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Los tres hombres de blanco cruzaron la puerta de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) sin mayores problemas, como si en el hospital los estuvieran esperando. Eran casi las seis de una tarde calurosa de 1982 en Santiago de Chile. Llegaron a la habitación en la que el cuerpo de Eduardo Frei Montalva, el ex presidente (1964-1970), permanecía sin vida sobre una de las camas. Los doctores Helmar Rosemberg, Sergio González y un auxiliar, Víctor Chávez, se encargaron de extirpar los órganos del difunto. Diseccionaron el tórax y el abdomen, extrajeron todo lo que encontraron, quizá borrando la evidencia, lo guardaron en bolsas plásticas, rellenaron con algodón, suturaron y se marcharon.
El doctor Alejandro Goic quiso ver el cadáver. Se asomó por la puerta y vio a los tres hombres bajo sus batas blancas. Prefirió no interferir y dejarlos hacer el trabajo. Se alejó con la certeza de que alguien en la familia debía haberlo pedido, como mandaba la ley. Sin embargo, al firmar el acta de defunción, fechada con el 22 de enero de 1982, Goic no pudo evitar sentirse culpable. Semanas atrás, tranquilizaba a Frei Montalva diciendo que la operación no revestía peligro. “La mortalidad en este tipo de cirugías es cercana al 0%”, le explicaba.
El 11 de noviembre de 1981 Eduardo Frei Montalva entró a la Clínica Santa María caminando. El doctor Augusto Larraín fue el escogido para operar la hernia que el ex presidente había desarrollado entre el esófago y el estómago, la culpable de su incomodidad. Los reflujos estomacales no le permitían disfrutar de las comidas, estaba impedido para beber licor, dormía casi sentado y los antiácidos se habían convertido ya en una rutina inaplazable de su dieta. Con la cirugía vino el éxito y el regreso a casa.
Luego de una semana de recuperación, el ex presidente comenzó a sentirse mal. De vuelta en la Clínica Santa María, el doctor Goic lo examinó detalladamente, tomó una radiografía abdominal y emitió el diagnóstico: obstrucción intestinal. De nuevo el paciente se debía someter a una operación sencilla, en esta oportunidad a manos del doctor Patricio Silva. Una vez más creyeron los médicos que la fortuna había estado de su lado. No obstante, al día siguiente la desgracia empezó a trazar el camino.
La presión arterial de Eduardo Frei decayó y los exámenes determinarían que una fuerte infección le estaba minando las entrañas. En la UCI lo conectaron a un respirador y lo bombardearon con antibióticos, a tal punto que con el paso de los días el efecto secundario de las medicinas redujo ostensiblemente la capacidad de sus riñones. La única salida era practicar un juicioso lavado intestinal. Así se procedió y la mejoría fue transitoria. El 22 de enero, cuando la infección fue más fuerte que su cuerpo, falleció.
La familia Frei sospechaba de un envenenamiento impulsado por la dictadura. Su padre se había convertido en su opositor más asiduo. Cuando se hallaba en la Unidad de Cuidados Intensivos, los familiares debían aguardar en la sala de espera mientras el paciente quedaba a merced de cualquier conspiración.
El cuerpo de Frei Montalva fue entregado a sus familiares 23 horas después del fallecimiento y hubo desconcierto cuando se enteraron de que se le había practicado una autopsia sin autorización. De los órganos nunca se supo y sólo 20 años después, cuando su hija, Carmen Frei, pedía desde el Senado la colaboración de la ciudadanía y de la justicia para hallar pistas que aclararan la muerte, de repente apareció en la Universidad Católica la ficha del procedimiento. Durante dos décadas el documento, firmado por el doctor Helmar Rosemberg, permaneció refundido.
El hallazgo fue suficiente para que el juez Alejandro Madrid, quien estaba al frente del caso desde 2003, presupuestara la exhumación del cadáver para el 22 de diciembre de 2004. Sorpresa o vaticinio: en los despojos del cuerpo de Frei Montalva fueron encontrados restos de talio y químicos propios del llamado gas mostaza. Investigaciones posteriores asegurarían que a lo largo de su agonía el ex presidente recibió tres inyecciones ponzoñosas. ¿Quién fue el encargado de inyectarlas? Es una pregunta que todavía no tiene respuesta.
El lunes, Alejandro Madrid abrió un proceso contra los doctores Patricio Silva, Helmar Rosemberg y Sergio González, los ex agentes de inteligencia Pedro Valdivia, Raúl Lillo y quien en 1982 era el conductor de Frei, Luis Becerra. El anuncio del juez, hecho público a siete días de las elecciones presidenciales, agitó un mar de suspicacias. La noticia emergió justo cuando Eduardo Frei Ruiz-Tagle, hijo de Frei Montalva, aspira a suceder en el poder a su copartidaria, Michelle Bachelet.
El crimen de Frei es “una herida abierta en el alma de la nación”, dijo Sebastián Piñera, el candidato a quien las encuestas erigen como favorito con el 44% de la intención de voto, antes de mostrar su inconformidad con el gobierno por hurgar dicha herida en tiempos en los que el candidato oficialista necesita un empujón para alcanzarlo. “Quienes manifiestan extrañeza por las resoluciones debieran sentir vergüenza”, respondía el ministro de Justicia, Carlos Maldonado, como llamando a la verdad. Son 27 años en los que a la muerte la ha acompañado el misterio.