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Los Grammy con Los Gaiteros de San Jacinto

Un viaje de gaitas, inspiración, maestros y esperanza a Las Vegas, donde la agrupación tradicional recibió este galardón.

Alexandra Posada * / Especial para El Espectador
02 de enero de 2008 - 05:19 p. m.
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Pasamos los canales de Venecia, cruzamos frente a la Estatua de la Libertad, entramos por la boca de la Esfinge y subimos al sexto piso de la pirámide para llegar a nuestras habitaciones. Las Vegas. Era la primera vez para todos y el último sitio donde me imaginé que caminaría junto con Toño García y Juancho Fernández: Los Gaiteros de San Jacinto.

Han pasado casi cinco años desde que los conocí. Unas semanas de visita a San Jacinto se convirtieron en un amor de toda la vida. El coqueteo comenzó con un sancocho de pescado y la relación se concretó cuando me di cuenta de que los viejos no sólo me llevaban casi sesenta años de edad, sino que tenían sesenta mundos de nostalgia, belleza, historia y fuerza de los que yo quería aprender.

Los acompañé en su primera gira de 15 conciertos en Estados Unidos. Junto con Iván Benavides les grabamos un disco en un estudio de Nueva York, que se mezcló con las uñas en Colombia y que fue escogido por la disquera del Smithsonian Institute de Washington: Un fuego de sangre pura. Ese trabajo los acompañó en la meca de lo estrafalario, la ciudad que no necesita de la noche porque ella sola recrea las estrellas.  Con una nominación al Grammy Latino bajo el brazo, Los Gaiteros de San Jacinto podrían llegar a convertirse en una de ellas.

Éramos un grupo bastante curioso. Dos gaiteros, cuatro arhuacos, mi colega Marc de Beaufort y yo, todos invitados por los boricuas de Calle 13, que también se enamoraron de la gaita y de la Sierra durante la filmación de un documental que estamos coproduciendo con los reggaetoneros. Ellos estaban nominados y eran el show principal de la noche y pensaban que el mundo debía conocer a los viejos gaiteros, por ello los invitaron a Las Vegas para compartir el escenario.

No pasábamos desapercibidos: el blanco, las abarcas, el sombrero, la mochila, una mirada milenaria y una seguridad que sólo viene con la pureza y el tiempo le ganaban a la ilusión de riqueza y la pirotecnia de los casinos.

La noche de la premiación, Juancho Fernández, el viejo cantante que despierta el alma con su voz educada en largas jornadas cortando caña e interminables noches de jolgorio y ron, se codeaba con Ricky Martin y Juan Luis Guerra mientras acompañaba a Calle 13 en la alfombra roja. Toño García y yo esperábamos sentados en la segunda fila el anuncio de la categoría de mejor álbum tradicional.

Ganaron. Y cuando entre lágrimas y emoción, le balbuceé a Toño que subiera al escenario, donde una diva latina lo esperaba con una sonrisa blanca y un gramófono dorado, vi cómo siglos del orgullo y la pasión de un pueblo se iban materializando en cada paso de este viejo de 78 años. Los espectadores nunca lo habían oído nombrar, pero la ola de aplausos que surgió cuando apareció este maestro en el escenario más codiciado de la industria de la música, demostraba que le tocaba la fibra hasta al más indiferente.

* Productora musical

Por Alexandra Posada * / Especial para El Espectador

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