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Se dice que la música invade cada rincón de San Martín de Loba, un sitio al sur de Bolívar de origen indígena, donde los niños, con sus padres y abuelos, aprenden a bailar y cantar al son de la tambora, ese instrumento que con cada golpe inicia un alboroto. Allí, el río Magdalena bordea sus tierras y la Luna ilumina las noches cuando la electricidad se va cada tanto. Fue en ese lugar donde nació Martina Camargo, la cantaora que partió hacia Barcelona (luego irá a El Cairo, después a Beirut) para trasladar los ritmos del Caribe y conmemorar el Bicentenario de la Independencia.
Desde pequeña, cuando Cayetano, su papá, le cantaba mientras la mecía en la hamaca junto con sus cinco hermanos, Martina Camargo empezó a amar la música. La voz de aquel hombre célebre por sus composiciones la introdujo en una tradición con la que espera morirse. “Lo mío es de raíces. Viene de generación en generación. Yo lo he hecho desde niña cuando participaba en la novena del Niño Dios y acompañaba a los abuelos tras ese recorrido de tambora, así que es algo que va a perdurar hasta que yo muera, seguirá a mis hijas y creo que alguno de los nietos tiene que cantar, bailar o tocar”.
De los juegos tradicionales de su región, como El Calabazo o El Emiliano, pasó a presentarse en tarima con el grupo Alé Kumá en el 87 y a ganar, un año después, el Festival de la Tambora con Las olas de la mar, su canción favorita y composición de su padre. Posteriormente, colaboró con Andrea Echeverri y Héctor Buitrago, pero fue en 2009 cuando Canto, palo y cuero, su tercer álbum como solista, sería incluido por la revista Semana entre las 10 producciones más importantes del año. “Nos enamoró por esa alegría omnipresente en sus interpretaciones”, señalaba la publicación y, sin embargo, pese a ese cúmulo de reconocimientos ella sigue definiéndose como “una mujer humilde, con un perfil muy bajo”.
Todavía, a pesar de haberse presentado en Italia y México, Martina Camargo reconoce el disfrute que le genera interpretar sobre la arena. “No es la misma sensación que en tarima porque como son bailes populares que se hacen en las calles, uno baila con los pies descalzos y el roce con la gente y con la tierra es totalmente diferente. A uno le vibra más, siente más la sangre, es estar en contacto con la naturaleza”. Es por eso que ella misma se puso en la tarea de difundir, desde hace más de 9 años, los aires de tambora para que las personas gocen de los ritmos que han sido parte de su vida. “No debe ser únicamente que los lobanos sean los que disfrutemos de esa música, hay que llevarla más allá. Así como hay otras manifestaciones culturales que se conocen, como la gaita y la cumbia, así quiero yo que la tambora trascienda y cruce fronteras”.
Ahora, la mujer de la amplia sonrisa está viajando rumbo a Europa y Oriente para compartir la música que tanto quiere y tocarla en conmemoración del Bicentenario. “El Ministerio de Cultura escogió cinco países y cinco artistas. Se hizo una rueda de negocios donde cada artista llevó su propuesta y expuso por qué es importante que fuera el embajador del folclor nacional. Los embajadores analizaron los productos, la trayectoria, la trascendencia y la importancia para el patrimonio inmaterial, que es sobre todo la temática del Bicentenario”, explica el mánager de Martina Camargo, y añade: “Vieron en Martina a una mujer que lleva trabajando 30 años, que desde el vientre le están cantando canciones de la tambora, que era la verdadera embajadora de la música tradicional de tambora, la única”.
La presentación de estos cantos de la tierra la hará Martina de la mano del grupo Sóyame, quienes con palmas y percusiones se mezclarán con su voz para que la guacherna, el chandé y el berroche lleguen a oídos lejanos. “Estoy ansiosa de ver cómo va a responder el público, que los que son colombianos se sientan más colombianos al ver un grupo tradicional y les quede gustando. Quiero hacerlos vibrar, hacerlos sentir. Se va a formar el jolgorio de tambores”.