piano.

El último día que hablamos quería desconectarse de la barahúnda de la plaza pública, tras una gira por la costa Atlántica que lo dejó casi sin voz, y volver a la serenidad religiosa de los versos de Milosz, el Nobel de Literatura 1980, creador de un Estado apolítico y sin fronteras, obra de poetas que sólo quieren ser regidos por las ideas y las palabras. Sin entender de dónde vienen los años de éxtasis y a la vez de penas, / Aceptando mi destino y suplicando el otro, / No me consentía, apretaba mis labios. / Me siento orgulloso de una sola, por mí conocida, / virtud: / Azotarme con una disciplina de varios brazos.

Hubiera preferido que escogiera El poder cambia de manos, novela sobre un país arrasado por la violencia en transición histórica para asumir su propio destino. La significación va más allá de la posguerra de los años 50, de polacos y lituanos tratando de dejar atrás el genocidio nazi y de liberarse de la opresión soviética.

¿Por qué Czeslaw Milosz? No sólo porque nació en Lituania —aunque su obra la escribió en polonés y se universalizó en inglés—, no sólo porque se salvó de las dos guerras mundiales, de la Revolución Bolchevique y del régimen stalinista del que era un ex diplomático arrepentido, sino porque fue uno de los autores definitivos en la vida del más probable presidente de Colombia 2010-2014. La trágica muerte de su padre, Alfonsas Mockus, le generó una crisis existencial. Antanas o Antonio, como le decían los allegados, tenía apenas 14 años y su papá, de 44, era su ejemplo y guía. “Me afectó mucho, tanto que cambié de perspectiva y me refugié en la literatura por él y en el arte por mi madre escultora”. El lector precoz, desde los dos años de edad, abrió su mente al mundo primero en lituano, luego en español y en aquellos años de incertidumbre en francés, polonés e inglés.

Escritor inédito

Mockus podría dictar una conferencia sobre la moralidad a partir de Crimen y Castigo de Dostoievski; de Kafka puede recitar la Carta al padre. Luego se doblegó ante el existencialismo de Sartre y la búsqueda de la identidad inspirado por Césare Pavese. El diario de este escritor italiano, El oficio de vivir, lo llevó a escribir uno propio, en lituano y español, y a madurar el deseo juvenil de ser escritor, sembrado en él por los nadaístas colombianos.

Conserva el cuaderno en su biblioteca privada, con apuntes al margen sobre los clásicos. También guarda sus primeros y únicos borradores de ficción, como el cuento El adolescente solitario, escrito en homenaje a su primer amor y representado por una mujer que se deforma el rostro frente a un espejo, cansada de que los hombres sólo la valoren por bella. Luego escudriñó el pensamiento filosófico en Heidegger, Kant, Foucault, Deleuze, Lyotard.

Y vuelve a Milosz para evocar sus raíces lituanas, como si fuera el pequeño Tomás en El valle del Issa y recorriera los lagos y bosques bálticos del añorado Gran Ducado de Lituania, el país más grande de Europa en el siglo XV, ahora uno de los más pequeños —del tamaño de Cundinamarca— aunque por fin libre de yugos. Fábulas, tragedias, ángeles y demonios. Así es la novela, así es la vida.

“¿Qué tengo de lituano? Mucho. Esa fuerza de voluntad de mis padres para enfrentar las dificultades y sobreponerse una y otra vez. El culto por el trabajo a un ritmo muy fuerte, porque los lituanos hacen en cortos veranos lo que no alcanzan en largos inviernos. Además, trato de ser digno heredero de lo justo que era mi padre y cómo sembraba en los demás la obligación de la justicia. Al menos cada año voy a visitar su tumba en el cementerio alemán de la calle 26 y renuevo mi compromiso con sus ideales”.

Antanas se quedó esperándolo en Bogotá. Alfonsas quería pasar unos días con su familia y tomó un vuelo de Avianca desde Cartagena, donde dirigía un proyecto metalmecánico de la empresa lituana Distral. El avión se fue a pique en inmediaciones de La Boquilla. Era un ingeniero graduado en dos universidades norteamericanas por correspondencia. Mockus se enorgullece hasta que la voz le tiembla: “Mis padres sufrieron la guerra por ambos lados, tanto la invasión alemana como la rusa, la profesora más cercana a nosotros fue fusilada, mi abuelo fue desterrado a un gulag en Siberia”. El anciano médico murió de pena porque mintió en una autopsia a favor del régimen de Stalin. Lecciones para moldear el carácter. En su casa y en la de su madre no faltan un botiquín de guerra, enlatados y agua potable. “Nunca se sabe qué puede ocurrir”.

El patriarca

“El sufrimiento se transformó aquí en vidas renovadas y gratitud por esta nuestra segunda patria”, me dijo Stany Sirutis en 2003. El patriarca lituano tenía 92 años y una sabiduría que fue el soporte espiritual de Antanas Mockus cuando le faltó su padre. Era diplomático en Bruselas cuando estalló la II Guerra Mundial, no pudo regresar a su país y aceptó una invitación del embajador de Colombia en Bélgica, Pedro Juan Navarro. “Pensaba descansar unos días en Santa Marta mientras se calmaban las cosas pero mis vacaciones aquí se volvieron eternas y muy productivas”, reía mientras me mostraba postales de sus siete hijos.

Acumuló 60 años de trabajo duro, primero vendiendo camisas a lo largo del río Magdalena y en Villavicencio, y luego productos de belleza y transistores Emerson en el centro de Bogotá. Hasta que descubrió, junto a su bogotanísima esposa Muriel Morales, que su paradójica redención serían los viajes de placer al tiempo que ejercía como representante de la europea Organización Internacional de Refugiados. La Asociación Nacional de Agencias de Turismo (Anato) reconoce a Sirutis como su fundador en 1948 y pionero de la industria. Cinco años antes había montado Turavión y fue el primero en llevar un grupo de excursionistas colombianos a Miami en un DC-4 de Avianca.

Sus últimos años los pasó en una modesta casa en el sector de Engativá y todos los lituanos lo consultaban como a un sabio, en las buenas y en las malas. Lo conocí la semana del secuestro en Villavicencio del niño Vytis Karanauskas, hijo de una médica. Como en la posguerra, la colonia lituana de 270 personas y sus descendientes colombianos se reunieron para marchar por las calles de la capital y reclamar la libertad del pequeño de tres años. Los convocó Sirutis, los lideró el entonces alcalde de Bogotá Antanas Mockus. A las pocas horas Vytis fue rescatado por la Policía. Los delincuentes creían que se trataba de un “gringuito”.

Antes de salir a la marcha pacífica, Antanas se calzó los guantes de boxeo que reposaban en su despacho y golpeó con furia el saco de arena colgado a un lado de la mesa de juntas, marcado con la frase: “Descargue aquí su malpensar para bien pensar”. En el escritorio tenía un libro de Gandhi sobre cómo reaccionar a la guerra con espiritualidad. Las Farc lo mantenían bajo amenazas de muerte, acababan de derribar nueve torres de energía y dinamitar un túnel en el páramo de Chingaza en un intento por dejar sin luz y agua a la ciudad. Mockus les respondía guardando las armas de sus escoltas en una urna, luciendo un chaleco antibalas con un orificio en forma de corazón en el pecho y exigiéndole a Tirofijo pedir perdón a los bogotanos.


“Mi amigo Vitas”

El alcalde lloró contándome que él ya había perdonado a los guerrilleros por esos atentados y por balear en las afueras de Villavicencio a Vitas Slotkus, su mejor amigo de 42 años. Asesinado el 16 de febrero de 1995, día en que los lituanos celebran su fiesta nacional. Los descubrió mientras robaban el ganado de una finca que administraba. Conserva la foto que aquí publicamos y como recordatorio una enredadera de cucharas de arcilla. En cada una está inscrito el nombre de una víctima de la violencia colombiana y una frase de paz, “de Noviolencia”, me recalcó entonces con Poder y lucha de Gene Sharp a la mano.

Laima Grigaliunas Didziulis, la cónsul honoraria de Lituania en Colombia tiene registrados 120 pasaportes de compatriotas, todos con familia colombiana —ella tiene cuatro hijos y siete nietos nacidos acá—. La mayoría son profesionales destacados en ingenierías, medicina y pedagogía; agricultores en el Meta, Antioquia y Valle, y hasta casamenteros en Bogotá. Como lo publicó esta semana el The Lituania Tribute, respaldan la aspiración presidencial de Mockus, el tímido pelilargo que dirigía en los años 70 el grupo de baile y el coro de la colonia.

“Montábamos obras de teatro infantiles a partir de cuatro bailes lituanos, nos divertíamos y aprendíamos —recuerda Mockus—. Había llegado de estudiar en Francia, dejando atrás mi sueño de ser escritor porque el proceso creativo se concentraba en buscar materia prima para mis ficciones y preferí dedicarme de lleno a las ciencias sociales, a la realidad de nuestro país, primero a través de la enseñanza y luego en la política”. Milosz en Dedicatoria: ¿Qué es la poesía que no salva / a las Naciones ni a la gente? La complicidad de las mentiras oficiales…

“A Mockus el político —Sirutis lo llamaba por el apellido que significa Moisés— lo he regañado, por ejemplo cuando se bajó los pantalones en la Universidad Nacional. Pero lo más importante, aparte de ser ciudadano ejemplar, es que sea humilde y no se doblegue ante las tentaciones del poder”.

Antanas asentía pero lo ponía nervioso con las “pequeñas prácticas simbólicas, no confrontativas, que fortalecí en Harvard”: lanzarse vestido a una piscina para que le prestaran atención, llegar al Palacio de Nariño con una espada plástica rosada, acudir a la pirinola para tomar decisiones, morder una zanahoria de trapo para contenerse, disfrazarse de Supercívico, casarse en un circo con marcha nupcial sobre un elefante, lanzarle agua en la cara a un contradictor, bañarse en una fuente pública para redimirse. Alumno de Milosz: Lamento mis necedades / entonces y más tarde y ahora, / por lo cual mucho / me gustaría ser perdonado. “Parece un simio, el bobo que se hace el loco, el hombre de culo de mandril”, dice el escritor Fernando Vallejo. No le perdona verlo como político.

“Con 58 años no me siento capaz de volver a la hoja en blanco para hacer literatura —admite Mockus—, en cambio en la política me siento más capacitado que nunca para representar a los colombianos”. Laima, la cónsul, me asegura: “Él está preparado y sería un gran honor tener un presidente colombo-lituano”.

Hay un abismo entre la poesía y la política. En La caída de Milosz la nación se derrumba por la muerte de los hombres, su población dispersa, su tierra que una vez proveyó de cosechas está saturada de cardos. Mockus asume la máxima de su poeta preferido: ser obrero en la viña para la hermandad. Cree en la poética de la política así la utopía sea comparada con un estúpido viaje de mariposa en ultramar.

“Escapamos del miedo absoluto”

Una emoción similar, más contenida que la de Mockus, me transmite la cónsul honoraria de Lituania, Laima Grigaliunas Didziulis. Llegó a Colombia hace 62 años siendo una niña, con el horror de la guerra estampado en el alma pero dando gracias a Dios por encontrar un país donde no los rechazaron, como ocurrió en los campamentos en los que vivió durante cinco años en Polonia y Alemania.

“Escapamos de aquel miedo absoluto a través del mar más tranquilo que recuerde”. Como casi todos los lituano-colombianos, hizo una travesía de tres semanas en barco hasta Cartagena. La familia contactó a cuatro padres salesianos, los primeros lituanos misioneros en llegar a Colombia a comienzos del siglo XX. Tamoshiunas, Saldukas y Matutis eran los apellidos de los religiosos que junto al empresario Stany Sirutis aprovecharon el Comité Católico Lituano fundado en Bogotá en 1939 para traer a 1.800 desplazados de la II Guerra Mundial. “En 1947 llegaron las dos primeras familias, pero la mayor migración fue en octubre de 1948. Ahí llegamos nosotros”.

El Nobel y el discípulo

El poeta Czeslaw Milosz (1911-2004) tradujo del inglés a Eliot, Milton, Shakespeare y Whitman para aprender sus técnicas. El resultado se refleja, por ejemplo, en Tratado poético, sobre el espíritu contra el materialismo; la política contra el totalitarismo; la verdad, la conciencia, la honradez, los valores morales frente a “los asuntos terrenales”; no al “pensamiento cautivo” ni a la “mente esclavizada”; sí a la libertad, la solidaridad, la esperanza, la sinceridad, la ley, la vergüenza y el perdón. Los mandamientos de Antanas Mockus para actuar como un mejor ser humano cada día. Con sus virtudes y pecados, con esa costumbre que le critican sus asesores de imagen, de admitir los errores de inmediato e inculparse las veces que sea necesario. Parece practicar al pie de la letra el poema Honesta descripción de mí mismo, en el que Milosz pinta al hombre con una mente capaz de entender la inconcebible multiplicidad de las cosas visibles y también de vivir arrullado por sueños porno.

Por Nelson Fredy Padilla

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