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La bestia que se tragó a Armero

Con el geólogo manizaleño Víctor Hernán Cubillos reconstruimos la historia de un grupo de estudiantes que iba en plan de recoger fósiles cerca de Ibagué y terminó en la tragedia.

Manrique Grisales / Especial para El Espectador
13 de noviembre de 2010 - 09:00 p. m.

Mientras esperaba ser rescatado, 48 horas después de la avalancha que borró del mapa a Armero, el estudiante de Geología Víctor Hernán Cubillos recordó el papel pegado en la cartelera de la Facultad de Geología y Minas de la Universidad de Caldas donde aparecía escrito con marcador azul: “Salida Payandé-Piedras. Noviembre 13 de 1985. Hora: 8 a.m.”.

El dato lo apuntó claramente en un cuaderno que llenó de recuerdos días después, cuando se recuperaba de las heridas en el Hospital Universitario de Caldas. Veinticinco años después repasamos con él ese cuaderno de notas. Allí está la historia de 29 estudiantes, un profesor y un conductor a quienes una mala pasada del destino los desvió de su ruta y los puso el 13 de noviembre de 1985 en las entrañas de la tragedia natural más grande que ha sacudido a Colombia.

La salida del grupo de Geología desde Manizales se retrasó dos horas. El profesor Jorge Dorado Galindo estaba terminando un informe de investigación que tenía que dejar listo en la Facultad. A las 10 de la mañana, la buseta de la Universidad de Caldas, conducida por don Evelio García, tomó la carretera al Magdalena (salida a Bogotá). Todos llevaban sus libretas, morrales, herramientas y $1.150 de viáticos que la Universidad le dio a cada uno, con el fin de explorar un yacimiento de fósiles marinos que se encuentra cerca de Ibagué, por la salida a San Luis. La materia: Paleontología I.

Víctor Hernán Cubillos se acomodó en uno de los asientos de la buseta junto a su compañero y amigo de barrio José Fernando Vallejo Naranjo. Esta sería la última vez que viajarían juntos.

Un poco apenado por el retraso, el profesor Dorado les propuso a sus estudiantes hacer una escala en el municipio de Falan, Tolima, y realizar allí una primera acometida a las rocas que guardan vestigios de plantas y animales que poblaron la Tierra hace millones de años. Todos estuvieron de acuerdo. Después de preguntar por la vía a Falan, lograron meterse por una carretera destapada que los llevó al lugar de los fósiles.

Eran cerca de las cuatro de la tarde. Cubillos dibujaba una hoja fosilizada en su libreta nueva, cuando sobre el papel comenzó a caer ceniza. Varios ya lo habían notado. En el aire también se percibía un leve olor a azufre. “Los objetos que habíamos colocado en el suelo estaban cubiertos por una capa gris oscura”, se lee en el cuaderno del hoy geólogo residenciado en Ontario, Canadá.

Tras retomar el viaje, se desgajó un fuerte aguacero que hizo que don Evelio, el conductor, disminuyera la velocidad. Pasadas las siete de la noche llegaron a Armero. La jornada había sido extenuante y ante la propuesta de don Evelio de pernoctar allí, todos estuvieron de acuerdo. Tenían hambre y ganas de una ducha para quitarse de encima la ceniza.

Huéspedes de “La Popular”

El aviso puesto encima de la puerta de una casa de dos pisos en el que se leía “Residencias La Popular” estaba escrito con mayúsculas rojas. Antes de bajar, el profesor Dorado dijo, para que todos lo tuvieran presente: “Mañana nos vemos aquí mismo, a las 7:30. ¿Sí?”.

En el ambiente no había nada particular. Esa noche se transmitía por televisión un partido de fútbol. Seguía lloviendo y algunos estudiantes comentaban aún sobre la caída de ceniza de la tarde. “Aunque la sopa de spaguetti tenía buen sabor, la carne gorda de las bandejas no estimulaba mucho el apetito”, se lee en otro de los apartes del cuaderno del geólogo.

Eran más de las 10:30 de la noche cuando se escuchó una algarabía en el patio del pequeño hotel. Varios estudiantes advertían nuevamente la caída de ceniza, esta vez más gruesa. Algunos, inclusive, pusieron periódicos en el piso con el fin de recoger muestras.

De un momento a otro se fue la luz. Víctor Hernán Cubillos y su amigo José Fernando Vallejo se quedaron con los lápices suspendidos entre los dedos. Estaban organizando las notas de la actividad de la tarde.

“¡Alístense que nos vamos!”

Los gritos de Zulma Cristina Fúquenes Arango pusieron a todos en alerta: “¡Los de Geología, salgan!... ¡Alístense que nos vamos!... ¡Saquen sus cosas!”. La joven golpeaba las puertas de los cuartos buscando desesperadamente al profesor. Cuando lo encontró, éste le preguntó sorprendido qué sucedía. “¡El río se creció!”, respondió Zulma en medio de la oscuridad.

El geólogo Cubillos relata que trató de ponerle lógica al asunto. En la tarde había preguntado en Falan por los ríos que surcan la región. Le habían hablado de El Gualí y El Lagunilla. Con sentido práctico, tomó la decisión de subir al segundo piso para protegerse de una posible inundación. Una vez allí, contempló la posibilidad de subir hasta la terraza misma del hotel, pero las escaleras estaban atestadas de gente. “A lo lejos empezaron a escucharse los gritos de terror de la multitud perseguida por el estruendo atronador de la naturaleza…”, se lee en sus notas.

Estando en la escalera sintió el paso de la bestia descomunal que se desprendió de los glaciares del volcán Nevado del Ruiz. “Se sentía el crujir de las vigas y muros, el estallido de vidrios, el ruido de latas aplastadas y el chasquido de árboles cercenados”, escribió.

Una balsa de concreto

Una gigantesca ola de barro y escombros se vino encima de quienes estaban en la escalera. Cubillos alcanzó a observar un tubo pegado al techo de la edificación y se aferró de allí con fuerza para resistir la embestida. Todo pasó muy rápido. Sus piernas quedaron atrapadas y en un esfuerzo desesperado por liberarlas sintió que se desgarraban. Las heridas comenzaron a hacerse sentir. Estaba descalzo y vestía un pantalón corto y una camiseta.

Aferrado del tubo, el estudiante de Geología descubrió un hueco encima de su cabeza. Trepó como pudo y quedó encima de un trozo de la plancha de concreto que una vez coronó las “Residencias La Popular”. Junto con él estaban sus compañeros Helman Duque, Zulma Cristina Fúquenes, Jairo Aristizábal y Jaime Guzmán, así como un hombre joven que dijo trabajar en Electrotolima.

Como si fuera una balsa, la avalancha del río Lagunilla, arrastró el fragmento de concreto por cerca de seis cuadras. Permanentemente los ocupantes de la extraña nave eran golpeados por las copas de árboles que cedían ante el implacable paso de la espesa y turbulenta corriente. En el dantesco recorrido, los sobrevivientes del pequeño hotel vieron un campero incendiándose y a otro vehículo con las luces aún encendidas tratar de echar reversa, antes de ser consumido por la sopa espesa.

Helman Duque, angustiado, abrazó a sus compañeros: “Muchachos… Aquí vamos a morir juntos”. Todos comenzaron a rezar… “Rogábamos porque nuestras familias supieran aceptar con fortaleza y resignación la tempranera y definitiva partida…”, escribió el geólogo en sus memorias.

Luces extrañas en el cielo

De un momento a otro la balsa se detuvo entre dos árboles. Jaime Guzmán se desmayó. Sus compañeros notaron que tenía una pierna fracturada. Cuando recobró el conocimiento preguntó a sus compañeros por unas extrañas luces en el firmamento. “El cielo estaba como inundado de luciérnagas, repleto de chispitas brillantes intermitentes, aparentemente sin explicación lógica”, aparece en una de las notas del cuaderno del Cubillos.

Más personas se subían a la losa de concreto. Salían como fantasmas del lodo. Al divisar unas luces al final de una calle cerca del cementerio de Armero, los sobrevivientes pidieron auxilio con desesperación. Dos linternas los alumbraron. Después de vacilar un momento, Helman Duque se arriesgó y se metió al lodo, comprobando que se podía caminar sobre los escombros. “Lo más tenebroso de todo era que cuando uno caminaba, y como yo estaba descalzo, sentía que me paraba en cuerpos humanos… Sentía cabezas… dientes… Pero uno tenía que seguir si quería vivir”, recordó Cubillos desde Ontario.

El barrio Morro Liso, conocido como la zona de tolerancia de Armero, quedó en pie. Allí atracó la balsa errante de concreto. Por más que quiso reconstruir la trayectoria de aquella noche en sucesivas visitas a Armero, Cubillos no logró descifrar el mapa instalado en su memoria que unía a las “Residencias La Popular” con aquella empinada calle del cementerio, donde algunas personas caritativas les ofrecieron a los estudiantes aguapanela y pan alrededor de una fogata.

“Víctor, ¿por qué no canta”, dijo de pronto Jaime Guzmán, reconociendo la afición de su compañero por las baladas. “Recuerdo que canté Un beso y una flor, de Nino Bravo. Era una forma de combatir el miedo y romper el hielo entre los que estábamos alrededor del fuego”, dijo Cubillos.

Fue un amanecer de llanto, aullidos de perros, mugidos del ganado atrapado en el lodo. Los sobrevivientes se vieron cubiertos por una costra de lodo por la que se filtraba la sangre de las heridas. “Algunos parecían cadáveres vivientes a quienes ya no les quedaban alientos ni siquiera para quejarse… Cuerpos desvencijados con sus esqueletos rotos, tirados en los andenes. Monstruosos desprendimientos de piel, caras desfiguradas, laceraciones profundas, llagas en carne viva…”, relata Cubillos en el cuaderno.

Con sus piernas heridas y minado por la espera de ser rescatado en alguno de los helicópteros, Víctor Hernán Cubillos tuvo que aguardar 48 horas antes de ser trasladado primero a Lérida, luego a Girardot, de allí a Bogotá y ocho días después a su añorada Manizales, donde fue internado en el Hospital Universitario de Caldas con principios de gangrena. Tuvo 15 días para llenar el cuaderno que 25 años después repasó en una tierra lejana.


El presidente Santos estuvo en Armero

  A las 9:00 a.m. de ayer el presidente Juan Manuel Santos instaló la jornada 14 de los Acuerdos para la Prosperidad. Esta vez el escenario escogido fue Armero Guayabal (Tolima), con motivo de los 25 años de la erupción del volcán Nevado del Ruiz.

Allí, en presencia de sobrevivientes de la tragedia y líderes de la región, el Jefe de Estado renovó sus compromisos con las comunidades rurales para mejorar la productividad y sus calidad de vida. También hizo un balance de las acciones oficiales para enfrentar los estragos del invierno en todo el país. El viernes, durante el lanzamiento del Plan de Desarrollo 2010-2014, dijo: “¿Qué es prosperidad para todos? Es que el crecimiento económico sea equitativo y pueda llegar sobre todo a los más pobres para disminuir esa brecha que en el caso colombiano es inaceptable entre ricos y pobres, una de las brechas más grandes de todo el universo, infortunadamente. La ‘Prosperidad para Todos’ también quiere decir que llega a todas las regiones”.

Por Manrique Grisales / Especial para El Espectador

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