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Cinco secuestros en una familia

El Cesar es el segundo departamento en el país donde suceden más plagios, según Fondelibertad. La familia Ochoa Daza permanece con temor de que la historia se repita y toque a la nueva generación. A ellos los secuestraron las Farc, el Eln, los ‘paras’ y las Águilas Negras.

Humberto Coronel Noguera
14 de julio de 2008 - 10:57 p. m.

El Cesar es el segundo departamento en Colombia más golpeado por el secuestro, con un total de 2.002 plagios de los 23.666 que según Fondelibertad han ocurrido en el país en la última década. Para muchos cesarenses el drama lo creían terminado luego de la liberación, pero los hechos les han demostrado que si el miembro de la familia queda en libertad no es impedimento para que el delito no los vuelva a tocar. Víctimas de esta tragedia han sido los Ochoa Daza, a quienes las Farc, el Eln, las Auc y las Águilas Negras se les han llevado a cinco miembros de la familia.

El 22 de abril de 1998, Víctor, Eliécer y Elías Ochoa Daza (quien había sido alcalde de Valledupar hasta el 31 de diciembre de 1997) se fueron a una de sus fincas en El Paso, al sur del Cesar, a orillas del río Ariguaní. Víctor, el tercero de los siete hermanos, estaba en el corral de la vacas cuando el escolta del ex alcalde, le alcanzó a decir que huyera, que un grupo de guerrilleros estaba en la casa y que se disponía a llevarse a sus dos hermanos.

Corrieron río arriba mientras la lluvia de balas que soltaron los guerrilleros del frente 41 de las Farc alcanzó en cuatro oportunidades al guardaespaldas, quien quedó allí tendido. Dando por muertos a quienes se les escaparon del plagio, los subversivos se marcharon llevándose consigo a la Serranía del Perijá a los dos hermanos Ochoa Daza.

Nubia Ochoa, hija de Víctor, relató: “Mi papá quedó metido en el fango con terror y no salía, después de varias horas llegó a una finca de un vecino a quien también habían secuestrado. Caminó como ocho kilómetros hasta el primer pueblito que se encontró, se llama Tres Pelos, ahí logró que alguien lo rescatara y llamó a mi mamá y le dijo que se habían llevado a mis dos tíos”.

Así comenzó la ola de secuestros que en Valledupar tocó en cuatro oportunidades más a la familia. Víctor, con ayuda del resto de hermanos, se encargó de las gestiones para lograr la liberación, que empezó a darse a finales de septiembre de 1998. Las Farc liberaron inicialmente a Eliécer y un mes después, el 28 de octubre, soltaron a Elías. “Yo tenía 12 años y nos mantuvieron al margen de todo, pero recuerdo que ese secuestro estuvo marcado por la burla, porque los guerrilleros llamaban a mi casa y hacían chistes sobre mis tíos”, acotó Nubia.

Cuando los Ochoa pensaron que los problemas sólo habían durado ocho meses, el 28 de noviembre de ese mismo año, justo un mes después de que soltaran al segundo plagiado, el frente Seis de Diciembre del Eln secuestró a quien las Farc no pudieron llevarse: a Víctor. El hecho ocurrió al norte del departamento cuando se desplazaba en compañía de un hijo a buscar tierras aptas para la siembra de arroz. Los captores, quienes hacían una “pesca milagrosa”, se montaron en la camioneta y los llevaron a inmediaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta. Dejaron ir al joven para que buscara los 10 millones de pesos que inicialmente habían pedido, pero cuando regresó ya no había nadie.

Este segundo rapto, que abatía al tercer familiar, se prolongó hasta el 28 de junio de 1999. Víctor Ochoa Daza fue liberado luego de que su esposa y hermanos hicieran el pago a la segunda fuerza guerrillera del país. “Mi papá se enfermó porque le tocó caminar desde María Angola hasta Valledupar, se enfermó de gripa, cálculos, le picó un nuche, tuvo un gusano en la pierna durante cuatro meses, se adelgazó, era un hombre de 130 kilos y bajó a 80, llegó irreconocible. Él sufrió muchísimo, porque venía de estar secuestrado moralmente, y pasó a un secuestro físico”.

Pero las retenciones forzosas ilegales no pararon ahí, el mismo frente Seis de Diciembre secuestró al menor de los hermanos Ochoa Daza, en vísperas de la Semana Santa del año 2000. A José María lo retuvieron al norte del Cesar cuando se desplazaba a su finca, pero lo soltaron el 20 de junio de ese mismo año, cuando aún no habían pagado los préstamos de los plagios anteriores y sin que repusieran las propiedades que habían vendido.

Pasaron dos años sin que los actores armados ilegales del conflicto continuaran su saña contra la connotada familia valduparense, lo que les permitió recuperarse anímica y económicamente. Pero el 13 de enero de 2.002, cuando Víctor Ochoa Daza llegó a su finca lo estaban esperando unos paramilitares al mando del jefe del Bloque Norte de las Autodefensas Rodrigo Tovar Pupo, alias Jorge 40. Al parecer se trató de un secuestro político, pero sus familiares pagaron US$100.000 para que lo dejaran en libertad. Permaneció 80 días en cautiverio.

Y faltaría un dolor más. En febrero de este año, Orlando Torres, esposo de María Cecilia Ochoa Daza, fue secuestrado por las Águilas Negras. La retención ilegal duró un mes, porque los captores les permitieron a los Ochoa Daza que pagaran en cuotas por su liberación. Hoy están libres, pero permanecen con la zozobra de que este atroz delito le llegue a cualquier miembro de la familia una vez más.

“El secuestro es peor que la muerte. Cuando a uno le matan a un familiar uno lo lloró, lo vela y lo entierra, y tarde o temprano rehace su vida. Uno no puede tener una felicidad porque uno se avergüenza de sentirse feliz cuando tiene a alguien sufriendo. Tengo miedo de que a mi hija, a mi esposo o a mí mañana nos vayan a secuestrar”, dice Nubia Ochoa.    

Por Humberto Coronel Noguera

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