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Daniel Samper Ospina, un columnista con pelos en la lengua

Con el desparpajo que lo caracteriza habla sobre su libro más reciente: 'El club de los lagartos'.

El Espectador
24 de agosto de 2010 - 09:25 p. m.

¿Qué va a extrañar de Uribe?

Que era un humorista involuntario y me hacía reír mucho con sus ocurrencias: cuando se ponía ese frac que sólo le cubría las tetillas, cuando se tiraba en un tobogán como un niño chiquito, cuando aparecía vestido como un personaje de don Tomás Carrasquilla, con pantalón saltacharco y sombrero aguadeño; cuando confesaba que tenía tres huevos. Pobre. Lo voy a echar de menos.

¿Hay algo para lo que tenga pelos en la lengua?

Suelo ser una persona respetuosa en términos generales y tengo casi tantos pelos en la lengua como en las cejas el doctor Augusto Ramírez Ocampo. Sólo que la clase política me inspira para hacer columnas de humor.

¿Se ha arrepentido de alguna de sus columnas?

No todavía.

El límite entre el humor y la burla.

La burla, la irreverencia, todo eso hace parte del humor.

Lo mejor de hacer ‘El club de los lagartos’.

Que, como es una recopilación, se fue haciendo solo y por los bordes, y ya puestas las columnas, he podido ver lo que hice: una especie de mundo con personajes, temas recurrentes y demás, todo contado con estilo propio.

¿De qué se ríen los colombianos?

Mi obsesión es que nos riamos  de ser colombianos, de nuestras colombianadas.

El más lagarto de los lagartos.

Diría que Roy Barreras, pero no quiero molestar ni a Lucero Cortés  ni a Armandito Benedetti por no haberlos mencionado a ellos.

¿Qué se necesita para ser un lagarto?

Querer trepar, poner huevos en los cocteles, tener una cola larga que salga en todas las sociales y no perderse una. Se reconocen porque son  arribistas y a veces tienen esa condición despreciable de ser poderosos ante los débiles y débiles ante los poderosos.

¿El nuevo gobierno le trajo personajes interesantes para sus columnas?

Estaba triste con el cambio de gobierno. Pero llegó Angelino, y eso me llena de tranquilidad para hacer columnas de humor. En el Congreso siempre habrá gente a la cual se le puedan hacer homenajes. ¡Qué tal el senador Name, que escribió en twitter que él defendía el “hambiente”?

Cuéntenos de otro.

Estoy desarrollando un cariño especial por ‘El gordo’ Bautista, embajador en Caracas y novio de Angelina, la hija de Angelino.

 

¿Qué tan contagioso es el lagartismo?

No sé. Tendría que ir al Congreso a ver cómo regreso.

 

¿Qué actitudes han revelado a un personaje público como un lagarto?

Todo lagarto se hace notar. ¿Le parece poco Lucero Cortés llorando mientras le lleva una tuna a Uribe o tratando de tomarse una foto con el Príncipe de España en plena posesión?

¿Cuándo piensa soltar a Roy Barreras?

No sería capaz de soltarlo. Soy una persona fiel a sus personajes y sería incapaz de desairarlo dejando de tenerlo en cuenta.

Su peor pesadilla.

Que una mañana,  amanezca convertido en Roy Barreras.

¿Cómo es eso de hacer caricatura escrita?

Mis columnas son caricaturas escritas; por eso escribo sobre los rasgos físicos de los personajes y exagero  la realidad, aunque nunca queda tan deformada como la Constitución Política tras el paso de Uribe por el poder.

¿A su casa también se colaba mucho lagarto?

No. Mi papá siempre ha sido un anti lagarto; mi mamá también.

¿Cuántos mensajes envía  a diario por Twitter?

No se´: según lo que vaya pasando. El viernes pasado, cuando salió en el periódico que el profe Vélez se retiraba, me excedí y escribí muchos trinos emocionados.

¿Por qué lo catalogan como el mejor twittero de Colombia?

No creo que lo sea. Hay twitteros muy buenos, tipo @solano, @udsnoexisten, @popcultura, @siempreconuds, @hyperconectado, @pelucavieja, @cduranca, @trinotuta, que de verdad saben de eso y dicen cosas muy divertidas en 140 caracteres.

La última crónica que leyó con ansías hasta el final.

La de Diomedes Días que hizo Alberto Salcedo para Soho.

¿Qué portada de Soho le ha valido grandes halagos?

Muchas, pero la última ha sido un gran hit: el desnudo de Natalia París.

¿A quién le falta quitarle la ropa?

A quien siga queriendo.

¿No se cansa de ver mujeres desnudas?

Ya las veo como un asunto laboral, como una cosa de la oficina. Para desconectarme del trabajo, llego a la casa y leo revistas sobre el Dow Jones, el aparato de Golgi y demás asuntos semejantes.

¿Hay una tradición democrática en la siguiente ecuación: reina, presentadora, actriz, ‘Soho’?

No necesariamente, pero ojalá que así sea.

¿Cuántos correos de críticas y de eventuales insultos recibe al día?

No sé, ni los miro. Pero creo que muchos. Y muchos de felicitación también. Es una columna que polariza pero que la gente lee.

¿Qué prefiere, una frijolada donde Olga Duque o las fiestas de pareos de Lolo Sudarski?

Una fiesta de pareos; a donde doña Olga van viejos rancios, políticos viejos; en las fiestas de Lolo van mujeres bonitas y yo tengo ya una enagua beige que me queda bien.

¿A quién lee?

A los dominicales de El Espectador, a los dominicales de El Tiempo y a mis colegas de Semana, incluyendo  a Rangel, que es un humorista que me encanta. Por fuera de eso, a Pascual Gaviria, Ricardo Silva, Hommes, Cecilia Orozco...

A la hora de naufragar, ¿prefiere con  José Galat o con  Lucero Cortés?

Con Lucero Cortés, naturalmente.

¿Con quién compartiría un café?

Con cualquiera que lo quiera compartir conmigo.

¿Y en la Feria del Libro también hubo lagartos?

No los vi.

¿Cuál libro de la Feria lo impactó?

Y refundaron la patria, de Claudia López.

¿Quién quisiera ser por un día?

Ómar Pérez, el diez del Santa Fe, en un partido afortunado. También Joaquín Sabina en medio de un concierto.

Aparte de la controversia por ‘La última cena’, ¿alguna de sus columnas le ha traído líos judiciales?

No. El humor está recubierto por una parafina que evita las demandas: ¿cómo me va a demandar Pachito, por ejemplo, por decir que si no sabe conducir su triciclo, cómo lo van a poder a conducir un programa radial? ¿cómo me puede demandar Petro por decir que Venus Albeiro, su testículo izquierdo, parecía inflamado durante los debates? Si lo hacen, rectificaría y esa columna sería más divertida que todas...

Por El Espectador

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