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En calidad de presidente de la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip), la próxima semana, el periodista Ignacio Gómez recibirá la medalla de honor otorgada por la Universidad de Missouri. Hace una semana, él y otros integrantes de Noticias Uno recibieron el Premio Simón Bolívar al mejor seguimiento de una noticia en televisión. Desde hace 20 años, Ignacio Gómez es un ícono del periodismo investigativo. Estas son sus reflexiones.
¿Qué significa la distinción otorgada a la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip)?
La Escuela de Periodismo de Missouri es emblemática en Estados Unidos y una de las primeras en el mundo. Para nosotros significa un reconocimiento a la lucha de los periodistas colombianos por su supervivencia y un impulso para lo que nos falta hacer por la libertad de expresión.
¿Cómo define el trabajo que está adelantando la Flip?
Esperamos ver un país en el que no asesinen periodistas. Hay una lucha contra la impunidad, pero cada periodista muerto puede silenciar a miles. Queremos que los sobrevivientes tengan posibilidades de contar verdades.
¿Cómo evalúa la protección a los periodistas?
Los escoltas y esquemas de seguridad no protegen la libertad de prensa sino la vida de los periodistas. Es posible que los programas de protección hayan servido para reducir el número de asesinatos, pero la verdadera protección es castigar a los depredadores de los periodistas. De eso, la Fiscalía nos ha dado poco.
El año entrante la Flip cumple 15 años, ¿cuál es el reto?
Responder con equipos profesionales a los casos de acoso judicial y negación del acceso a los lugares de información de interés público. Por ejemplo, la Corte Suprema saca a los periodistas de sus audiencias que sigue llamando públicas. Muchos funcionarios se creen dueños de la información, sin contar a los mandatarios que confunden oposición con denuncia de la corrupción.
¿Cómo recibió Noticias Uno el Premio Simón Bolívar?
Lo celebramos juntos. Fue un trabajo bonito porque en torno a un solo tema cada reportero tuvo un papel que cumplir en beneficio del noticiero. Es un reconocimiento al trabajo en equipo.
¿Cuántas distinciones y exilios lleva a lo largo de su carrera?
Me gusta recordar cuando, en 1992, Nelson Mandela me entregó un premio en Houston (Texas); el discurso que sobre mí pronunció la directora de Amnistía Internacional en Londres, en 2000, o el de Mike Wallace cuando presentó mi premio a la Libertad de Prensa en Nueva York, en 2002. Por supuesto, todos ellos después del afecto de mis colegas, que he recibido a través de los CPB, Simón Bolívar, FNPI y la India Catalina. El más bonito fue la invitación de unos pescadores de Tolú y Cartagena, que querían almorzar conmigo después de publicar los fraudes de Pestolú y Chambacú. Me tuve que ir a España, luego de la bomba a El Espectador en 1989. Luego, en medio del trabajo sobre Werner Mauss y la furia de delincuentes ingleses que se disfrazan de negociadores de secuestros, me escondí en Bolivia tres meses. En 2000, la Policía me dijo que lo mejor era que me fuera. Regresar siempre ha sido más difícil, pero no soy español, ni boliviano, ni gringo, soy colombiano y, como dijo Samper, “Aquí estoy y aquí me quedo”.
¿Cómo se inició en el periodismo?
En los periódicos del Colegio del Magisterio. Me gustó desde niño. Era como una especie de magia que sentía cuando veía las manos de mi abuelo paterno llenas de tinta, porque él era tipógrafo, o cuando le llegaban los periódicos de Medellín y Bogotá por paquetes semanales a mi abuelo materno. Quiero ser como ellos.
¿Qué recuerdos tiene de sus tiempos en El Espectador?
Me acuerdo de Guillermo Cano, como dándonos una lección de periodismo y después de muchas horas de consejo de redacción, dijo: “Pues A Sangre y Fuego”, y se fue. El título casó perfectamente con el diseño y marcó un momento histórico: el Palacio de Justicia. Me acuerdo de una época feliz, pero también de 12 miembros del equipo que fueron asesinados durante mi permanencia en el periódico. Todos esos crímenes siguen impunes.
¿Qué ha significado para su carrera trabajar con Daniel Coronell?
Aprendí televisión con Daniel, cuando estaba en mitad de mi carrera. Un medio que veía como vehículo de vanalidad y se fue convirtiendo en magia para contar historias con imágenes y sonidos.
¿Cuáles son sus maestros en el periodismo?
A Guillermo Cano y Fabio Castillo les tragué entero, sin indigestarme. A Daniel Samper (papá), Alberto Donadío y Gerardo Reyes, los leía para desarmar sus textos y ver cómo habían descubierto verdades. A los de Harvard los grababa para repetir en la casa con diccionario en mano. Todos los días encuentro maestros.
¿Cómo define el nivel actual del periodismo investigativo?
Estamos terminando un momento en el que el Estado convenció a los grandes medios de que su labor era acompañar al gobierno. Si el periodismo hubiera hecho su papel, la mafia no hubiera penetrado el Estado y el descubrimiento de la parapolítica no hubiera correspondido a la academia.
¿Un consejo para los jóvenes periodistas?
Que no se queden esperando el medio que los va a emplear. Que se inventen cosas de acuerdo con la tecnología que conocen. Para fundar El Espectador hace más de un siglo no se necesitaba una inversión de magnate, sino una buena idea sobre qué historia contar y cómo hacerlo.