Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Quisiera iniciar esta breve y sentida nota necrológica sobre Pina Bausch comentando la fotografía que he escogido para acompañar estas palabras. Su autor: Seiji Tanaka, bailarín, discípulo de los grandes Kazuo y Yoshito Ohno, figuras míticas iniciadoras junto con Tatsumi Hijikata de la danza butoh japonesa.
En ella se ve a Pina besando con profunda dulzura y devoción al centenario Kazuo Ohno en un encuentro que sostuvieron en Shinjuku en 2003. Esta fotografía me la regaló Seiji en casa de los Ohno en Yokohama, cuando fui a visitarlos durante nuestra gira por Japón y Corea en noviembre de 2008. Hoy, Kazuo Ohno se acerca a los 104 años: un delgadísimo hilo de seda lo mantiene aún conectado con este mundo.
Es por ello que la imagen de esta mujer de 62 años en pleno vigor creativo, que se inclina con reverencia y, casi podría decirse, en actitud de despedida sobre este hombre a punto de partir, no deja de ser una misteriosa paradoja. Quién hubiera podido imaginar que era Kazuo el que estaba despidiendo a Pina y no Pina la que despedía a Kazuo… al menos en este mundo, en esta vida, en este sueño.
La imagen de estos dos monstruos sagrados de la danza contemporánea mundial, fundidos en este beso de reconocimiento mutuo, nos invita a reflexionar sobre la relación del tiempo (la edad) y el cuerpo (el espacio)… El fin del cuerpo… el fin del tiempo… Desde hace mucho (tiempo) que mis meditaciones más recurrentes giran en torno al fin/finalidad del cuerpo/tiempo… Pina Bausch, la sacerdotisa de la danza teatro, ha ofrecido su propio cuerpo —o mejor— su cuerpo la ha ofrecido a ella en sacrificio —prematuramente, antes de tiempo… antes de cuerpo—.
Una de las contribuciones más importantes de Philipina Bausch (a su muerte me enteré de su hermosísimo nombre) fue la de recuperar para la danza la honestidad del gesto teatral. La dramaturgia, el andamiaje y el esqueleto de sus montajes inolvidables le otorgan a esos cuerpos, sobre quienes escribió y plasmó su weltanschauung, una presencia escénica inconfundible: sus bailarines —actores que no son técnicamente demostrativos o virtuosos en el sentido tradicional—. A pesar de que el entrenamiento cotidiano básico de sus intérpretes está basado en la técnica del ballet clásico, en su trabajo —ni esta ni ninguna otra técnica— son un fin en sí mismas.
Los fenotipos y los cuerpos de Bausch son tan diversos, como diversa es la vida misma: su compañía multicultural celebraba como ninguna otra esa diversidad. En sus espectáculos, como en una suerte de Torre de Babel danzada, desfilaban las historias íntimas de los oficiantes en variadas lenguas, afloraban sus procedencias no sólo étnicas, sino estilísticas, y sus viajes alrededor del mundo… Sus bailarines, hermosos en su singularidad, elegancia, teatralidad y fino humor son reconocibles al instante… Tienen la impronta Bausch.
Muchos intentaron en todo el mundo copiar la atmósfera y la factura de sus montajes, pero como siempre ocurre con los imitadores de los grandes, sólo reproducen —magnificados— sus defectos. Pina era inimitable… creó un estilo que algunos después lo tacharían de “fórmula repetitiva”. Nunca lo sentí así… me gustaba que se repitiera… Pina no se copiaba a sí misma… Pina era inimitable, incluso para ella misma.
A comienzos de los años 80, cuando nadie la conocía en Colombia, la Compañía de Pina Bausch estuvo en Bogotá… En un semivacío Teatro Municipal Jorge Eliécer Gaitán, presentó tres de sus obras emblemáticas: Café Müller, Kontakthof y La consagración de la primavera… Las personas que tuvieron el privilegio de verla en ese entonces quedaron marcadas para siempre. Entre ellas, mi primera maestra de danza, la argentina Cuca Taburelli: tal fue el impacto (sortilegio) que ejerció sobre ella, que a los pocos meses empacó sus maletas y se marchó para Wuppertal a beber de la fuente, dejándonos a varios de sus discípulos huérfanos en una Bogotá que aún no tenía el Festival Iberoamericano, donde muchos pudieron ver por primera vez a grandes nombres de la danza y el teatro mundial. Nuestra también querida y finada Fanny trató durante muchos años de lograr el retorno de Pina Bausch a Colombia y no pudo lograrlo dada la impresionante agenda de compromisos a años vista y el elevado cachet que pedían: Nueva York, Tokyo, París, Londres, Estambul, Santiago… Los escenarios más importantes del mundo acogieron siempre con entusiasmo sus creaciones.
Pocas personas saben en nuestro país que un colombiano, bogotano para más señas, forma parte desde hace años de la familia Bausch: Jorge Puerta Armenta, (debutante tardío como yo mismo en la danza), trabaja desde 1997 con la compañía. Jorge fue en 1993 el primer bailarín admitido en el recién creado programa de Danza de la Academia Superior de Artes de Bogotá (ASAB) cuando me correspondió dirigirla de 1992 a 1994.
Llegó a la ASAB con 20 años, prácticamente virgen en la danza y con un talento silvestre que le valió ser escogido, al poco tiempo de haber iniciado la carrera, como candidato para estudiar en Francia en el Centro Nacional de Danza Contemporánea de Angers (CNDC), la escuela de nivel superior más importante de ese país, que dirigía en ese entonces Marie France Delieuvin, hoy codirectora del Colegio del Cuerpo.
Luego de finalizar sus estudios en el CNDC, donde fui uno de sus maestros y coreógrafo de su trabajo de grado, Jorge decidió presentar la audición en París para entrar a la Compañía de Pina Bausch. Entre más de 300 bailarines del mundo entero fue escogido y desde entonces, hasta el día de hoy, vive en Wuppertal con su esposa (también bailarina de la compañía) y sus tres hijas. Sé que pronto estará en Colombia y será una oportunidad de oro para que el público colombiano pueda escuchar de primera mano lo que significó para él trabajar con alguien de la talla y genio de Pina Bausch.
En estos días de desapariciones prematuras de superestrellas mediáticas, como Michael Jackson, Farraw Fawcet, David Carradine, entre otras, me ha llenado de tristeza ver cómo los medios les han dado bombos y platillos amarillistas a los detalles más sórdidos de estas muertes, mientras la noticia de la partida de una artista tan importante como Pina Bausch apenas ha sido registrada… Estas muertes paralelas, como la de Lady Di y Teresa de Calcuta, en su momento, nos hacen pensar sobre las prioridades y sobre el valor que debiéramos darle a lo que realmente vale… La diferencia entre precio y valor sigue siendo el dilema.
La obra de Philipina Bausch, de un valor inconmensurable a pesar de pertenecer al lenguaje artístico más efímero que existe como es la danza, sobrevivirá a los designios del tiempo, porque el fin de su cuerpo fue también la finalidad de su vida.
*Bailarín, coreógrafo, pedagogo, director del Colegio del Cuerpo de Cartagena de Indias.