El Magazín Cultural

“El arte es el contrapeso de la barbarie”

Diálogo con la colombiana ganadora del Premio Velázquez de las Artes.

Nelson Fredy Padilla
08 de mayo de 2010 - 09:00 p. m.

Primer objeto: litografía de tauromaquia de Fernando Botero, autografiada por el pintor para mí gracias a Fernando Botero Zea. Primer espacio: el despacho del ministro de Defensa de Colombia en el que recibí la copia -con foto incluida para demostrarlo- y la sala de mi casa donde la exhibo desde 1994 con un llamativo marco dorado. Primera sensación: Felicidad. ¿Soy dueño de un tesoro? Segundo objeto: 82 grabados de Goya, exposición “Los desastres de la guerra”. Segundo espacio: Fundación Gilberto Alzate Avendaño, Bogotá 2008. Segunda sensación: Estremecimiento. ¿Violencia, política y arte fusionados? Tercer objeto: instalación inédita de Doris Salcedo sobre la desaparición forzada. Tercer espacio: taller de la escultora en Bogotá, en el popular barrio Colombia. Año 2010. Tercera sensación: Conmoción. ¿En qué país vivo?

(Trasfondo: entramos a un gélido edificio con frontis de taller metalmecánico. Un ascensor industrial desciende lento, quebrando el silencio monacal. Los dedos vigorosos de una mano pequeña abren la telaraña de hierro y en la oscuridad aparece la mujer de 52 años, vestida de negro y blanco informal. Parece una Medusa por la cabellera, pero su mirada no petrifica: transmite calidez como su voz y su sonrisa. Es Doris Salcedo, la escultora bogotana cada día más universal. Ahora porque ganó el Premio Velázquez de las Artes, equivalente al Cervantes en literatura. A pesar de la magnitud y trascendencia de su obra, no da entrevistas, no se deja tomar fotos, odia el exhibicionismo. Por eso la imaginan huraña y prepotente. No. La noche que la conocí me conmovió su apacible timidez; la predisposición a observar y escuchar; a hablar poco y de manera contundente; casi siempre tomada de la mano de su esposo Azriel Bibliowicz, mi profesor de literatura. Por condescendencia de ellos más que por perseverancia mía, periodista y fotógrafo entramos al estudio de “una de las artistas más importantes del mundo contemporáneo”, según el fallo anunciado el miércoles por la ministra de Cultura de España, Ángeles González-Sinde. Es un tercer piso más que iluminado, franco, de grandes ventanales, techos altos, paredes blancas, limpias; un escritorio, una gran mesa de dibujo, decoración mínima; no hay cuadros, nunca habrá un Warhol ni un Botero, tampoco diplomas o fotografías de egoteca, basta con un nicho para esculturas indígenas colombianas y libros. Ambiente de oratorio. Las meditaciones se transforman en obsesión y exigencia cuando baja al taller, para encarnar y honrar el dolor de las víctimas de la violencia que la inspiran. Relajada, refugiada en su silla, detrás del escritorio repleto de libros que lee lupa en mano, me permite preguntar con libertad y responde sin prepotencia, con la sensibilidad que despiertan sus obras, que son su visión del país y del ser humano).

¿Qué significa el Premio Velázquez para su obra?

Es una obra que ha estado basada absolutamente en el mismo tema: la experiencia de las víctimas de la violencia, invisibles, sin nombres, desaparecidas. Una obra hecha con materiales muy humildes. Es muy gratificante que sea reconocida.

El jurado resalta ese compromiso social. ¿Por qué tanta fuerza política en su arte?

A mí sí me interesa lo político. Yo soy un ser político. Las víctimas con las que trabajo son de violencia política. Soy colombiana, trabajo para abrir espacios para el pensamiento y para lo poético desde acá, que se supone es el lugar propio de la barbarie.

¿Poética de la barbarie?

Quiere decir que estamos contando la historia de los vencidos. La historia siempre la cuentan los triunfadores y aquí tenemos una perspectiva invertida: no tenemos ni arcos del triunfo, ni columnas de Nelson, ni obeliscos, tenemos ruinas de la guerra y de nuestra historia. Eso nos lleva a trabajar una obra que articule la historia de los derrotados, porque también somos capaces de pensar y de narrar nuestra historia.

Se cree que usted vive más afuera que aquí. ¿Podría trabajar desde otro país?

No. Toda mi obra de los últimos 25 años la he hecho aquí en Colombia. Necesito narrar desde aquí, no es igual desde cualquier parte, esta es la perspectiva que me interesa.

¿Cómo dirige la mirada a través de las fracturas sociales?

Es imposible señalar todos los eventos violentos que ocurren en Colombia. La mirada es selectiva. Trato de tomar ciertos elementos que creo son los que tienen la capacidad de narrar lo que nos está ocurriendo. No sólo en blanco y negro, porque esta no es sólo la sociedad del horror, hay otras cosas, movimientos muy saludables, mucha gente trabajando y pensando. En nuestro caso, el horror en la obra muestra la capacidad de pensamiento que tenemos. El arte le hace contrapeso a la barbarie y a una realidad muy compleja.

Pero, esa selectividad genera polémica, otra razón por la que le otorgaron el premio.

Me parece el piropazo. Es horrible el autoritarismo y el unanimismo, la homogeneidad me parece espantosa. Yo no necesito 80 por ciento de popularidad durante ocho años, eso me aterra, es malsano, enfermizo, es fanatismo. En cambio es maravilloso cuando las cosas se discuten. Hay gente se relaciona con mi obra y otra no. Hay un espacio de libertad. En el arte no necesitamos imponer nada. Debemos generar espacios donde la gente pueda dudar, pueda pensar, pueda estar en desacuerdo. La obra insinúa. Cuando eso no esté creo que será hora de retirarme.

Por ejemplo, la grieta  en la Tate Modern de Londres fue un mensaje muy fuerte sobre el tercer y el primer mundo.

En un centro de arte muy importante de Europa hay una grieta que cuenta nuestra historia y el espacio que ocupamos dentro de lo que ellos consideran lo más refinado en cultura y lo que yo considero nuestra condición como seres humanos.

¿Y la cicatriz quedó allí?

Sí porque somos eso, somos la cicatriz, ese dolor. Representamos muchas cosas, esa modernidad que ellos construyen sobre muchas vidas y sobre el saqueo. Somos parte integral de la modernidad pero la parte negativa, no reconocida. La cicatriz siempre estuvo pero yo la evidencio y es imborrable.

¿Físicamente sigue en el piso?

Sí. Construimos el espacio negativo que ocupamos los seres del tercer mundo, logramos además que la cicatriz de esa grieta permanezca en ese espacio y ellos lo sabían y lo aceptaron.

¿Qué sensación le causa que con el premio la pongan al lado de grandes del arte contemporáneo como Gaya, Tápies, Soriano, Meireles, Muntadas?

Es maravilloso. Por la obra de Muntadas, de Cildo Meireles, siento un enorme respeto. Es importante que haya artistas latinoamericanos abriendo esos espacios en condiciones de igualdad. Hemos sido educados bajo el canon de occidente y sin embargo no somos reconocidos como parte de él sino como el apéndice no deseado.

¿Quiere cerrar ese abismo que representó en Shiboleth?

Eso no se va a cerrar (ríe). Más que cerrar el abismo es estar en el mismo lugar.

¿Cómo subvertir formalismos sin caer en intelectualismos?

Ummmm. Yo no sé. Creo que cuando hay una combinación: primero, partir de una experiencia vital que sea válida para todos, para el primer mundo como para nosotros; segundo, articular el pensamiento de muchos filósofos, poetas y escritores; tercero, construir una imagen capaz de concretar los dos primeros aspectos. Mi obra es una colaboración, un terreno en el cual está la experiencia de la víctima, el pensamiento, la ayuda de mi equipo y mis ideas.

¿Cuáles son sus puntos de referencia en filosofía y poesía?

Tengo una influencia muy fuerte de pensadores judíos, Walter Benjamín, Emmanuel Lévinas, son faros que guían mi trabajo. En este momento estudio muchísimo a Jacques Ranciére. En poesía a Paul Celan  con  fervor.

¿Y Duchamp, el ready-made?

 En cuanto a lo objetual sí viene esa línea, más que como referencia como punto de partida elegido. Pero hay otras influencias como Goya, Cezane, igualmente importantes.

Y ahora Velázquez y su luz.

(Ríe a carcajadas) Sí, aunque en la escultura la luz tiene otro régimen. Sigo más la obsesión y el rigor de Cezane, que lo forma a uno muchísimo o la mirada política de Goya, que es esencial. La arquitectura contemporánea es un campo abierto que se nutre de todo: cine, teatro, culturas antiguas, ingeniería.

Sus obras son de gran dimensión, viajan en avión y barco. Esto parece una industria. ¿Quiénes integran su equipo?

Hay un equipo básico de siete personas que jamás varía, arquitectos y técnicos. Se amplía de acuerdo a cada proyecto. En este momento somos 35, todos colombianos con experiencia en obras artísticas. Afuera tengo un asesor cubano. Aquí me ayudan con todo lo que es estructural y desarrollo de ciertas técnicas, porque yo tengo unas ideas que son un flash, pero eso tiene que materializarse y durar. 

Son capaces de intervenir la estructura de un edificio como el de la Tate Modern.

Sí, fue complejo y son increíblemente creativos. Los arquitectos llegaron a una síntesis maravillosa donde la grieta  era el refuerzo estructural que se le hizo al edificio lo que implicó año y medio de trabajo en Colombia y dos meses instalando en Londres con 50 personas.

Por eso también ya la incluyen en el grupo de “las grandes damas del arte”  como Mona Hatoum y Marina Abramovic.

Con Mona somos amigas del alma desde hace mucho tiempo, es una artista a la que admiro mucho, pero lo importante no es lo que la gente diga afuera sino mantenerse fiel aquí a la experiencia de las víctimas. Mantener ese sentido de responsabilidad social.  

¿Por qué los candidatos presidenciales no hablan de la memoria colectiva?

Para eso está el arte. Ahora la memoria es sumamente incómoda, por eso se hace lo que sea para aniquilar al juez Garzón, para mantenerla reprimida, que esas fosas comunes de Valencia no digan nada, no cuenten la historia de las víctimas. Entonces el Holocausto va a ser negado, los serbios hicieron un esfuerzo enorme por evitar la reconstrucción de los cuerpos de la masacre de Srebrenica. En Colombia es muy difícil encontrar una fosa, están los hornos crematorios de Mancuso, los cuerpos mutilados en los ríos, los falsos positivos. Es casi imposible rehacer esa memoria y a los artistas nos corresponde hacer. Desafortunadamente no existe la palabra en español que lo resume en inglés que es memorial. Mi función es esa, construir esos memorials. Aquí no estamos cantando a héroes, a triunfos, todo lo contario, simplemente estamos recordando a nuestros muertos.

¿Cuál fue el momento de su vida en que supo que la violencia debía estar ligada a su obra?

No hubo un momento, estuvo siempre ahí. Desde que empecé a dibujar dibujaba eso.

¿El arte influencia la política?

La teoría de filósofos como Ranciére es que sí, pero a través de siglos. Creo que el arte es capaz de señalarle a la sociedad caminos hacia dónde mirar, no imponerlos sino mostrar opciones. Es un trabajo de generaciones, eso no ocurre en una vida

¿Su metodología de acercamiento a esos fenómenos sociales es directa?

Cuando se puede sí. Hablando con las personas, visitándolas, conociendo sus espacios y todo lo que pueda de esas vidas. Siempre hay un trabajo de investigación muy serio, de detective.

¿Lo que ve y piensa primero toma forma escrita?

Sí, escribo y leo mucho antes de llegar a construir la imagen como tal. Trato de ser fiel a esos testimonios. Si yo veo algo en términos materiales, eso pasará a la obra tal cual. Si me han dicho ciertas palabras, esas palabras definirán la forma de la obra.

¿Esa poética podría transformarla en literatura?

No. Es muy pobre. El lenguaje mío es la escultura. Además, yo soy como hecha en verso (ríe). La poesía me conecta con las imágenes y la materialidad, tiene una cierta concreción muy importante para mí.

¿Una meta por cumplir?

En un país donde hay tantas víctimas hay una cantidad de eventos a los que no he logrado dirigirme y eso es muy triste. Tengo mucho que hacer. Estoy yendo por ahí pero no he llegado.

Cuarto objeto: cuadríptico fotográfico en la Tate Modern, la grieta parece llegar a mis pies. Cuarto espacio: cafetería del primer piso del taller de Doris Salcedo. Cuarta sensación: Admiración. ¿Qué hago con la litografía de Botero?

“Unas señoras se apropiaron del arte”

¿Por qué es tan importante para usted eludir la fama y los cocteles?

El artista debe criticar una sociedad y para ser capaz de hacerlo es esencial la distancia, no estar en todos los cocteles. Además, el arte es solitario, requiere reflexión, silencio. Todo lo que distraiga no debe estar en la vida del artista y así lo vivo yo.

¿El hecho de que usted sea valorada cada vez más a nivel internacional no la alejará en algún momento del país?

Yo expongo donde me invitan, si hay cierto tipo de condiciones mínimas. Casi no recibo invitaciones locales. Por eso mi manera de mostrar mi obra en Colombia ha sido con eventos de arte público en las calles. Cuando asesinaron a Jaime Garzón hice cuatro eventos, y por el Palacio de Justicia, o cuando asesinaron a los diputados del Valle. Es mi manera de estar presente, porque no dispongo de instituciones.

¿Por qué no la invitan?

Porque el medio del arte en Colombia es muy cerrado. Se lo apropiaron unas señoras con un nivel educativo más bien bajo y no creo que estén en condiciones de enfrentarse a este tipo de obras, a ese diálogo, no creo que tengan intención de profesionalizarse. Hay problemas estructurales muy graves.

¿El llamado “gloriazeísmo”?

Sí, y la Fundación Alzate Avendaño.

¿Qué propone para que estas entidades cumplan una función más eficaz?

Pienso que son ciclos que se están agotando. Es tal la decadencia en la que se encuentran, que no podrían continuar así.

Le oí el otro día que la excepción es el Museo de la Universidad Nacional. ¿Por qué?

A Bogotá le ha ocurrido una cosa muy sana y es la llegada de María Belén Sáenz, quien le está dando un aire nuevo al arte. Es una directora culta, que tiene un nivel educativo alto, que es capaz de establecer un diálogo con los artistas, que comprende qué está ocurriendo en el mundo y, sin pretensiones ni autoritarismo, establece una relación con las obras y los autores. Es un modelo que se debería replicar en el resto del país.

Usted es egresada de la Tadeo. ¿Cómo se están formando los artistas nacionales?

Eso sí creo que ha mejorado mucho. En los Andes hay profesores jóvenes muy buenos, Víctor Laignelet en la Tadeo está implementando un programa muy lúcido y mucha gente que ha salido a estudiar al exterior ha regresado con vocación y ganas de enseñar.

¿A qué nuevos artistas hay que prestarles atención?

Muchos. Detesto dejar nombres por fuera, pero Alberto Baraya está muy bien, Gabriel Sierra, Felipe Arturo, Leila Cárdenas. Hay una generación que está por los 35 años produciendo cosas serias, curiosamente apolíticas. Tal vez se sienten apabullados por la guerra.

¿Un artista que se declara agobiado por la guerra?

No lo entiendo, aunque  también hay una brecha generacional. Es algo que está en gestación y no se ha acabado de comprender. No es el momento para juzgarlos, porque lo que están haciendo es de calidad. Eso va a tomar una forma diferente, en eso soy muy optimista. 

“No me relaciono con la obra de Botero”

¿El arte que se expone en Colombia qué tan contaminado está por el factor comercial?

Llega de todo, incluso en el arte comercial hay cosas valiosas. El problema es de atención. Walter Benjamin, citando a Kafka, dice que la atención es una forma natural de oración del alma. Donde hay una ruptura entre el público y la obra es que no siempre se logra esa atención. Si el público diera toda la generosidad para un tiempo de contemplación silenciosa a una obra de arte, en ese momento ocurrirían muchas cosas.

¿Por qué a veces uno siente que le quieren imponer tendencias como la de Botero?

La persona sabrá de acuerdo con su espíritu si puede acercarse a esa obra y si tiene sentido para él. El arte es como un libro, hay que abrirlo para leerlo, es tu decisión. No creo que haya tanta manipulación, pero evidentemente esa vinculación sirve para subir los precios, para que las clases altas identifiquen a un artista nacional, hagan negocios a partir de eso y sientan que eso les da prestigio. Todo eso existe, pero por el otro lado está el arte de verdad.

¿Qué sensación tiene frente a un cuadro de Botero?

No tengo la capacidad para relacionarme con esa obra. Me interesan Débora Arango y Beatriz González.


Su próxima obra está inspirada en desaparición forzada

¿En que proyectos trabaja?

Estoy en uno que toma como punto de partida la desaparición forzada, pero que se desarrolla hasta llegar a marcar la fosa común como el objeto que tiene la capacidad para contar la historia de Colombia de los últimos 30 años.

¿Dónde lo expondrá?

Empieza en 2011 en Medellín en el Museo de Arte Moderno y luego va a México, Suecia, Lisboa, Londres y cierra en 2013 en la pinacoteca de São Paulo.

¿Pondrá a pensar a la gente sobre este país de entierros y exhumaciones?

Es peor, si ya tuviéramos el entierro estaríamos muy bien. Es el país de la muerte no enterrada, de la tumba no marcada, si ya hubiéramos llegado al ritual funerario sería un avance.

¿Cómo capta esa realidad, la procesa y la transforma en obra de arte?

No soy capaz de describirlo, ocurre a unos niveles que no son necesariamente racionales. Recojo todo tipo de información y eso pasa a través de mí.

A eso le suma disciplina.

Estoy aquí todos los días.

¿Cómo contagia al equipo con la misma obsesión?

Ellos tienen su propia inquietud política. Participan en los proyectos como si fueran propios, lo cual no tengo manera de agradecerlo.

 

Por Nelson Fredy Padilla

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