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Simón y la lavadora de ropa

La Plaza de Bolívar acoge una obra que da vida a una casa del campo colombiano.

Angélica Gallón Salazar
04 de julio de 2009 - 02:10 a. m.
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Una casita de plástico y bareque, con un platón de ropa, un cordón con 15 prendas lavadas y extendidas, y un banquito en su frente se ha posado en la mitad de la Plaza de Bolívar de Bogotá. Es la casa de una lavadora de ropas creada por el arquitecto y artista Simón Hosie que, además de perturbar a los transeúntes, parece gritar que en sus cuatro paredes “habita más eficazmente la identidad nacional que en el Palacio de Nariño, el Capitolio, el Palacio de Justicia”, como lo sugiere su creador y como lo deja saber alguno de los paseantes que se atreve a tocar su puerta: “Así vivimos la gente humilde”, se oye decir. Pero la historia para que esta casa aterrizara en este pavimento es larga y enrevesada.

Simón llevaba algunos años viviendo en Tierradentro (Cauca), comiendo envueltos de maíz y enamorado de los colores variopintos de los frentes de esas casas sencillas en donde la gente del campo colombiano lleva su vida. Había hecho de los banquitos enclenques que reposan siempre al lado de las puertas de estas casas los protagonistas de su serie de arte ‘Frentes populares’.

Había vuelto a Bogotá y se había internado otros tantos años en  Ciudad Bolívar, haciendo un trabajo etnográfico, oyendo las historias de la gente que vive con lo fundamental y consignándolas en un cuaderno de reglones amplios. Y de ahí, de esas horas de historias donde casi se asiste a todo el misterio de la existencia humana, el artista creó un personaje, una lavadora de ropas, que encaminaría su trabajo artístico y que le inspiraría dos cuadros enormes que tardó pintando algo más de ocho meses.

“Me fui dando cuenta de que lo que yo buscaba en mi trabajo era tratar de definir un nuevo concepto de colombiano culto, alejado de la idea de erudición. Después de mis años de trabajo encontraba que el ser culto dependía más de la sencillez, la capacidad de convivencia, de diálogo pacífico y de tolerancia, y yo quería plasmar esta idea con el mismo lenguaje sencillo del pueblo colombiano, así que esta lavadora de ropa se convertiría en mi ideal de mujer culta”, explica Simón.

Un día, mientras terminaba de pintar sus cuadros, recibió el periódico y se encontró con que la importante artista Beatriz González pedía al público que interviniera una imagen de Yolanda Izquierdo que ella había creado. Simón no pensó en pintar la hoja de periódico, pensó en intervenirla de otra forma. Más preciso sería decir que pensó en cómo su lavadora de ropas podría intervenir ese pedazo de papel, al fin y al cabo, por gente como su lavadora, líderes comunitarias como Yolanda Izquierdo habían muerto.

Le escribió la carta a la respetada artista, con el puño y la letra de su lavadora de ropa, con la mirada desprevenida de la mujer humilde que confiesa, por ejemplo, que ese dibujo de Yolanda empezó a hacerle milagros, y entonces, sin imaginarlo, la carta conmovió tanto a Beatriz González que redireccionó la obra sobre Yolanda Izquierdo que luego ella expondría en la galería Alonso Garcés y que incluso bautizó Carta furtiva. (La carta completa de la lavandera está publicada en la revista Número de junio de este año).

“Esos milagros que le hace el dibujo de Yolanda a la lavadora no son las ayudas de un dios, sino son las tres ayudas que yo considero fundamentales para sacar adelante este país: lo primero es tener la capacidad de transformar algo elemental en algo absolutamente útil, ella encuentra una caja de un electrodoméstico y lo convierte en la cuna de su hijo. El segundo milagro es cuando una señora pudiente ve esa cuna y decide regalarle ropita, este es el sentido comunitario, y el tercero es cuando ella dice que ella no está afiliada al Sisbén y le pide a Yolanda y a la virgen que intercedan, que en últimas es la ayuda del Estado”, explica Simón.

Hoy la lavadora de ropa está en la Plaza Mayor, con su cuna de cartón, su platón, su banco, las 15 prendas que Simón recogió de sus travesías por ciudad Bolívar, con dos fotografías puestas en portarretratos brillantes que reproducen los dos cuadros que pintó el artista sobre la lavadora y con el deseo de que Beatriz González, que por imposibles cálculos del destino no está en el país, conozca en carne propia esa lavandera que tanto conmovió su obra.

Por Angélica Gallón Salazar

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