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Tristemente en Colombia la lista de magnicidios es larga. Muy larga. El caso de Luis Carlos Galán es el único en el que el acusado de la autoría intelectual, el ex senador tolimense Alberto Santofimio, recibió una condena y la está pagando. Pero el asesinato de Fernando Landazábal Reyes, ocurrido a menos de 100 metros de su apartamento en un exclusivo sector de Bogotá, cuando aún llevaba fresco sobre su boca el sabor a café del beso de despedida que le dio su esposa; ha permanecido desde hace una década tinieblas.
El general nació en Pamplona, Norte de Santander, el 13 de julio de 1922. Uno de sus hermanos se consagró como sacerdote; una de las ocho mujeres, monja clarisa; otro fue administrador; otro, maestro; dos más, abogados, y Fernando, el menor de esa saga de 13 personas engendrada entre Luis Landazábal y Dolores Reyes, ambos educadores, fue el único que escogió la vida militar. Dos años después de haberse graduado como oficial del Ejército en 1947, fue uno de los defensores del hoy Palacio de Nariño durante el Bogotazo.
En enero de 1952, Landazábal viajó con el Batallón de Infantería Colombia para Asia, en donde participó en la guerra de Corea del Sur. Allí duró un poco más de 13 meses, en la compañía de fusileros. Fue profesor de la Escuela Superior de Guerra, jefe de relaciones públicas del Comando del Ejército, del Departamento de Inteligencia del Estado Mayor del Ejército, agregado militar en Brasil y en Washington. El trece, que consideraba su número de la suerte, se triplicó a la hora de las condecoraciones, entre las que está la Orden Militar 13 de Junio.
Emblema antisubversión
Fernando Landazábal fue ascendido a general por el decreto 2913, en diciembre de 1979. Y si hubo algo que caracterizó su trayectoria militar fue la lucha contra la guerrilla. Era un militar de principio a fin, y así le gustaba mostrarse. El 18 de febrero de 1998, tres meses antes de su asesinato, concedió la que resultaría su última entrevista, a Medófilo Medina, un investigador de la Universidad Nacional, en la que cuenta cómo en 1981 rechazó la invitación del presidente Turbay Ayala a hacer parte de una comisión de paz liderada por el ex presidente Lleras Restrepo.
“No podía por mi condición de comandante del Ejército, pues significaba sentarme en la mesa a arreglar el problema y a la vez dar órdenes para combatir la subversión, es decir, actuar en un sentido y en otro”, expresó el oficial, que se distinguió por su oposición radical frente a los procesos de paz con las organizaciones guerrilleros. No porque no anhelara la paz del país, sino porque, como tantas veces lo expresó, creía que la supremacía militar era la que debía dictar la agenda de las negociaciones.
De los 16 libros que publicó entre 1958 y 1997, 13 están relacionados con el conflicto. Los tres primeros de éstos desarrollan estrategias contra la subversión. El día que Belisario Betancur Cuartas se posesionó como presidente, el 7 de agosto de 1982, el nuevo mandatario designó a Landazábal, quien llevaba dos años como comandante del Ejército, como su ministro de Defensa. Desde este cargo no dudó en atribuirle la responsabilidad por la violencia del país al partido comunista, al que acusaba de ser el principal patrocinador de la guerrilla y de todas las muertes que ésta había causado. Radical en sus posiciones, Landazábal se retiró del gobierno Betancur cuando supo que el primer mandatario había sostenido una reunión con miembros del M-19 en Madrid sin consultarlo con las Fuerzas Militares. Se sintió traicionado. Luego de su retiro, en marzo de 1984 se firmó el primer acuerdo de paz con las Farc y cinco meses más tarde se pactó un cese al fuego con el M-19 y con el Epl. Algunos sectores involucrados con estos procesos consideraron que la renuncia del general fue lo que permitió avanzar en estas negociaciones.
Cuando el oficial dejó la cartera de Defensa, también dio fin a su carrera militar. Fue nombrado embajador ante los Países Bajos, intentó participar en la Constituyente del 91 pero no tuvo éxito, escribió sus últimos seis libros y se dedicó además a la poesía, que era otra de sus aficiones. Doña Olga Bernal, su esposa, dice que colecciona 99 poemas escritos por él durante toda su vida.
La familia pide justicia
Nadie ha pagado un solo día de cárcel por el asesinato del ex ministro. Las autoridades aseguraron que el supuesto sicario murió días después del asesinato, en Villavicencio. Fernando Landazábal Bernal, el mayor de los siete hijos que tuvo el general con doña Olga, hizo algunas investigaciones por su cuenta, por las que pudo averiguar que una banda de Sanandresito fue a la que le pagaron por matar a su padre. Y eso fue todo lo que supieron.
Hace unos cuatro años, la Fiscalía le manifestó a la familia Landazábal que si no tenían nuevas pruebas para aportar en el caso, éste sería cerrado. A esto respondió Olga, la segunda hija del oficial: “Pues ciérrenlo porque nosotros no tenemos nada. ¿No ven que somos las víctimas?”.
Diez años sin su general
Fernando Landazábal fue para el país un símbolo de la lucha contra la guerrilla. Pero para su familia, su muerte significa la ausencia del hombre que enamoró a doña Olga a punta de cartas desde Corea del Sur; el conversador; el abuelo que alcanzó a conocer nueve de los 11 nietos que son hoy; la brújula de una familia que sólo espera del Estado que algún día les muestren interés en resolver lo que sucedió con el hombre que tuvieron que enterrar el 13 de mayo de 1998.