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‘A la diestra de Dios Padre’

Este jueves 17 de enero se cumplen 150 años del natalicio del escritor antioqueño. Durante 2008 el Ministerio de Cultura conmemorará esta efeméride.

Juan David Montoya Alzate
15 de enero de 2008 - 12:12 p. m.
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Ante la tertulia del Casino Literario de Medellín alegó que en el pueblo donde nació y al que el mundo le hizo una gambeta, no sólo había oro sino también algo  más valioso: material novelable. Ganó la disputa, con el tiempo, por puntos; no por nocaut.

Allí en Santo Domingo empezó a zurcir sus historias, como también las prendas. Fue sastre. Muchos ‘carrasquillólogos’ sospechan que la suya fue una obra autobiográfica. Por ello es muy probable que Tomás Carrasquilla, siendo niño y juguetón, como en su primer cuento Simón el mago, se aventara a los aires desde el tejado de una de las casas de ese caserío venido a pueblo, queriendo ser brujo, queriendo levantar el vuelo, con el combustible de la frase “¡No creo en Dios ni en Santa María! No creo en Dios ni en…”.

Fue en Santo Domingo, “un poblachón encaramado en unos riscos de Antioquia”, donde hace 150 años nació Tomás Carrasquilla, “sin que hubiera anunciado el grande acontecimiento ningún signo misterioso ni en el cielo ni en la tierra”.

Así escribiría de su lugar y fecha de nacimiento el mismo Carrasquilla 57 años después. También diría que era el pueblo de las tres efes por aquello de que era “Frío, feo y faldudo”, y que algunos lo compararían con un nido de águilas por lo encumbrado.

Santo Domingo tiene una iglesia inmensa, casi tan grande como la influencia que los púlpitos tuvieron en la obra del autor; tapias del siglo XIX, las calles solas y una casa de ocho habitaciones en la esquina de la plaza principal en la que se lee una placa gubernamental que rinde culto al “Maestro de la literatura nacional”, a la “Gloria de la letras castellanas”, al “insuperable cultor del habla terrígena de Antioquia y dilecto hijo de Santo Domingo”.

Pero entre las 2.500 personas que habitan ese territorio que evadió el progreso, esa “gloria de las letras” hacía tiempo, muchos años, que había perdido lustre. Dos años atrás, Santo Domingo, una de las fuentes literarias más exprimidas de la historia de la literatura colombiana, no sabía de su importancia. La gente no recordaba cuándo, ni por qué, ni quién los había narrado. Hasta hace dos años, la gente de Santo Domingo apenas recordaba a Tomás Carrasquilla y un pasado en el que el pueblo era lugar de paso obligado.

Desde 2005, aquel “dilecto hijo de Santo Domingo”, apenas recordado en la esquina de la plaza principal, empezó a tomar forma de nuevo entre la gente del pueblo.

Con las cuentas de cobro del agua empezó a llegar el boletín Tomás Carrasquilla vive con nosotros. En las puertas de las tiendas, en las ventanas, empezó a verse la caricatura del hombre bigotón y de sombrero que antaño se paseara por allí. Obras de teatro de diversos cuentos comenzaron a exhibirse. La única emisora, Dominicana Stéreo, difundía la voz de Carrasquilla, y la casa que antes fuera del autor, se empezó a convertir en museo.

Un grupo de jóvenes llamado Los Vigías del Patrimonio, desataron la ‘carrasquillomanía’ en Santo Domingo. Su proyecto cultural les valió un reconocimiento del Ministerio de Cultura por la defensa del patrimonio. Este es el año de Tomás Carrasquilla: en el metro de Medellín se escucharán pasajes de su obra y la conmemoración tendrá un lugar reservado en espacios como el Hay Festival de Cartagena y la Feria del Libro de Bogotá.

‘Carrasquillomanía’

De la literatura de Carrasquilla, en el municipio de Santo Domingo se mantienen los indicios, los personajes, los lugares, las formas de hablar. Más de un siglo había desdibujado al personaje, mas no el lugar ni las costumbres de las que sacó sus historias.

Aún permanecen algunos de los vocablos que, al utilizarlos y hacer de ellos la espina dorsal de su obra, dieran a Carrasquilla su mérito más sonoro: el de su voz, que lo consagrara como indiscutible maestro en el manejo del lenguaje regional. En Santo Domingo no cae la noche: principia. Las cosas no están colgadas, sino ‘gulunguiadas’.

“En un altísimo porcentaje se mantienen las cosas narradas por Carrasquilla. Es como en su época. Todavía hay gente muy pobre y expresiones que se mantienen. Por ejemplo, hay una pareja de viejitos que todavía cocina con leña y una señora igualita a Peralta, el personaje de A la diestra de Dios Padre”, dice Claudia Arroyave, quien fue la promotora del rescate de Carrasquilla en su pueblo natal. La bienvenida a su hogar la da un letrero que aplica para muchas otras viviendas del pueblo: “En esta casa está de moda Carrasquilla”.

Recordar al autor fue desenterrar una época de la que se conservan la arquitectura, las costumbres y la nostalgia de un fulgor perdido. Todos los que querían entrar a aquella región antioqueña repleta de oro, tenían que pasar por Santo Domingo.

Hasta la llegada de ese pilar principal que sostuvo la epopeya de la pujanza paisa, llamado ferrocarril, el pueblo era paso obligado para comerciantes, arrieros con sus recuas de mulas, para todo el comercio que movía la minería y para compañías de teatro y ópera que dejaban allí sus rastros, sus libros y sus cantares antes que en Medellín.

En 1914, con la puesta en funcionamiento del Ferrocarril de Antioquia, que evadió de su trazado la cabecera del municipio, fueron pocos los que llegaron por una de las dos puntas del camino de herradura que hasta principios del siglo XX conducía, por un lado a Medellín, y por el otro al río Magdalena, al resto del mundo.

En su relato Dimitas Arias, Carrasquilla cuenta cómo fue que Santo Domingo en “ese circuito que llevó tantos hombres sapientísimos, que estableció el foro, que elevó el pueblo a la categoría de ciudad (...) ¡Qué triunfos, qué glorias!”. Por el pueblo pasaron los mineros y la historia de Antioquia.

Fue así como Carrasquilla y sus amigos pudieron instalar, en 1893, la Biblioteca del Tercer Piso. “Por allá en esas batuceas de Dios, a falta de otra cosa peor en qué ocuparse, se lee muchísimo”, escribió Carrasquilla. Luego de más de cien años, la biblioteca aún conserva cerca de mil obras de Balzac, Cervantes, Dostoievski, Dickens, Flaubert, Maupassant, Poe y Tolstoi. El destino de estos libros, traídos por editoriales francesas e inglesas, era Medellín, pero se quedaron en este pueblo del nordeste antioqueño.

La biblioteca también conserva el registro de las lecturas de Carrasquilla y los manuscritos de Frutos de mi tierra. “Una vez, en la quietud arcadiana de mi parroquia, mientras los aguaceros se desataban y la tormenta repercutía, escribí un mamotreto, allá en las reconditeces de mi cuartucho”. Con Frutos, su primera novela, Carrasquilla demostró que se podía escribir acerca del asunto más vulgar y cotidiano. Todos los integrantes del Casino Literario, con excepción de Carlos E. Restrepo y Tomás Carrasquilla, sostenían que en Antioquia no había materia prima para construir una novela. Fue entonces cuando Carrasquilla volvió su memoria a Santo Domingo. Con Frutos de mi tierra, la pugna terminó favoreciendo a Carrasquilla y al que fuera después presidente de la República.

Para su publicación, Carrasquilla tuvo que salir de Santo Domingo a caballo, tuvo que tomar el tren, luego el barco y, finalmente, un carruaje que lo llevó hasta Bogotá. Fue una de las dos veces en su vida en las que abandonó a su querida patria chica.

“¡Antioquia! ¡Antioquia! ¡No saben lo que es Antioquia!”, fueron sus últimas palabras, una muestra del talante que se impuso durante todo el siglo pasado en las gentes paisas, en casi toda la obra de Carrasquilla.

Para los años 30, Carrasquilla, cansado de su ceguera, esperaba la visita de la ‘pelona’. “Para que venga a libertarme de esta vida”, dijo en una entrevista de prensa de 1936. Había sufrido gangrena y exhalaba un hálito lúgubre.

Quienes lo visitaban durante los últimos años de su vida, se encontraban con un Tomás como el que se ve en la imagen que acompaña este artículo: “sentado en una amplia silla, tapadas las piernas con una cobija, mirando hacia ningún lado a través de anteojos de gruesas lupas y protegida la cabeza con una boina vasca”, según lo describió Carlos Sánchez Lozano, uno de sus biógrafos.

Recordando bien las imágenes, escuchando mejor los diálogos de sus gentes,  Tomás Carrasquilla creó Hace tiempos. Es una trilogía que se terminó de publicar en 1936, cuatro años antes de su muerte. Ya estaba ciego y tuvo que dictar la novela a miembros de su familia. Carrasquilla murió en Medellín, lejos de su natal Santo Domingo, cuatro años más tarde. Murió solo, casi abandonado, bajo las normas de su pluma.

Un sastre, un dandi

“En mi pueblo Santo Domingo, y en casa de mi abuela, solían reunirse todas esas viejas a contar y a comentar cosas de Yolombó, y yo, con esa sopería con que Dios me dotó, las oía extasiado”.  Creyente, cascarrabias, nacionalista y aún más regionalista, liberal de familia y confesión, godo de esencia. Se especula que Tomás Carrasquilla era homosexual y que su vida estuvo marcada por una carencia de acontecimientos relevantes. Bebía y fumaba en exceso. Dandi era el nombre de su marca de cigarrillos.  Escribió para El Espectador desde 1914 una columna de cuadros rústicos llamada “Dominicales”. Aunque tuvo amigos dentro de los círculos intelectuales bogotanos y paisas, Carrasquilla fue un autor al que muchos le acomodaron  despectivamente el título de costumbrista. Sólo hasta su obra “Hace tiempos”, Carrasquilla recibió el reconocimiento de sus contemporáneos. Por ella la Academia Colombiana de la Lengua le otorgó el Premio Nacional de Literatura y Ciencias José María Vergara y Vergara en 1936.  Su novela “La marquesa de Yolombó” es considerada una de las novelas más importantes de literatura colombiana.

Por Juan David Montoya Alzate

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