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Averigüe su parentesco con Eva

Por 180 libras esterlinas (660.000 pesos) usted puede recibir un certificado del genetista Bryan Sykes, profesor de la U. de Oxford, en el que consta cuál de las descendientes de Eva hace parte de su linaje. También puede enterarse del parentesco con algún personaje ilustre.

Pablo Correa
19 de marzo de 2008 - 07:09 p. m.

En los últimos años, los genetistas han confirmado en sus laboratorios lo que las religiones cristianas han creído por fe hace más de dos siglos: que existió una mujer de la que todos descendemos. Eva es el nombre bíblico de esa mujer. “Eva mitocondrial”, la han rebautizado los científicos, y para la mayoría de ellos quedan pocas dudas de que todos los seres humanos llevan en sus células una muestra del material genético de esta mujer, que vivió en el continente africano hace aproximadamente 200.000 años y cuyos descendientes se fueron a caminar por el mundo dando origen a los distintos grupos humanos.

Bryan Sykes, de la Universidad de Oxford, fue uno de los primeros en popularizar esta teoría, en la que ciencia y religión se estrechan la mano, al publicar su Las siete hijas de Eva, un total best seller. En él, Sykes explica detalladamente cómo la genética ha servido para desentrañar el misterio de nuestros ancestros en la larga cadena evolutiva.

En resumidas cuentas, esto ha sido posible gracias a que en las células existe un organelo conocido como mitocondria, que hace las veces de central energética y que porta su propio material genético. Este ADN representa para los científicos una enciclopedia en la que está codificada una parte de la historia evolutiva de los seres humanos.

Este pequeño filamento de ADN, presente en varias copias en cada célula, a diferencia del ADN que reside en el núcleo y determina todas nuestras características, es heredado solamente por la madre a todos sus hijos. Así, todos nosotros tenemos relativamente intacto un segmento genético que heredamos de nuestra madre, quien lo recibió de su madre, quien a su vez lo recibió de la suya, en una cadena sin mayores alteraciones que nos conecta a todos con los primeros homo sapiens africanos. Pero si existió una madre común, también existió un padre común y la ciencia ha logrado llegar también hasta un posible Adán, aunque por otro camino: el del cromosoma Y (ver recuadro).

Según Sykes, uno de los descubrimientos más llamativos de nuestro árbol genealógico por vía materna es que todas las personas se pueden reunir en un pequeño número de grupos según la secuencia de su ADN mitocondrial. Estos grupos o clanes son los que él ha denominado las hijas de Eva. En el caso de los europeos nativos, existen siete grupos básicos, siete hijas de Eva: Úrsula, Xenia, Helena, Velda, Tara, Katrine, Jasmine. Entre los japoneses, nueve. A 36 grupos podría reducirse la variedad de todos los seres humanos.


“A través de nuestro servicio genealógico, podemos leer una fracción de su ADN mitocondrial, compararlo con secuencias de otros miles alrededor del mundo archivadas en nuestras bases de datos y descubrir a cuál de los clanes pertenece usted y de cuál madre ancestral desciende”, anuncia Sykes en el portal de internet www.oxfordancestors.com, compañía que fundó años atrás.

El famoso genetista, quien dice pertenecer al clan de Tara y se hizo célebre por extraer ADN de una momia de 5.000 años hallada en los Alpes, no es el único que ha vislumbrado en la reunión de la genealogía (estudio de la ascendencia y descendencia de una persona) y la genética una poderosa herramienta histórica. Universidades y empresas de distintas latitudes ofrecen servicios similares.

Fiebre de genealogía


La Fundación Sorenson de Salt Lake City (Estados Unidos) inauguró en 1999 un programa de genealogía molecular que ha recopilado más de 70.000 muestras de ADN de voluntarios en más de 100 países con sus respectivos documentos genealógicos hasta de cuatro generaciones. El ambicioso árbol familiar de genes pretende ayudar a descubrir a otros individuos su parentesco con personas en otras partes del mundo. “No puedo pensar en otra cosa que importe más que recordarle a la gente que, en un sentido muy real, todos somos hermanos”, fue la frase con la que James LeVoy Sorenson justificó su proyecto.

Sigenlab es una empresa española especializada en genealogía molecular que ofrece sus servicios a universidades, arqueólogos, museos, comunidades autónomas, agencias de detectives, laboratorios de ADN antiguo e investigadores.

Para las directivas de la empresa, la genealogía molecular es sencillamente una poderosa herramienta para llevar investigaciones más allá de donde terminan los registros escritos: “Cualquiera que se haya dedicado a investigar de forma profesional o por afición, sabe que tarde o temprano se termina enfrentando a un agotamiento de fuentes. Los archivos parroquiales, por ejemplo, nacen alrededor de 1550, tras el Concilio de Trento, lo que quiere decir que si hasta ese momento hemos tenido la suerte de haber podido ir recopilando información a través de este medio, nos enfrentamos a un probable punto final. Con las pruebas de ADN que ofrece hoy la ciencia, se puede proseguir la investigación”.

¿Quién eres?


La fiebre por la genealogía molecular es contagiosa. Además de las decenas de laboratorios que ofrecen estos servicios, la nueva afición ya llegó a los medios de comunicación. La BBC lanzó el aire la serie Who do you think you are?, en la que diferentes personas apoyadas por un equipo de expertos iban descubriendo su linaje. En uno de los capítulos con mayor audiencia, Matthew Pinsent, campeón olímpico de remo, se enteró de que era descendiente directo de Catherine Howard, una de las siete esposas de Enrique VIII, y por si fuera poco, también supo que por sus venas corría sangre de Guillermo el Conquistador. La BBC, desde su portal de internet, les enseña a los internautas cómo reconstruir su árbol genealógico.


National Geographic no se ha quedado atrás y promueve con apoyo de la compañía IBM el Proyecto Genográfico, en el que se pretende reunir 100.000 muestras genéticas de poblaciones indígenas y, a partir de ellas, reconstruir la historia de las migraciones humanas.

Adán en África


Según los resultados de diversas investigaciones llevadas a cabo a lo largo de la década de los noventa, todos los hombres descienden de un ancestro común que vivió en África hace unos 150.000 años. Para rastrear este Adán genético, los científicos estudiaron una fracción del ADN que sólo portan los hombres, no las mujeres: el cromosoma Y. Luego de analizar y comparar el cromosoma Y de centenas de individuos en distintas regiones del mundo se pudo establecer el parentesco común. ¿Por qué este Adán apareció cerca de 50.000 años después que la Eva-africana de la que también todos descendemos? Aunque no están completamente aclaradas las razones de este desfase temporal, se supone que los otros hombres que habitaron la Tierra en esa remota época, o no dejaron descendencia  o de ellos nacieron tan sólo hijas.

De manera similar a lo que sucede con la genealogía materna, los científicos han establecido unos clanes básicos en los que se pueden agrupar todos los hombres. El número total de clanes no excede los 18.

Según el genetista Alberto Gómez Gutiérrez, quien la semana pasada fue invitado por Maloka para dar una conferencia sobre los orígenes del hombre, más allá de esta Eva-mitocondrial y el Adán-cromosoma Y, existe un ancestro común a todos los seres vivos. “Se trata de un microorganismo bautizado como LUCA (sigla inglesa que traduce Último Ancestro Común Universal) que existió hace 3.800 millones de años. Esa es la raíz del árbol de la vida y por esto todos los seres vivos somos parientes”, comentó el experto durante su conferencia.

Genealogía molecular en Colombia


Uno de los más entusiastas con el tema en Colombia es Alberto Gómez Gutiérrez, profesor titular del Instituto de Genética de la Universidad Javeriana y asesor científico del Instituto de Referencia Andino.

En 1988, siendo parte del equipo de investigadores que se embarcó en el proyecto de La Gran Expedición Humana, que buscaba recopilar información genética y cultural de las comunidades indígenas y afrodescendientes del país, comenzó a preguntarse cuál sería su primer antepasado indígena. La pregunta que se planteó en ese entonces se convirtió en un “hobby” que lo ha acompañado a lo largo de estas dos décadas.

“Quería saber cuáles de mis ancestros eran indígenas y los encontré en el siglo XVI”, comenta el doctor Gómez. Para desenterrar las raíces de su árbol genealógico tuvo que convertirse en un genealogista empírico y rastrear sus apellidos maternos en registros de Antioquia y los paternos en Santander. Más tarde, todavía en los años 90, comenzaría a combinar sus conocimientos en genética con su interés por las genealogías y la historia en varias publicaciones. Descubría por su propia cuenta una ciencia que en pocos años se pondría de moda: la genealogía molecular.

Una buena parte de las investigaciones que hoy realiza en el Instituto de Genética de la Universidad Javeriana se basan en esta rama de la genética. En una de estas investigaciones, rastreando el ADN mitocondrial,  pudo establecer junto a sus colegas, que los indígenas koguis descienden por línea directa de comunidades mayas. En otro estudio se comprobó que en el 40% de los colombianos que ostentaban apellidos europeos, la carga genética revelaba marcadores de grupos amerindios. Y viceversa, el 40% de los que tenían apellidos de origen indígena, su ADN correspondía más estrechamente con grupos europeos. “Si uno se fija solamente en el apellido, se puede equivocar de linaje”, concluye con humor.

En una investigación más reciente se pudo establecer la relación de los habitantes de distintos departamentos de la Costa Caribe con “cromosomas africanos relativamente recientes”: “Después de las comunidades del Chocó, los más cercanos parientes de los ancestros africanos son la gente de Bolívar, luego los de Magdalena y un poco menos los demás, lo cual es lógico si se piensa que la puerta de entrada de los que llamamos hoy afrocolombianos fue Cartagena”.

Para Alberto Gómez, la genealogía molecular les ayudará a antropólogos e historiadores a completar buena parte de los capítulos vacíos en la historia de la humanidad. Y nos recuerda una de las principales enseñanzas de esta nueva ciencia: “Todos somos afrodescendientes”.

Por Pablo Correa

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