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El 15 de noviembre próximo se celebran los cien años del natalicio de Eduardo Zalamea Borda, Ulises (Bogotá 1907-1963). Esta fecha da pie para recordar su incansable labor como periodista durante los años 40 y 50 del siglo pasado en El Espectador, donde escribió diariamente su columna “La ciudad y el mundo” y semanalmente “Fin de semana”.
La columna fue un espacio de análisis de la política internacional de los convulsionados años de la segunda posguerra y de aproximación a la ciudad desde expresiones más líricas y cotidianas; allí logró fusionar los dos discursos que están en el origen de la literatura latinoamericana, en lo que él mismo llamó “literatura periodística”. Denunció de manera incansable el peligro atómico y el armamentismo de la guerra fría y luego reseñó las primeras versiones que aparecieron sobre los sangrientos hechos del 9 de abril de 1948, en un intento por ofrecer elementos a sus lectores para trascender las comunes posturas sectarias de la época. Pero nunca hizo a un lado su particular percepción por las pequeñas cosas de todos los días en sus fragmentos –a veces poemas en prosa, otros relatos–, cultivando la brevedad en su forma, contenidos en el “Intermedio” situado en el corazón de la columna; allí registró las flores, los árboles, las montañas bogotanas, las mujeres, los niños, los oficios que veía desaparecer y los que aún se resistían a los embates de la modernización, las calles de la ciudad, los barrios, entre otros.
Sin embargo, su labor es más recordada por ser quien le publicó el primer cuento a Gabriel García Márquez, en 1947. Gabo evoca a Zalamea como a su particular ‘Colón’ y le reconoce su sello en el aprendizaje del oficio durante el tiempo que trabajó en El Espectador.
“Fin de semana”, espacio del suplemento literario y cultural, recogió sus escritos dominicales que se convirtieron en una revelación constante de las novedades literarias y artísticas de Colombia, América Latina y Europa. Analizó la aparición de novelas como El cristo de espaldas, de Eduardo Caballero Calderón; El día del odio, de J. A. Osorio Lizarazo, dedicó columnas a los autores latinoamericanos de su predilección como Gilberto Owen y Vicente Huidobro; y se paseó con comodidad y erudición por las letras francesas de las cuales evocaba obsesivamente a Charles Baudelaire, Paul Verlaine, Guillaume Appollinaire, Paul Eluard, entre otros.
Además, Ulises es reconocido por su novela Cuatro años a bordo de mí mismo. Diario de los cinco sentidos (1934), vista por los críticos como precursora de la narrativa moderna colombiana. La sensorialidad de ese viaje lograda en la escritura, no terminó en esa obra sino que continuó a través del mencionado espacio llamado “Intermedio” que guarda para nosotros la memoria de sus recorridos reales e imaginados por Bogotá.
Con su primo hermano Jorge Zalamea (1906-1969), Eduardo participó de las tertulias de intelectuales y escritores como León de Greiff, Hernando Téllez, y luego Álvaro Mutis y García Márquez, entre otros, que habitaron la vida bogotana durante las décadas de los años 30, 40 y 50. Quienes recuerdan la relación entre los dos primos dan testimonio de sus conversaciones y controversias en torno de la literatura y la política de la época, pues eran lectores voraces.
Y conjuntamente, con su entrañable amigo Guillermo Cano, debió sortear los rigores de la censura de prensa de los regímenes conservadores de Mariano Ospina y Laureano Gómez, y luego de la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla. Emprendieron codo a codo la creación de El Independiente que suplantó a El Espectador durante el último tiempo de la dictadura, sin abandonar en ningún momento la defensa de las ideas democráticas y de libre pensamiento, que a su juicio debían ser las orientadoras de la casa editorial desde la que ejerció su oficio de periodista y escritor. Aun desde París, donde ocupó el cargo de Embajador ante la Unesco (1960-1962) durante el gobierno de Alberto Lleras Camargo, nunca suspendió el contacto con El Espectador, mandando corresponsalías y a través de una profusa correspondencia que mantuvo con Guillermo Cano.
El centenario nos sirve como pretexto para rendirle un homenaje a este escritor y periodista, patrimonio de las letras colombianas. Quiero cerrar esta nota con un fragmento de uno de sus “Intermedios”:
Recordar es vivir, verdad relativa, porque en realidad es también morir. Acudir a lo que no vuelve, leer hacia atrás el libro de la vida. Buscar una apariencia vital –sólo apariencia– en lo que de todos modos sólo retorna como una vaga sombra indecisa en que hay un temblor desconocido de más allá de nosotros mismos.
Aprovecho para invitar a los lectores a un homenaje que se hará a la memoria de Eduardo Zalamea Borda el 15 de noviembre, en el Auditorio Aurelio Arturo de la Biblioteca Nacional, a las 6:15 p.m.
* Estudiante último año de doctorado en Estudios Latinoamericanos (UNAM, México) en el área de literatura y sociedad.