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La tarea les quedó grande

Pese a la cumbre en Bariloche, las posiciones se mantienen y la antipatía continúa. Tras el fracaso de Unasur, serán la sociedad civil y los medios los encargados de bajarle la temperatura a la región.

Sandra Borda Guzmán * / Especial para El Espectador
29 de agosto de 2009 - 09:56 p. m.
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El viernes de la semana que termina, la opinión pública tuvo la oportunidad de presenciar otra ronda de intercambios entre los líderes latinoamericanos, en Bariloche, Argentina. Esta vez hubo menos abrazos, menos señas de reconciliación y también menos acuerdo sobre el diagnóstico del problema de la seguridad en la región. Todo ello se tradujo al final en un documento de gran ambigüedad cuya contribución es convocar a otra cumbre de la organización.

El balance de este encuentro, en general, no es bueno para nadie, simplemente porque no sólo no se tomaron decisiones de fondo, sino porque tampoco se dieron pasos importantes hacia la resolución de las tensiones entre Venezuela, Ecuador y Colombia. Bien se puede afirmar que la región, después de horas de discusión de sus presidentes frente a las cámaras, quedó exactamente en las mismas.

Para empezar, varios comentaristas y medios en Colombia consideraron que fue una gran victoria del presidente Álvaro Uribe el haber logrado que los países miembros se comprometieran en una batalla frontal en contra de la delincuencia transnacional organizada y el terrorismo. Esta reacción llama la atención en gran medida porque estos compromisos son de larga data y se habían concretado y definido hacía ya mucho tiempo en el seno de la OEA por parte de los mismos participantes de Unasur. No es claro entonces cómo esta parte de la declaración se constituye en un avance.

Colombia no logró introducir otros temas de discusión diferentes al de las controvertidas bases estadounidenses en el territorio nacional. El Canciller y el Presidente insistieron en que intentarían que el debate girara en torno a la seguridad regional, pero no lograron evitar que Colombia terminara en el banquillo y defendiendo su acuerdo de cooperación militar con Estados Unidos.

Como si fuera poco, la delegación colombiana se gastó una parte importante de su recurso diplomático enmendando el inaceptable error de haber permitido que el debate se diera en términos de la instalación de bases militares estadounidenses en territorio nacional, cuando ese nunca ha sido ni el contenido ni la intención del acuerdo.

Finalmente, siguiendo la costumbre del actual Gobierno de usar los foros internacionales y la política exterior como una herramienta de política doméstica, el presidente Uribe cerró su participación pidiéndole al presidente Correa que reflexione sobre el proceso judicial que se adelanta en su país en contra del ex ministro de Defensa Juan Manuel Santos. Esta solicitud con cara de trámite se hubiese podido hacer en privado, para darle un final un poco más digno a una conversación que versaba sobre temas más elevados.

Por su parte, Venezuela, Ecuador y Bolivia no lograron convencer al resto de miembros de aprobar la inclusión de una cláusula que prohibiera o por lo menos restringiera la instalación de bases militares extranjeras en el territorio de cualquier país de la organización. De hecho, el presidente Evo Morales se ganó un regaño duro del presidente Lula por intentar promover una medida que atenta directamente contra la soberanía y el derecho a la autodeterminación de los estados. Chávez tampoco logró apoyo en su intento por promover una iniciativa de paz para Colombia y quedó claro que sus intenciones de contribuir a una solución pacífica del conflicto armado colombiano no son creíbles ni encuentran resonancia en la organización.

A pesar de que el presidente Correa no perdió la oportunidad mediática para reencauchar su discurso en contra del Gobierno colombiano —ejercicio que retardó las discusiones y le costó un regaño de Lula da Silva—, es de anotarse que en la etapa final de la reunión su posición se tornó conciliadora, seguramente gracias al reconocimiento de la necesidad de lograr algún tipo de acuerdo para no debilitar la joven organización. Igualmente, Chávez verbalizó posiciones que claramente estaban más dirigidas a desafiar el poder y las intenciones de Estados Unidos en el área que a atacar abiertamente al Gobierno colombiano. Es probable que ambos mandatarios estuvieran respondiendo a una solicitud del gobierno brasileño de adelantar un diálogo más constructivo y evitar un arrinconamiento extremo de Colombia frente a las cámaras.

Para terminar, Lula perdió la paciencia más de una vez y estuvo a punto de retirarse antes de que finalizara la reunión y se firmara la declaración. La frustración del presidente brasileño se hizo explícita debido a que la larga retórica de cada mandatario frente a los medios de toda la región casi da al traste con la necesidad de al menos producir una declaración consensuada. Unasur es parte del intento brasileño de consolidarse como líder regional y en este sentido las peleas entre Chávez, Uribe y Correa son el principal obstáculo para afianzare este proyecto. Este primer gran desafío puede ser también la causa principal de la defunción de una organización que escasamente alcanzó a nacer.

En síntesis, en Bariloche se hizo evidente que el gran problema de Unasur es que intentar lograr un consenso alrededor de políticas que reduzcan la soberanía de cada Estado en materia de seguridad, es comenzar por demandarles a los estados que cedan en el espacio donde más les duele. El efecto negativo de esta propuesta se agrava cuando se tiene en cuenta que las preocupaciones en materia de seguridad de Colombia son muy distintas y mucho más agudas que las del resto de la región.

Pero, tristemente, también se visibilizó aún más que la tarea de resolver las tensiones les quedó grande a los líderes de la región y puede que solucionar el problema ahora haya quedado en manos de las sociedades civiles (las más afectadas por el escalamiento de la disputa). Lo mínimo que pueden hacer estos presidentes es dejar de satanizar otros intentos de acercamiento que no sean los gubernamentales. Y por ahora, la obligación de medios y líderes de opinión es la de dejar de echarle leña al fuego y no atizar los discursos nacionalistas que sólo contribuyen a crear más distancias.

 * Profesora e investigadora del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes.

Por Sandra Borda Guzmán * / Especial para El Espectador

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