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El gusto por el material es genético. Con su hermana mayor empezó a untarse las manos con arcilla y a crear objetos a partir de esa unción. Asimismo, comprendió con en el paso del tiempo que su padre también hacía cerámica porque trabajaba en la empresa de Tubos Moore, una fábrica de tuberías de gres.
Su formación como antropóloga de los Andes no cuenta en su vida posterior, porque un día asumió el manifiesto de querer hacer lo que siempre había querido, y así trabajó en un taller de cerámica durante dos años. Desde entonces ése es su oficio. Pero aparte y antes de todo, es madre de profesión y de pasión, carrera a la que le dedica su vida y con la cual se siente plena y orgullosa.
Es gracias a ese hogar y a esa casa que funcionan muy bien que existe la inspiración para sus creaciones con la arcilla. Los platos, los bol, las tazas están hechos para que los actos cotidianos se vuelvan especiales, para que las comidas de todos los días sean momentos amables y sean ceremonias que hay que celebrar sin importar sin son sencillas o elaboradas. “Soy profundamente doméstica y encuentro un valor enorme en lo que gira en torno al hogar porque le da sentido a la vida. Las cosas de la casa son importantes. Si uno va a tomar café, clave que el producto sea bueno y que la tacita le guste a uno”, asegura Lina.
Siempre le ha apostado a que el diseño sea funcional, manteniendo la mejor calidad posible. Para Lina, lo utilitario está más allá. No es el camino hacia otra parte, sino un punto de partida valido en sí mismo.
De lo cotidiano a la escultura
A pesar de que cree que la cerámica es escultura también, esta es la primera vez que crea objetos utilitarios de carácter únicamente escultural. “Un día trabajando con la arcilla, se me había secado mucho y para eso había que cortarla en pedacitos para humedecerla y de repente empecé a ver teteras en el retal que salía y resolví armarlas”. De ahí salieron estas esculturas en forma de la hora del té que se levantan entrañablemente de un corte de pizarra.
Las teteras para los ceramistas son un reto porque el diseño implica unir muchas partes para llegar a un todo armónico. El pico, la tapa, la manija y el cuerpo son esos elementos que funcionan casi como un rompecabezas para armar. Todo ceramista quisiera haber hecho una buena tetera y cada quien ensayará su versión para poner su huella.
En materia de colores prefiere los suaves y blancos, muy acordes con su personalidad, cálida, tranquila y dulce. “Yo fabrico mis propios esmaltes y me interesan mucho las variaciones de los blancos. Esto es como una neura, ¿cómo hace uno para repetir blancos toda la vida y seguir queriendo hacerlos?”, se pregunta Lina. El verde, por otro lado, es una referencia histórica a un esmalte clásico chino que se llama celadón, el cual se produce de una manera distinta, por lo tanto goza de estatus y es de alta apreciación dentro de los conocedores. Además, tiene una connotación muy bonita porque se define como todos los colores que da el mar. Y si de tamaño se trata, la mesura siempre será la medida de las cosas.
Un referente en el mundo de los ceramistas es Julián Stair, a quien Lina admira profundamente. Cuando estuvo en Colombia contó con la oportunidad de tomar un curso de teteras que la puso en perspectiva y donde aprendió mucho más de lo que esperaba.
Según Lina, la vida la ha consentido porque le ha permitido hacer lo que más le gusta con tan sólo sus manos, un torno, un horno y una sensibilidad especial para realzar lo doméstico. La mesa está servida.