El Magazín Cultural

Cargueros guardianes de la memoria

El lunes, en el Planetario Distrital, Beatriz González hablará de la obra que realizó en el Cementerio Central, en Bogotá. Apartes de la presentación.

Beatriz González Aranda / Especial para El Espectador
29 de agosto de 2009 - 09:59 p. m.

Los columbarios del Cementerio Central de Bogotá han hecho reflexionar sobre la mirada al acontecer nacional y sobre la opción de crear obras de arte público efímeras. Una de los artistas que han trabajado el tema con más profundidad ha sido la escultora Doris Salcedo, quien hizo una propuesta a la Alcaldía de Bogotá en el año 2003 sobre el destino de los columbarios y su papel dentro de la conservación de memoria ciudadana.

La posición de Salcedo no es circunstancial; denota la relación entre los artistas y la memoria. El artista solo, independiente, debería reflexionar sobre la creación de memoria. Una obra de arte tiene receptores, tiene una audiencia. En el caso de los columbarios, la audiencia se debe ampliar y convertirlos en arte público. ¿Qué llevó a Salcedo a interesarse y realizar un proyecto sobre la relación de memoria y conservación? La amenaza de destrucción de los columbarios para convertir el espacio en un campo de fútbol y un patinódromo.

A raíz de la iniciativa de Doris propuse ‘Auras Anónimas’, la obra que habita actualmente los columbarios. Está inspirada en la naturaleza efímera de los medios de comunicación, testigos de primera mano de los acontecimientos que ha vivido el país en los últimos cincuenta años. ¿Qué hace que sus testimonios no se fijen en la memoria? Es posible que sea la falta de repetición. La inmediatez impide crear íconos.

En los medios se han difundido un sinnúmero de reportajes y fotografías de personas que buscan los restos de sus seres queridos enterrados en fosas comunes. Son las víctimas. Son el fruto de la guerra. Mientras los restos mortales se encuentran perdidos, sin un sitio donde reposen individualmente, los columbarios han permanecido vacíos desde 2005, año en que sacaron los últimos restos. Ante la desazón de tantos despojos perdidos se debe ubicar un sitio para su memoria.

Tres décadas de tumbas

Las lápidas ha sido un tema que apareció en mi obra hacia 1980. En la prensa encontré una fotografía que enfocaba por detrás a cuatro soldados que con paso marcial llevaban sobre sus hombros un ataúd decorado. La fotografía me recordó algunos monumentos funerarios realizados en bronce en Europa.

Como parte del trabajo de investigación, me trajeron de Medellín una lápida popular, para una tumba de un niño. Encontré que lo que las hace conmovedoras es la voluntad de perpetuar la memoria de los seres queridos, en particular, cuando el ingrediente popular aparece en los cementerios.

Dos décadas más tarde, en 2006, en la exposición “Donde la Misma Claridad es Sombra”, me ocupé del tema de nuevo. La muestra estaba dividida en tres partes: “Piedad”, “Vistahermosa” y “Domingo de Resurrección”; en la parte de “Vistahermosa” incluí pequeñas lápidas en mármol con el tema de los cargueros, además de una tela, de 12 metros de largo por 40 centímetros de ancho, en la que pares de personas transportaban cadáveres.

Una procesión donde los cargueros dibujados en siluetas negras se van desvaneciendo, volviéndose grises hasta convertirse en una línea que explota y desaparece. A diferencia del siglo XIX, en el que los cargueros llevaban a los viajeros por nuestros territorios, en el siglo XXI se llevan muertos en distintos soportes: plástico, telas de lona y hamacas. A medida que la procesión avanza, los íconos de los cargueros se desplazan en medio de la tranquilidad de la selva.

Proceso de “Auras Anónimas”

A causa del cambio de gobierno en 2004, el proyecto de Doris quedó abandonado. Antes de retirarse, Mockus alcanzó a realizar él mismo una obra: en el frontón de cada uno de los seis columbarios apareció un texto que recordaba el arte conceptual, sin llegar a serlo: “La Vida Es Sagrada”.

En ese momento los columbarios estaban abandonados. Caídos, desentejados. Un día vimos con pánico que estaban tumbando uno, otro día caía otro. El proyecto se había abandonado. Cuando los columbarios tenían la función de depositarios de restos humanos, los deudos los visitaban y hacían una ceremonia que trascendía el tiempo y el espacio: colocaban arreglos florales, elevaban oraciones, mencionaban nombres en voz alta, limpiaban las lápidas con agua. Sin los restos humanos se encontraban relevados de su misión, vacíos, sin ceremonias, ni visitantes. Sin embargo, existía el aura de las miles de personas que habían reposado allí.

Una noche, al pasar delante de los arruinados columbarios se me vino a la mente “Vistahermosa”, mi obra de 2006. Y pensé: ¿Por qué no convertir cada figura de esas en una inscripción que se repita innumerables veces sobre las lápidas como epitafio? Mi intención era recuperar el aura y sellarla con una lápida, con un trabajo artístico.

El primer ejercicio consistió en contar los receptáculos de los columbarios: 8.957. A continuación se sacaron los prototipos para saber de qué tamaños se deberían manufacturar las lápidas. Entre tanto dibujé en carboncillo sobre papel los ocho prototipos que funcionaron a manera de bocetos. Escogimos el material para las lápidas y la tinta que resistiera al menos tres años a la intemperie: poliestireno y tintas UV.

La producción comenzó en octubre del año pasado y en diciembre se entregaron a Patrimonio las lápidas impresas. El problema ahora era de conservación y almacenamiento debido al peso.

De modo paralelo, Patrimonio emprendió una misión importante: realizar una restitución arquitectónica, para que se pudiera presenta con dignidad la obra artística. No se trataba de una restauración. Existía una población que deambulaba por el espacio: los hombres, los gatos, las palomas y las culebras. Había sesiones de brujería, se ahorcaban palomas, sesiones diabólicas. Se cocinaba. Era una tierra de nadie.

Una vez se terminó la restitución arquitectónica, se inició la colocación de las lápidas en las cavidades: ¿Cómo se iban a soportar? El equipo Zapata, que conocía bien, porque había trabajado en el Museo Nacional de Colombia y había montado los ‘Soldados de terracota’, hizo diversas propuestas. Se escogió una L en madera que no afectara las cavidades. De enero a mayo se trabajaron los soportes y sobre ellos se fijaron las lápidas con un pegante especial. Luego vinieron los problemas de sellado. Inicialmente se había escogido el yeso, pero era un material de muy rápido secado y se trataba de 8.957 lápidas, esto es, cada lápida tenía que ser fijada con una cantidad y para la siguiente era necesario preparar de nuevo otra porción de yeso. Por último se cambió de material por una mezcla de arena y cemento, pintada, que daba el mismo aspecto del yeso. En esta última etapa tuve la asesoría de Doris Salcedo, quien tiene mucha experiencia en arte público de gran formato y me impulsó y me acompañó en esta empresa desde el comienzo.

Lo que importó desde un principio fue la reiteración por encima del detalle. Cada lápida es una unidad, pero al reiterarla y multiplicarla permite que las figuras se iconicen. Siempre se me viene el recuerdo de un reclamo: ¿Por qué será que a los colombianos nos tienen que repetir tantas veces las cosas? De esta manera la reiteración y la simplicidad propia del ícono deben invitar a la memoria. Ahora, las “Auras Anónimas” están cautivas.

 Conferencia: Lunes 31 de agosto. Sala Oriol Rangel, Planetario Distrital.

El proyecto de Salcedo y González

Dos de las más representativas artistas de la plástica colombiana: Beatriz González (Bucaramanga, 1938) y Doris Salcedo (Bogotá, 1958) han creado ocho motivos de figuras que han sido pintados en las tumbas de los columbarios del Cementerio Central de Bogotá con la pretensión de rendir un homenaje a los muertos que pasaron por ese lugar y, a la vez, haciendo un llamado a la memoria para que las nuevas generaciones reflexionen sobre la violencia y la pobreza en Colombia. Estas dos mujeres se rehusaron a que esos legados históricos, esos muertos de las familias más humildes de la ciudad, que eran las que usaban los columbarios para enterrar a sus difuntos, fueran trasladados y olvidados para llevar a cabo nuevas reformas urbanísticas.

Los columbarios, por Doris Salcedo

La reconocida artista Doris Salcedo, quien se ha preocupado por la recuperación de la memoria colectiva a través del arte, presentó en 2003 un proyecto para evitar la demolición de los columbarios del cementerio. Para ella “los columbarios del cementerio popular son espacios simbólicos, remanentes del pasado de la ciudad. Estas construcciones durante décadas permitieron la elaboración del duelo de gran número de habitantes de Bogotá y ofrecieron abrigo a la conmemoración de la memoria. Al preservar los edificios preservamos la memoria de la inhumación, una de las actividades más importantes del ser humano”.

Salcedo insiste en que “merecen ser conservados por su belleza y valor arquitectónico, pero, además, por la actividad que en ellos se desarrolló, que los convierte en espacios sagrados: un espacio de ritos, ceremonias, fetiches, de un submundo arraigado en la cultura popular y que en últimas demarcan un espacio que está más allá de lo profano”.

Por Beatriz González Aranda / Especial para El Espectador

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