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El karma de Camilo

Durante los últimos dos meses este ingeniero se ha esforzado por recuperar su negocio, que casi quiebra luego de que en Zipaquirá se supiera que tenía la gripe. La presión social lo tuvo a punto de dejar el país y lo obligó a ocultarse en su casa.

Mariana Suárez Rueda / Enviada especial
01 de agosto de 2009 - 10:00 p. m.

“No me mató la enfermedad, pero sí la estigmatización”. Con esta sentida frase, Camilo Montaño, un ingeniero gráfico de 46 años nacido en Nemocón y criado en Zipaquirá (Cundinamarca), revela el sufrimiento que ha tenido que soportar desde el pasado 2 de mayo. Esa noche, mientras saltaba de un canal a otro buscando noticias sobre el virus AH1N1, del que nunca oyó hablar mientras estuvo en México, recibió una llamada que cambió su vida para siempre.

Con tono sereno el director del Hospital de Zipaquirá le dijo que las pruebas habían salido positivas, que él era el primer caso de la nueva gripe en Colombia y en Suramérica. Camilo no salía de su asombro mientras les contaba a su esposa Olga Lucía y a su hija menor Laura Daniela. Entonces comenzó a recordar que cuando llegó tenía un poco de tos y después algo de fiebre. “No pensé que fuera grave. Generalmente me afecta el aire acondicionado”.

Esa noche le aseguraron por teléfono que su caso se manejaría con total reserva. Sin embargo, al otro día no paraban de sonar el teléfono y el timbre. Y la familia Montaño Galvis optó por no atender a nadie y permanecer acuartelada en su casa mientras les informaban qué debían hacer, si Camilo necesitaba tratamiento o no y qué tan probable era que algún otro integrante del hogar hubiera contraído la enfermedad.

Entretanto comenzaron a investigar por su cuenta en qué consistía esa gripe, su origen y consecuencias. Aterrados oyeron por radio y televisión que se trataba de un virus que podía ser mortal y que se estaba expandiendo en el mundo. A Camilo no le preocupaba morirse, sino contagiar a alguien de Zipaquirá; la culpa y el escarnio público no lo dejarían vivir si eso sucediera.

Sus temores parecieron convertirse en realidad cuando Laura Daniela, su hija de 14 años, comenzó a toser y a presentar fiebre. “Ella también tiene el virus”, recuerda Camilo que sentenciaron los médicos que iban a revisarlo todos los días a su casa. Rápidamente le tomaron las muestras que fueron enviadas a Bogotá y luego a un laboratorio en Atlanta (Estados Unidos), pero antes de que llegaran los resultados los epidemiólogos que estaban manejando el caso ya le habían recetado tamiflú.

Para ese momento Camilo se sentía descontrolado y como si fuera poco la gente dejó de entrar al negocio de fotografía que tenía desde hacía varios años con su esposa. También comenzaron a cancelarle los matrimonios, fiestas de quince, bautizos y eventos para los que habían contratado sus servicios. La angustia se apoderó de sus seis empleadas, quienes no sólo tenían miedo de morir por culpa del virus, sino de perder su empleo.


Desesperadas, escribieron un cartel que colgaron en la entrada del local en el que le contaban a la clientela que el dueño era el primer infectado por el AH1N1 en Colombia, pero que ellas habían sido examinadas por la Secretaría de Salud y no representaban ningún riesgo. La situación empeoró dramáticamente. “Lo estoy perdiendo todo. De qué vamos a vivir”. Estos eran los pensamientos que atormentaban a Camilo las 24 horas del día. Encerrado en su casa, huyendo de la prensa y de quienes querían conocer detalles de su condición, empezó a deprimirse. Algunos familiares le sugirieron que se fuera de la ciudad e incluso que saliera del país.

Su esposa Olga Lucía, con quien lleva 18 felices años de matrimonio, trataba de mantener la calma. “Era muy duro —recuerda—. Mi hija no quería regresar al colegio y si uno salía a la calle lo miraban como bicho raro. Afortunadamente permanecimos unidos”. En medio de esta dramática situación cerraron el colegio María Auxiliadora de Chía, en donde estudiaba Laura Daniela, porque al parecer 135 niñas tenían síntomas de la gripe. El caos se apoderó de Zipaquirá y de la familia Montaño. La gente no quería caminar cerca de su casa y menos entrar a “Fotografía Venus”, su local.

A los pocos días se confirmó que su hija no estaba infectada y aunque reabrieron el colegio, el rechazo social siguió. Para ese momento Camilo ya no representaba ningún riesgo, pero la desinformación era total y muchas personas creían que su presencia era peligrosa. Así que optó por esconderse. Trataba de no salir de su casa y si por algún motivo se veía obligado a hacerlo, ocultaba su rostro con la chaqueta y se metía rápidamente al carro para que no lo vieran.

El estigma de la sociedad

El primer domingo que la familia Montaño Galvis salió a un restaurante a almorzar, después de haber estado acuartelada durante más de dos semanas, no pudieron comer tranquilos. Tan pronto llegaron, todos los empleados de la cocina salieron y comenzaron a señalarlos y a murmurar. Permanecieron sentados un tiempo en la mesa tratando de evadir las miradas curiosas, hasta que Olga Lucía tuvo que pararse y explicar en voz alta que ya no había ningún problema, que ellos no podían contagiar a nadie.

Este tan sólo fue el primero de una serie de incómodos episodios que le recordaron a Camilo la época de las pestes durante la Edad Media, en la que el pánico y el terror hicieron que la gente cayera en innumerables necedades, locuras y maldades. En palabras del académico argentino Federico Pérgola, “se trataba de unos tiempos en los que el asco y el rechazo de la población tanto a las ratas como a los enfermos causaron el abandono de quienes se encontraban al borde de la muerte, incluso por parte de los mismos familiares”.

En otra ocasión Camilo estaba en la entrada de su local y al verlo, dos personas que pasaban por ahí comenzaron a insultarlo y a pedirle que se fuera porque estaba poniendo en peligro a toda la población. Desconcertado, optó por nunca más salir de su oficina, para que nadie lo viera y así no perjudicar su propio negocio. Pero las ganancias habían disminuido tanto que no tuvo más remedio que pedir ayuda. Él y su esposa decidieron que lo mejor era acudir a la Alcaldía.

Jorge Enrique González, alcalde de la ciudad, escuchó su caso y en medio de la tristeza que le produjo la situación (ya se habían presentado otros casos de estigmatización hacia los habitantes de Zipaquirá como, por ejemplo no dejar graduar a unos estudiantes de una universidad en Bogotá por miedo a que expandieran el virus en la ceremonia) le ofreció su apoyo y permitió que tres de sus empleadas trabajaran en la Catedral de Sal. Además, publicó en un periódico oficial el óptimo estado de salud de Camilo y su familia para evitar que siguieran siendo marginados.

Desde entonces su situación económica poco a poco ha ido mejorando y todos están tratando de retomar el curso de sus vidas, gracias al apoyo de su círculo de amigos y de sus seres queridos. Pero no ha sido fácil. Camilo todavía se muere del pánico de estornudar o de toser en la calle. El karma de la gripe aún lo acompaña.


Reacciones

Jorge Enrique González

Alcalde de Zipaquirá

“El despliegue de medios que se produjo cuando se conoció la noticia de que en Zipaquirá estaba el primer infectado con el virus en el país, causó una gran prevención hacia la ciudad y se comenzó a estigmatizar a las personas que vivían acá. Estamos trabajando para quitarnos el karma del virus”.

Víctor Manuel Vélez

Secretario de Salud de Zipaquirá

“Seguimos manteniendo las medidas preventivas para evitar que se presenten nuevos casos. Tenemos un equipo de campo integrado por médicos, enfermeras y epidemiólogos, y nos reunimos todos los viernes para analizar los casos sospechosos que nos han reportado”.

William Armando Suárez

Gerente de la Catedral de Sal de Zipaquirá

“Después de que se conoció que en Zipaquirá se presentó el primer caso del virus AH1N1 del país, las visitas a la catedral disminuyeron. En mayo, por ejemplo, fueron 7.500 personas menos de lo habitual. Con el tiempo hemos intentado recuperarnos brindándoles garantías a los turistas”.

Así avanza el virus AH1N1 en el mundo

El aumento en el número de casos y de muertes por cuenta de la nueva gripe mantienen en alerta a las autoridades de salud. Hasta el momento se han reportado 134.503 infectados y 816 víctimas mortales en todo el planeta.

A este conteo que parece interminable se suma la preocupación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) por el alto riesgo de aborto o de muerte fetal que existe para las mujeres embarazadas que contraigan la enfermedad.

La OMS recomienda la prescripción de antivirales para las embarazadas sólo bajo estricto control médico. Asimismo, la agencia sanitaria de la ONU anunció que cuando la vacuna contra la gripe esté lista —se prevé que será entre septiembre y octubre—, esta población tendrá prioridad para aplicársela.

Por Mariana Suárez Rueda / Enviada especial

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