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En octubre de 1987, cuando ya en el antiguo campo socialista se anunciaban los aires de la agonía de un sistema que sucumbía bajo la prepotencia, el pensamiento totalitario (en algunos casos fascista), la corrupción, la politización extrema de la sociedad y la incapacidad de sus dirigentes políticos, un grupo de estudiantes de periodismo decidimos cuestionar con nuestras preocupaciones sobre la ya en decadencia sociedad cubana a quien creíamos tenía todas las respuestas: Fidel Castro Ruz.
Ese encuentro, que se prolongó desde la tarde hasta horas de la madrugada, quedó en la historia política de la isla como uno de los escasos momentos (quizás el único) en que los periodistas cubanos se enfrentaban, inconformes, a una realidad que ya mostraba la decadencia social, económica, política y moral que hoy vive mi país.
Cuando leo las decenas de escritos de intelectuales y periodistas que, pretendiendo salvar lo salvable, se hunden en un mar de consignas engañosas, de frases calcadas del discurso político cubano y (lamentablemente) de mentiras fácilmente comprobables con un simple husmeo a las estadísticas oficiales de la isla y a las estadísticas de organismos e instituciones internacionales en materia de desarrollo humano, la memoria me regresa a aquellos días en que el joven que era, hijo de una familia en la cual hay mártires de esa Revolución, y todavía (por esos días) enamorado de ese proyecto que debía ser un ejemplo para el resto mundo, tuvo que abrir los ojos ante las consecuencias de aquella “osadía juvenil”: cientos de periodistas descubrimos que era cierto algo que los enemigos de la Revolución decían, “contradecir a Fidel Castro es el suicidio”.
Y a quienes quieran saber a qué me refiero, pueden averiguar qué ha sido de la vida de todos aquellos estudiantes de periodismo que, ingenuamente, creímos que podíamos dialogar y dar nuestras preocupaciones sobre asuntos que como parte del pueblo cubano vivíamos en esos tiempos, todavía de cierta bonanza económica: sólo aquellos dos o tres que manifestaron luego públicamente su arrepentimiento están hoy entre esos periodistas que desde la isla defienden lo hasta indefendible. Y es que, con perdón de algunos colegas, un sueño, por hermoso que sea, no puede defenderse con consignas y con mentiras (o con verdades a medias).
Porque, efectivamente, de estos 50 años de Revolución Cubana sólo queda intacto aquel sueño de 1959: queríamos, necesitábamos, al mundo le hacía falta una revolución como la que defendieron miles de revolucionarios cubanos cuando se alzaron contra la dictadura sangrienta de Fulgencio Batista. Pero lo primero es no olvidar que ese sueño fue defendido por hombres y mujeres de todos los credos políticos que coincidían en un propósito: la nueva Cuba debía ser democrática, abierta, libre y, sobre todo, “con todos y para el bien de todos”.
Esos líderes que estuvieron dispuestos a dar su vida (e incluso que la dieron en cientos de casos) pertenecían a todas las clases sociales, profesaban todo tipo de ideologías, militaban en los distintos grupos y partidos políticos de la Cuba de entonces, y curiosamente fueron dirigidos por un hombre de ideología indefinida, Fidel Castro, quien en la Sierra Maestra confesó a los periodistas que jamás había sido comunista; que luego del triunfo (en discurso grabado) le dijo al pueblo cubano que quienes acusaban a la Revolución de comunistas eran mentirosos, traidores, que querían engañar al pueblo; y en un discurso posterior (también grabado) juró ante ese mismo pueblo que él siempre había sido comunista y que la Revolución Cubana siempre había sido comunista.
Como creí en ese sueño (y como aún creo en que es posible ese mundo mejor que la Revolución Cubana representó en un tiempo) paso la vida buscando, hurgando, escribiendo (especialmente desde que en 2005 fui desterrado de mi país por mis ideas políticas y he tenido acceso a mucha información que cualquiera puede consultar, menos los cubanos de la isla).
Y hay una pregunta que siempre me he hecho, especialmente cuando busco en la historia y en el presente, cuando cotejo datos de entonces y ahora, cuando llego a una verdad que no sea esa manipulada historia que desde 1959 se escribe en y sobre Cuba: ¿Por qué hoy, 50 años después de la Revolución, se condena a Cuba por haber llevado a cotas más profundas de depauperación aquellos mismos problemas que Fidel Castro denunció en 1953 en su histórico discurso de autodefensa “La historia me absolverá” .
A quienes siguen defendiendo con consignas, y con la visión edulcorada del sueño que pudo ser (y que ojalá alguna vez sea en todo el podrido mundo en que vivimos) les hago ese reto: comparen pasado y presente a partir de ese discurso que fue instaurado por el gobierno revolucionario cubano como el “Programa de la Revolución”. Les aseguro que se llevarán nada gratas sorpresas.
Tampoco estoy de acuerdo en quienes, también con consignas y con una intolerancia igual a la manifestada por el gobierno cubano contra sus opositores en estas cinco décadas, quieren echar por tierra los logros de la Revolución en extensión y gratuidad de la salud, la educación, la cultura, el deporte, aunque debo decir que, hace ya algunos años, el propio gobierno cubano ha reconocido que el estado de depauperación es tal en esos servicios que lo único que queda realmente es la gratuidad, por lo cual ya no puede hablarse de “logros” si no de “metas alcanzadas” que deben rescatarse.
El mito del bloqueo
Existe, no puede negarse. Y nadie con una mínima inteligencia puede negar que Cuba podría tener un despegue económico si pudiera negociar directamente con Estados Unidos y no tuviera que vencer las imposiciones de Norteamérica a otras naciones e instituciones financieras a las cuales el imperio del Norte puede condicionar su comercio con la isla. Pero, con perdón de quienes manejan esa tesis, no estoy seguro de que un gobierno como el cubano (al menos éste que ha perdurado hasta hoy y actuando con los métodos y conceptos que lo ha hecho) sea capaz de llevar adelante una economía como la cubana.
En 1958, en medio de la más cruenta dictadura política sufrida por los cubanos hasta ese momento, Cuba era la tercera economía más poderosa de América, sólo superada por Argentina y Uruguay. Los ingresos per cápita de los cubanos en ese entonces eran, por ejemplo, tres veces más que el de Chile y el doble del de España, y hoy Chile nos supera en per cápita con un 5% más y España con un 7%. Y aunque nos pese decirlo, Cuba hoy es uno de los países más pobres de América Latina, por delante solamente de Haití (algunos estudios indican que, también, por delante de Bolivia).
¿Se debe todo al bloqueo? Por supuesto que no. Hasta el cese del subsidio de Cuba por la URSS en 1990, el país recibió 65 mil millones de dólares de subsidios del campo socialista. Con una cifra cinco veces menor, a través del Plan Marshall, varias naciones de Europa lograron reconstruir buena parte del desastre en que las sumió la Segunda Guerra Mundial.
Pero el gobierno cubano, incluso con esa ayuda, prefirió convertirse en un parásito de ese subsidio, buena parte de la cual, como ya está demostrado (y como han reconocido las autoridades cubanas) se destinó a las campañas bélicas en otros países del mundo, básicamente África, Asia y América Latina (entre ellas, el asesoramiento y financiamiento durante años de las Farc, en Colombia), sacrificando el bienestar de nuestro pueblo por simples razones políticas: la fidelidad a los planes políticos soviéticos de internacionalización del socialismo.
La centralización en manos del Estado, siete cambios de organización económica, cuatro cambios de estrategia de desarrollo, la destrucción del incentivo individual, la eliminación de la pequeña industria, la monopolización de la tierra sin posibilidad de hacerla producir y la improvisación de planes económicos basados en los caprichos de los gobernantes (sobran los ejemplos a lo largo de estos 50 años), han sido realmente la causa del desastre económico cubano de hoy.
Los que achacan al bloqueo todo el problema ni siquiera consultan los medios de prensa oficiales de la isla. Si lo hicieran, se encontrarían que durante 2008 el gobierno cubano reconoció públicamente que en estos años de bloqueo más de 250 empresas norteamericanas habían estado comerciando con Cuba (y esa cifra, según ellos, va en aumento cada año).
Leerían que, para mencionar solamente la drástica cuestión alimentaria, cerca del 80% de los productos alimentarios que distribuye el gobierno mediante las libretas de racionamiento (huevos, carne de pollo, arroz, granos) o que venden en las tiendas en moneda convertible (a precios abusivos para el salario medio de apenas 16 dólares al mes: huevos, carne de pollo, arroz, especias, mayonesa, embutidos, etc.) proviene mayormente de Estados Unidos.
Y si, además, revisamos las estadísticas de votaciones contra el bloqueo económico en las Naciones Unidas, notará el lector que de los 192 países miembros, 184 han votado contra el embargo norteamericano. ¿Es que Cuba depende solamente del comercio con los Estados Unidos para poder existir económicamente? ¿O es que el comercio con esas otras 184 naciones, si se hubiera hecho una seria política económica, no hubiera bastado para suplir esos otros productos que Estados Unidos nos impide comerciar por el bloqueo? (nótese que resalto una frase porque ya he dejado claro que la mayor parte de los alimentos de la isla entran desde EE.UU., lo cual ya es mucho).
Lo cierto es que los cubanos hemos vivido estos 50 años con el impacto demoledor de dos bloqueos: el de Estados Unidos, que ha impedido buena parte de nuestra gestión económica internacional (y que, como se ha demostrado, en los últimos diez años no ha sido cumplido por cientos de empresas norteamericanas, ni por miles de cientos de empresas de otras naciones que son socias comerciales de Estados Unidos), y hemos estado amarrados de pies, manos y boca por el bloqueo interno de la absurda e ineficaz concepción económica de nuestros gobernantes.
¿O es que alguien pretende hacerles creer a los cubanos que la prohibición de la pequeña empresa privada, generadora de más del 70 % de las riquezas de otras naciones del mundo, es culpa del bloqueo? ¿O es que es culpa del bloqueo la colectivización forzosa de la tierra, mediante sistemas de explotación exportados desde el socialismo soviético, que ha provocado que más del 60% de las tierras cultivables del país sean hoy improductivas?
Una aventura desastrosa
El sueño sólo queda en quienes queremos hacer este mundo menos imperfecto, menos injusto. Pero sólo ahí.
Y hay que escuchar cómo, por estos días, aquellos líderes guerrilleros que llevaron a Fidel Castro al poder y que por creer que había otras vías de construir el futuro del país que no fuera la rusa (que demostró ser un fracaso, como ya la historia lo ha demostrado) fueron considerados “traidores” por sus propios colegas de lucha, han recordado que se traicionó aquel sueño, que convirtió a la Revolución en un calco rojo del totalitarismo soviético y por ello, según Eloy Gutiérrez Menoyo, “Fidel Castro traicionó a una Revolución que prometió sería siempre tan verde como las palmas”, cuando lo acusaban de comunista; o que ellos, los barbudos triunfantes, ya en el poder habían olvidado que prometieron una “Revolución con pan y pan sin terror”, y sin embargo, Cuba se cuenta hoy entre los países con más presos políticos en todo el mundo (quedan 207 presos políticos, acusados de “mercenarios de los Estados Unidos” sólo por manifestar su pensamiento diferente al del gobierno, para no hablar de los más de 8.190 muertos registrados por Archivos Cuba, una institución del exilio cubano que lleva años legislando todos los casos verificables con testigos, documentos, etc., entre los que no se cuentan las más de 20 mil personas que han muerto intentando escapar de la isla por mar.
¿Cómo es posible que se quiera decir que la Revolución Cubana es, todavía, una esperanza?
¿O es que alguien quiere hacernos ver a los cubanos que sólo la propaganda de Estados Unidos y las facilidades migratorias para los cubanos que lleguen a territorio norteamericano, es la culpable de que más de 2 millones de cubanos (es decir, el 20% de la población actual) viva hoy en otros países del mundo? Si todo va de maravilla en Cuba, ¿por qué, según cifras oficiales de la isla, cada año más de 100 mil cubanos intentan emigrar, por vías legales, o lanzándose al mar, sabiendo que pueden morir en el intento?
¿Cómo se explica que un país receptor de inmigrantes (por ejemplo, en 1958, sólo en los consulados de Cuba en Italia y España había 11 mil y 35 mil solicitudes para emigrar a la próspera Cuba, respectivamente) hoy sea considerado por los organismos internacionales como uno de los mayores emisores de emigrantes del mundo?
Y siendo aún más exhaustivos: hay cinco elementos del desarrollo social que sirven a los organismos internacionales para determinar el grado de éxito de una sociedad, la vivienda, la alimentación, el transporte, la comunicación y el agua. ¿Cabe alguna duda de que la Revolución Cubana, lejos de resolver las diferencias que existían en 1958 en estos aspectos, las ha llevado casi al fondo de la depauperación?
¿La vivienda? El gobierno, sólo 50 años después, acaba de permitir a los cubanos que construyan su vivienda ante la imposibilidad (pues así lo ha dicho el propio Raúl Castro) de alcanzar las metas de construcción en menos de cinco años, debido a las cerca de un millón y medio de viviendas que necesitan construirse o repararse (no incluyo estadísticas de millones de viviendas en pésimo estado habitacional).
¿La alimentación? Cuba tiene hoy uno de los índices más bajos en calidad de alimentación de todo el mundo y la solución del Estado, los productos distribuidos por las libretas de abastecimiento, alcanzan apenas para una semana al mes, obligando a adquirir el resto de los productos en las tiendas en moneda convertible (ya dijimos, a precios inalcanzables para más del 60% de la población, según datos oficiales) o en el mercado negro (lo cual demuestra la inmensa corrupción que existe y que permite que esos productos, comprados por el gobierno, lleguen de modo masivo a esos comerciantes ilegales).
¿El transporte? En 1958 Cuba era una de las naciones más desarrolladas en materia de transporte en América Latina y estaba entre las primeras del mundo. Sólo en La Habana existían decenas de empresas privadas transportadoras de pasaje. Ante la imposibilidad de resolver los graves problemas de transporte en la isla, 50 años después de que los prohibiera Fidel Castro, la más reciente medida del gobierno de Raúl Castro fue autorizar licencias para taxistas privados (los conocidos “boteros” que prestan esos servicios con máquinas de las décadas del 40 y el 50).
El estado tan terrible (fácilmente verificable) de la comunicación y del agua en la isla no merece mayores comentarios.
* Amir Valle (Cuba, 1967). Escritor, ensayista, crítico literario y periodista.
Este lunes: “La falta de libertades en la isla”.