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Era negra, venía de África, se vestía con túnicas largas, y la gente, al nombrarla, pocas veces podía hacerlo bien. Le decían Rakeba, Lakema, Narkeba, pero nunca Makeba, y menos aún, Miriam Makeba, como se llamaba en realidad. Pocos sabían que había nacido en Johannesburgo, Suráfrica, y que desde niña había sufrido y padecido los horrores del ‘apartheid’, que sus familiares fueron torturados y se pudrieron en las mohosas prisiones de los sucesivos gobiernos blancos, y que sus principales motivos de vida eran la protesta, la lucha, la rebeldía. Por ello, por todo ello, cuando subió al escenario de Viña del Mar en 1972 como invitada especial, le envió un saludo más que afectuoso a Salvador Allende, un carismático líder socialista por aquellos primeros meses del 72, y quien en septiembre sería elegido presidente de Chile, el gran público de la Quinta Vergara se deshizo en rechiflas.
Makeba no comprendió aquella reacción. Hizo el mismo gesto de sorpresa que haría unas horas después de su “fracaso”, cuando se le acercaron unos personajes vestidos de gris y corbata y le sugirieron que no hablara de política en Chile, pero luego le explicaron, y más luego aún, se fue enterando por diversos diarios y activistas de los sucesivos hechos que desangraban a Chile. Allende fue asesinado en el 73. Un militar, Augusto Pinochet, se tomó el poder. El poeta Pablo Neruda murió unos días más tarde, más de tristeza e impotencia que de cáncer. Los artistas comenzaron a ser perseguidos. Muchos perecieron, como su amigo Víctor Jara, a quien decapitaron en el Estadio Nacional de Santiago. A muchos otros los desaparecieron.
Ella sólo pasó una noche allí. Una noche inolvidable, quizás la única noche en su vida de cantante en la que un público, cualquier público, sepultó con silbidos su canción del Pata-pata, que desde el 68 se había tomado las emisoras de radio y se vendía como ninguna otra. Makeba era el Pata-pata frente a un micrófono, toda alegría, fiesta, emoción, pasión, la versión africana de Gladys Knight o Tina Turner. Solía decir que su forma de lucha era transmitir alegría. Así murió una noche de noviembre dos meses atrás, en Castel Volturno, Italia, luego de haber cantado en un festival contra el racismo y las mafias. Su presentación en Viña del Mar se enclavó en la historia, sobre todo porque pasados los años, a la luz de los acontecimientos, muchos de los que la rechiflaron comentaron que sí, que aquello había ocurrido, pero que ellos no habían sido.
Con broncas u ovaciones, críticas o censuras, aquellos años 70 fueron los años del esplendor del Festival de Viña del Mar. Cada vez tomaba más fuerza, quizá porque Julio Iglesias había dicho que su presentación allí en el 69 era lo más importante de su vida, tal vez porque a Sandro lo obligaron a cantar dos horas más de lo presupuestado, posiblemente porque el mismo Pinochet había impartido la orden de que Viña del Mar se transmitiera al mundo entero como una muestra de “la libertad que se respiraba en su gobierno”. Incluso, Pinochet se dedicó una versión de Libre de Nino Bravo que en el 74 cantó un chileno, y las tribunas explotaron sin comprender por qué explotaban.
A fin de cuentas, el Libre de libertad de Nino Bravo no tenía nada que ver con la opresión de su dictadura. Con el tiempo dijeron que en los camerinos de la Quinta de Vergara, Julio Iglesias y José Luis Rodríguez se dieron trompadas, que María Conchita Alonso intentó suicidarse luego de que el público-monstruo de 15 mil cabezas la hubiera rechazado, y que bandas y cantantes como Kool & The Gang, INXS, Tom Jones, Bryan Adams o Kansas resurgieron allí cuando todo el mundo los daba por acabados.
Se tejieron miles de leyendas y se elaboraron otras tantas listas. La mejor vestida fue siempre Cecilia Bolocco, y la peor, Natalia Oreiro. Juan Gabriel resultó el más querido de todos los tiempos y Miguel Bosé, el más sensual. Joaquín Sabina fue el burletero-irónico-profundo mayor, y Serrat, el poeta de las eternas pequeñas cosas. Raphael, la voz, el mito y el delirio; Soda Stereo, el espejo en el que terminaron por reflejarse decenas de grupos latinoamericanos de entonces. Para cada uno de ellos, Chile marcó un antes y un después. El antes del Festival fue escrito a comienzos de 1959 por un manojo de estudiantes de arte que se inventaron una velada para cerrar sus estudios. El después continúa abierto. Incierto, ilusorio, transgresor o sencillamente correcto. Vivo, y por ahí, libre.
El ‘show’ de Viña del Mar
A pesar de que su presentación en la Quinta Vergara comenzó después de la 1:30 de la madrugada, los integrantes de KC and the Sunshine Band, se robaron todos los aplausos. Con un numeroso grupo de bailarinas y todo un ensamble de vientos, la legendaria agrupación de la Florida conquistó al público chileno.
Por su parte, el colombiano Juanes tuvo una muy destacada participación en la versión número 50 del certamen y se quedó con todos los trofeos que otorgan los espectadores: una Antorcha de plata, otra de oro y la Gaviota de Plata.
El tinte ‘rojo’ del Festival
El pop, el soul, el jazz y y el rythm & blues son las influencias más importantes de la banda Simply Red. Con su estilo, los británicos, liderados por Mick ‘Red’ Hucknall, se tomaron la Quinta Vergara y ofrecieron un recital memorable que, según anunciaron, puede ser la última presentación en América Latina como colectivo.
Simply Red cantó 21 de las 27 canciones que logró posicionar dentro de los listados internacionales.
Las colombianas que conquistaron la Quinta Vergara
Conquistar al monstruo de las mil cabezas es más que una odisea. Sin embargo, artistas de todas las latitudes han asumido el reto de enfrentar al público de la Quinta Vergara, considerado el más exigente de América Latina. Tres concursantes colombianas han sido protagonistas.
Edna Rocío. Con la pieza ‘Te propongo’, original de Fernando Garavito, esta cantante y actriz obtuvo el primer lugar en la competencia internacional.
Carolina Sabino. Justo diez años después de Edna Rocío, interpretó la canción ‘El aguacero’ de Alejandro Gómez Cáceres y ganó.
María Mulata. En 2007 Colombia se alzó con el triunfo en la competencia folclórica con el tema ‘Me duele el alma’, de Leonardo Gómez y Diana Hernández.