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Valle del Chota, cuna de futbolistas

El próximo rival de Colombia en las eliminatorias, Ecuador, consigue talentos en un pequeña región de los Andes llena de pobreza.

Henry Mance / Especial para El Espectador
15 de junio de 2009 - 09:00 p. m.
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Durante años, muchos colombianos se han preguntado por qué tener una de las poblaciones más grandes de América Latina no les ha garantizado mejores resultados en el fútbol internacional. Pero hay un lugar donde la relación entre población y éxito es desconcertante: Valle del Chota, una región de Ecuador con 25.000 habitantes, que ha producido docenas de futbolistas de primer nivel.

Ecuador clasificó por primera vez a un Mundial en 2002 y siete de los 23 jugadores convocados por Hernán Darío Gómez venían de esta región. Entre ellos estuvieron el máximo goleador Agustín Delgado, el ex Aston Villa Ulises de la Cruz y Édison Méndez, hoy del PSV Eindhoven. El año pasado, Delgado y otros tres futbolistas del Valle jugaron en Liga Deportiva de Quito, que logró ser el primer club ecuatoriano en ganar la Copa Libertadores.

El Valle del Chota es seguramente el único rincón de los Andes donde uno puede encontrar jugadores de la selección sentados en la calle, tomando cerveza o ‘puntas’ —un licor hecho de caña—, disfrutando una visita de amigos.

¿Qué hay detrás de semejante riqueza futbolística? “El biotipo”, es la explicación que más se escucha. Ubicado entre Quito y la frontera con Colombia por la vía Panamericana, el Valle del Chota es una isla afro en una región indígena. Aunque representa sólo 5% de los afro ecuatorianos, la población tiene una historia particular. A partir del siglo XVI los jesuitas trajeron esclavos para trabajar en las minas y en las plantaciones de azúcar. Prefirieron esclavos provenientes de África central, por su económico precio. Así se fue poblando la región.

Más de cuatro siglos después, se mantienen rastros de la herencia africana en el dialecto y los comentaristas identifican la región por la calidad de los futbolistas. “El Valle es un área seca, con descendentes de Angola y físicamente son fuertes. Para el fútbol de hoy, es fantástico”, dijo el técnico de Liga de Quito antes de la final de la Libertadores.

La influencia del biotipo angoleño podría ser más mito que realidad, pero hay otro factor clave: el Valle del Chota es excepcionalmente pobre. No hay hoteles ni restaurantes y sus habitantes dependen de la caña de azúcar, del fríjol y de otros cultivos. Sin cines ni otras distracciones, la gente se dedica al fútbol. Así fue con Delgado y Ulises de la Cruz, quienes jugaron juntos día tras día, capando clase, cuando sus padres no prestaban atención.

“No había buenos balones ni zapatos de fútbol y la cancha en malas condiciones”, recuerda De la Cruz, quien este año volvió de Inglaterra al fútbol ecuatoriano: “Perjudicaba para practicar, pero creo que al final ha sido beneficioso, porque al salir de esa tierra con múltiples problemas ha nacido una ambición, se ha creado una necesidad por conseguir logros para que nos reconozcan, para que podamos tener un poquito de espacio en este país”.

Hoy los muchachos siguen jugando en canchas polvorientas con balones medio desinflados, imitando los trucos de Ronaldo y Ronaldinho con una facilidad impresionante. La felicidad de dejar tales condiciones atrás es evidente en las palabras de Michael Chalá, un joven que ahora entrena con El Nacional en Quito, cuando dice: “en Chota, la vida es regular”.

Para los habitantes de la zona, lo increíble no es que los jugadores del Chota hayan brillado en los últimos años, sino que los clubes ecuatorianos se hayan tardado 30 años en reconocer su talento. Antes las oportunidades fueron tan escasas que padres de jugadores prometedores ni quisieron que sus hijos fueran a probarse en Quito. “Hubo racismo”, dice un cultivador. “Ahora conocen a Chota por sus futbolistas. Y nos respetan”. Según Ulises de la Cruz, con el éxito reciente “ya se rompió la barrera de la mediocridad”.

Sin embargo, para Agustín Delgado, los muchachos necesitan más ayuda. En 2001, él creó la fundación que lleva su nombre, una escuela de fútbol para perfeccionar el talento natural con entrenamiento técnico desde los seis años hasta los 20. Hoy, unos 300 niños están matriculados.

Es una iniciativa costosa y, según Diana —hermana mayor, que dirige la fundación—, Agustín ha perdido interés en ella. Toca convencerlo para que pague los recibos de luz e internet, con el argumento de que no se puede abandonar lo construido. Sólo la propuesta de hacer la cancha principal con césped artificial despertó una intervención real de Delgado: “No es lo mismo”, él se pronunció en contra de lo artificial. Por esto ya se ha llevado tierra de otra región para que crezca el pasto.

Delgado espera recuperar parte de su inversión al negociar los mejores jugadores con clubes nacionales e internacionales. Unos seis jóvenes de la fundación están en los inferiores de Liga y unos ocho en El Nacional. Ir más lejos es un reto: dos jugadores prometedores se fueron para México, pero se devolvieron, echando de menos su región natal.

La gran esperanza es que el fútbol sirva para empujar el desarrollo del Valle del Chota. Además de Agustín Delgado, Ulises de la Cruz y Édison Méndez también han invertido en proyectos comunitarios. Sin embargo, la mayoría de los futbolistas profesionales simplemente mandan remesas a su propia familia: sus casas se ven lujosas, pero la miseria al lado se mantiene. Mientras tanto, los jóvenes que no brillan en la cancha tienen pocas opciones. Un jugador profesional de Barcelona de Guayaquil anota que si no fuera futbolista estaría cultivando fríjoles como sus amigos de infancia.

El resultado es que los jóvenes desarrollan una obsesión por ser futbolistas. Diana Delgado lo llama “una enfermedad”. Ella requiere que todos los muchachos de la fundación terminen secundaria y también quiere crear un centro cultural para abrir sus mentes. Pero hasta ella acepta las dificultades. Dos jóvenes del Chota que sí aspiraban a algo diferente —ser oficiales en la policía— murieron en cursos de formación, hecho que Delgado atribuye al racismo de los instructores.

El fútbol en sí no necesariamente abre las puertas a otras carreras . “La presencia de jugadores negros en la selección es una expresión significativa de su inclusión en la nación, pero una que, a la vez, hace poco para cambiar los viejos estereotipos e imágenes de los negros”, dice el historiador estadounidense Reid Andrews, quien ha estudiado a los futbolistas afro en Uruguay. “Las representaciones de los jugadores negros en los medios uruguayos rara vez comentan sobre los talentos intelectuales de juicio y estrategia que contiene su juego. Se presenta a los negros como posesionados de un tipo de magia”.

Esta perspectiva coincide con la de Ulises de la Cruz. “Más que escuelas de fútbol, lo que necesitan es ganar más derechos, más respeto, más integración”, dice el lateral. “Mi objetivo de lucha de vida es ése: que en el fútbol nosotros hemos dado un paso importante, pero creo que la gente de color no debe tener el objetivo de sólo jugar fútbol, sino más bien encontrar otras profesiones. Tenemos que ejercer realmente un derecho como seres humanos para que también participemos como abogados, ingenieros, arquitectos, y que también tengamos una democracia a favor de nosotros”.

El debate en Valle del Chota va más allá del fútbol. En Colombia, en cambio, mucha gente quedaría satisfecha con encontrar una zona de comparable talento deportivo.

Por Henry Mance / Especial para El Espectador

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