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Pedalazo tras pedalazo, Lucho Herrera superó hace rato la meta que se propuso. Inició su vida profesional a los 15 años y "de ahí en adelante todo fue sacrificio. Al comienzo me tocaba bastante duro porque los recursos eran muy escasos en mi familia y yo generaba muchos gastos". En ese entonces, recuerda Lucho, "me colaboraba mi hermano Rafael y me patrocinaba el comercio de Fusagasugá.
Esa tierra cundinamarquesa le proporcionó la alimentación necesaria para crecer y además para consolidarse como deportista. Sin embargo, su esfuerzo personal, su voluntad de hierro y sus ganas de salir adelante fueron determinantes para afrontar las competencias durante su formación como ciclista aficionado.
Lucho Herrera siempre ha sido admirador de los grandes viveros de su natal Fusagasugá. Por eso, trabajando en uno de ellos se ganó la vida hasta que, montado en su caballito de acero, coronó la cima de La Línea en el Clásico RCN de 1981 y Julio Arrastía Bricca lo rebautizó como El Jardinerito.
A partir de ese momento la bicicleta se convirtió en su mejor aliada. Sobre todo lo fue en 1985 cuando levantó sus brazos como ganador en una de las etapas más exigentes del Tour de Francia. Arribó a la meta con su casaca de pepas rojas y su cara totalmente ensangrentada.
"Esa fue la llegada a Saint Etienne... yo iba escapado y, por no coger una mancha de aceite, toqué el borde de la carretera, se desestabilizó la bicicleta y me caí. Pero me levanté rápido y logré ganar", afirma sereno aunque con su conocida timidez Lucho Herrera.
Lo seguían muy de cerca Bernard Hinault y ocho monstruos más del ciclismo mundial. Todos con sed de triunfo. Pero el colombiano impuso el paso y se alzó con la victoria.
"Yo siempre tenía ocupada mi cabeza en las carreras y pensaba muy bien lo que estaba haciendo. De todos modos, eran etapas difíciles y, además de concentrar la potencia en mis piernas, hacía mucha fuerza mental para que todas las cosas le salieran bien al equipo", comenta hoy con nostalgia el deportista fusagasugueño.
En su haber figuran más de 30 títulos de primera línea, pero tal vez su mayor logro, el que lo mantiene vigente en la mente y los corazones de sus compatriotas, lo consiguió en 1987 en la Vuelta a España.
"El año anterior había ido Fabio (Parra) y dijo que no volvía a correr la Vuelta a España porque era muy dura por el frío y entonces me mandaron a mí, aunque yo dije que no estaba en forma para participar. Entonces me contestaron: compita en la Vuelta y de una vez se prepara para el Tour de Francia. Bajo esas condiciones fui y vi la oportunidad de ganar".
Hoy, 20 años después de esa hazaña, Lucho Herrera confiesa que se siente muy agradecido con el pueblo fusagasugueño en particular y con los colombianos en general. "La gente hizo mucha fuerza y me apoyó incondicionalmente. Yo sentí gran respaldo y, por eso, cuando corrí en Europa siempre me emocioné en la bicicleta, porque sabía que todos los amigos me estaban viendo y que en Colombia todos estaban contentos con mis triunfos".
En sus grandes gestas se resume buena parte de la historia del ciclismo colombiano. Con él, los escarabajos llegaron muy lejos y, hoy por hoy, se siente feliz con lo que ha sido su vida dentro y fuera del deporte. "El haberle dado todos estos triunfos al país me llena de orgullo y de satisfacción. Para mí es muy importante saber que logramos dejar los colores de Colombia en alto en todos los escenarios de Europa".
Por ahora su sillín está vacío, aunque para él tiene dos firmes candidatos para sucederlo: sus propios hijos. No le inquieta el futuro porque está dedicado a sus negocios personales y lo que antes era su vida, ahora es un pasatiempo para los fines de semana. Según sus propias palabras, está pasando por la mejor ‘etapa' de su vida y quiere mantenerse vigente en el ámbito ciclístico como lo que siempre ha sido: una gloria nacional. Lucho Herrera sembró con esmero su jardín y cosechó las victorias que hoy recoge.