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El ‘Pepe’ mayor

Un oficial de inteligencia que fue clave en la lucha contra Pablo Escobar, pero después pasó a trabajar con el cartel del Norte del Valle.

María del Rosario Arrázola
13 de septiembre de 2008 - 02:58 a. m.
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Como era su costumbre cotidiana, el miércoles 25 de marzo de 2004 el ex coronel de la Policía Danilo González regresó de almorzar a su oficina ubicada sobre la calle 77 con carrera 12, al norte de Bogotá. Pero ni sus avezados escoltas que nunca lo abandonaban, ni su vasta experiencia como curtido ex oficial de inteligencia que desarrolló en las incontables guerras que libró en su vida, le permitieron advertir la presencia de un individuo que lo esperaba agazapado en las escaleras del edificio y que, sin mediar palabra, le disparó a quemarropa y acabó con su existencia.

A sus 50 años de edad, 23 de los cuales los pasó portando el uniforme de oficial de la Policía Nacional, llegaba a su fin el ciclo vital de un enigmático personaje que se destacó como uno de los puntales del Estado en la lucha contra Pablo Escobar Gaviria y fue reconocido como un sagaz investigador contra las bandas de secuestradores, pero terminó sus días vendiéndole el alma al diablo, al punto de convertirse en un hombre clave entre los vasos comunicantes de la guerra, desde su privilegiada condición de guardián de la puerta giratoria de los negocios del narcotráfico.

En el momento de su muerte era un hombre millonario, al punto que ni siquiera sus antiguos colegas en los tiempos de oficial de la Policía se arriesgan a calcular su inmensa fortuna. Era socio de algunos hoteles en Brasil, dueño de pases de jugadores de fútbol en varios países, propietario de varios locales comerciales, apartamentos y fincas, pero sobre todo, poseedor de los principales secretos de los carteles de la droga y sus clandestinas alianzas con el Estado o los cruces de las autoridades nacionales con los organismo internacionales de lucha contra el narcotráfico.

Nacido en Buga (Valle), el menor de una familia de ocho hijos que se dedicaba al cultivo de café, siendo apenas un adolescente Danilo González salió de su casa rumbo a Bogotá para encaminar su vida por una senda distinta a las afinidades ideológicas de su padre. Mientras en su hogar se leían los textos de Marx y Lenin y era habitual escuchar las convicciones de izquierda de su progenitor, él decidió matricularse en la Escuela de Policía General Santander en Bogotá, donde a los pocos meses, a pesar de su carácter reservado y de buenas maneras, ya era reconocido como un estudiante destacado.

“Siempre sacaba las mejores notas, pero nunca hizo alarde de su capacidad académica. Era prudente, pero dispuesto a colaborar con sus compañeros. Ninguno en esa época llegó a imaginar que muchos años después se iba a convertir en un auténtico capo, porque eso terminó siendo Danilo, un capo de la mafia, temido y odiado”, comentó a El Espectador uno de su mejores amigos de los tiempos de estudiante. Eran los días de cadete y en sus permanentes viajes entre Bogotá y el Valle, González compartió también con dos agentes de policía amigos y coterráneos: Víctor Patiño Fómeque y Wílber Varela.

Eran otras épocas y el narcotráfico apenas proyectaba sus tentáculos en una sociedad que sólo sufría los agobios de la delincuencia común y la creciente insurgencia. Por eso, cuando concluyó sus estudios en Bogotá, Danilo González fue enviado a Barranquilla con grado de subteniente, para confrontar al bajo mundo del delito. Pero no fue por mucho tiempo. Rápidamente demostró que su talento natural eran las labores de inteligencia y fue incorporado a la Unidad Antinarcóticos de la Policía para recaudar información sobre la conformación de los carteles de la droga, ya formados y actuantes en los albores de los años 80.

“Desde entonces se vieron sus dotes y por eso recibió entrenamiento especial de los asesores norteamericanos de la época. Él sabía cómo interceptar teléfonos, cómo escanear informaciones, se volvió experto en labores de seguimiento y vigilancia. Siempre fue un excelente oficial que ganó la confianza de las agencias de inteligencia internacionales, especialmente de Estados Unidos”, agregó un oficial activo, quien recordó cómo Danilo González fue un oficial determinante para empezar a estructurar los organigramas de los carteles del narcotráfico y sus principales enlaces.

Estalla la guerra

En los tiempos de la administración Betancur, cuando estalló la guerra contra el narcotráfico, el oficial Danilo González siguió aportando sus condiciones de experto en inteligencia, y ya en el gobierno de Virgilio Barco, cuando el capo Pablo Escobar Gaviria estructuró su brazo armado denominado Los Extraditables y decidió apelar al terrorismo para sostener su negocio, uno de los primeros integrantes de la Policía en que se pensó para constituir una fuerza élite en contra del Cartel de Medellín fue precisamente el mayor Danilo González, quien entró a fortalecer el Bloque de Búsqueda.


“Esa fuerza élite se integró con los mejores oficiales. Estuvo el mayor Hugo Aguilar, hasta hace poco gobernador de Santander; el mayor Óscar Martínez, ya retirado; el mayor Pedro Ramírez, hoy Director de Inteligencia; el mayor Luis Alberto Moore, hoy Director de Carreteras; el mayor Alonso Arango, ya retirado; el coronel Hugo Martínez Poveda, quien ejercía como jefe; el mayor Óscar Naranjo, que hoy dirige la Policía; el mayor Mauricio Santoyo, agregado en Italia, y, por supuesto, el mayor Danilo González, que era un experto en inteligencia”, comentó otro oficial activo que hizo parte de ese equipo.

No fue una elección fácil. Las hojas de vida tenían que ser impecables y su disposición era de 24 horas al día. Todos se concentraron en Medellín y su vivienda permanente fue la Escuela Carlos Holguín, desde donde se montó todo el operativo para perseguir a Pablo Escobar. Las reglas del juego fueron estrictas. Ninguno podía salir solo y habitualmente la información estaba compartimentada, porque había infiltrados en todas partes. En apoyo de las autoridades pronto acudieron los efectivos de la Fuerza Delta y los expertos de la Marina de Estados Unidos, junto a los agentes de la DEA que daban directrices.

Hasta que llegó el momento en que, casi como una necesidad, surgió una alternativa non sancta: aliarse con enemigos del Estado, otros mafiosos dispuestos a enfrentar al capo de capos. Así lo recuerda uno de los integrantes de la fuerza élite: “Se nos ocurrió la idea de concertar una entrevista con Fidel Castaño y el hombre escogido para hablar con el jefe paramilitar fue precisamente Danilo González. El primer encuentro se realizó en un apartamento en El Poblado. Castaño llegó acompañado de su hermano Carlos y yo acompañé a Danilo. Yo no sé si el gobierno sabía, pero los oficiales de la Policía sí estaban enterados de esa reunión”.

En ese encuentro, además de garantizar el apoyo de la gente de Castaño, surgió la idea de hablar con los capos del cartel de Cali, que por esos días libraban una guerra a muerte con Pablo Escobar. Ese contacto también se hizo y nuevamente el enlace entre el Estado y la mafia fue el mayor Danilo González. Después de la reunión en Cali, a la fuerza élite llegó un mensaje del Magdalena Medio, más exactamente de Puerto Boyacá. Ariel Otero, jefe de las autodefensas de la región, mandó decir que se unía a la cruzada contra el gestor del narcoterrorismo. Y todavía faltaban otros socios de la alianza.

Diego Fernando Murillo Bejarano, un ex guerrillero del Epl que oficiaba como jefe de seguridad de los hermanos Moncada y Galeano, narcotraficantes de Itagüí, ante el asesinato de sus jefes a manos de los sicarios de Escobar, junto a Carlos Castaño decidió crear un bloque de búsqueda paralelo para eliminar a los contactos del capo. Sus abogados, sus sicarios, todo su engranaje criminal fue declarado objetivo militar. Y como esta estructura armada clandestina requería una identidad que intimidara socialmente, surgió un nombre perfecto: Los Pepes, es decir, los Perseguidos por Pablo Escobar.


El siguiente paso era financiero: cómo sostener el bloque de búsqueda paralelo. Entonces reapareció en escena Danilo González y, como lo refiere la fuente consultada, “el propio mayor se ofreció para ir a Cali a buscar el dinero, que incluso alcanzó a movilizar en los helicópteros de la Policía. Claro está que muchas veces la plata la dejaban en La Estrella o en Puerto Boyacá, a donde acudía Danilo a recogerla. Eran tulas verdes grandes, llenas de dólares o pesos. Esa plata se utilizó básicamente para pagar informantes y coordinar actividades con los mafiosos. Aunque el centro de operaciones era la Escuela Carlos Holguín, la guerra se libraba en las comunas”.

Y agregó el ex oficial del Bloque de Búsqueda: “Danilo patrullaba mucho con Don Berna, incluso este siniestro personaje entraba como pedro por su casa a la Escuela Carlos Holguín y también pernoctaba entre nosotros un hombre a quien le decían El Chapu, enviado del cartel de Cali para ubicar amigos de Escobar o servir de emisario del dinero”. Aunque la orden oficial era alejarse de Los Pepes, en la trasescena de la confrontación la idea era permitirles que hicieran la guerra sucia. El hombre clave para apoyar la red de informantes era Danilo González, quien de hecho logró uno los principales avances en la etapa crucial de la guerra.

Él resultó siendo el hombre determinante para persuadir a un grupo de narcotraficantes que con el tiempo recibió el nombre de “Los 12 del patíbulo”, para que amparados por un decreto de Estado de Sitio, aceptaran colaborar con el Estado para develar los nexos y contactos del capo de capos. Además, se movía como pez en el agua entre el Estado y Los Pepes, garantizando que fluyera la información y cantaran los detenidos. De hecho, la Escuela Carlos Holguín se prestó para excesos y desde el casino y los baños se escuchaban gritos aterradores. Algunos oficiales protestaron porque sabían que los métodos habían desbordado sus límites.

El 2 de diciembre de 1993 terminó la guerra. Escobar Gaviria fue abatido por el Bloque de Búsqueda en su faceta legal y Los Pepes, los mafiosos del cartel de Cali, los del norte del Valle, o la gente del Magdalena Medio, volvieron a sus andanzas. Según investigación publicada por el periodista David Adams en el Saint Petesburg Times en enero de 2005, entre los condecorados por la DEA por sus sacrificios y desprendimiento y dedicación en la lucha contra el criminal más buscado del mundo apareció Danilo González, quien ya estaba en camino de convertirse en coronel de la Policía.

La segunda guerra

Cuando concluyó la guerra contra Escobar y se impuso la necesidad de borrar los contactos con Los Pepes, poco a poco fueron apareciendo las razones para depurar la Policía. Y en el caso de Danilo González, ya ascendido a coronel, empezó por informaciones procedentes de Canadá, que daban cuenta de cómo recaían sospechas sobre el oficial por lavar dinero para la mafia a través de la compra de computadores. Por esta y otras razones, el coronel González se vio en la sin salida y solicitó la baja. Había tenido un momento importante trabajando en antisecuestro, pero era mejor alejarlo.

Sin embargo, antes y después de dejar la Policía, tuvo otro momento estelar como enlace clave en la crisis del proceso 8.000. De alguna manera, se necesitaba de él porque nadie tenía más capacidad de infiltrarse. Así lo rememora un oficial que participó en el Bloque de Búsqueda contra el cartel de Cali: “Él se dedicó a traer y a llevar mensajes y fue el artífice de muchas de las entregas de los mafiosos de Cali y del norte del Valle. Lo recibía el general Rosso José Serrano, lo hacían el general Octavio Vargas Silva y el general Alonso Arango. Con él se ganaron muchas guerras, pero después de la victoria decidió quedarse con los malos”.

Hoy se sabe que por su condición de ex oficial y hombre capaz de mimetizarse entre los mafiosos, Danilo González se reencontró con sus ex colegas de armas Wílber Varela y Víctor Patiño y se volvieron inseparables. “Ya no eran policías, ahora los llamaban Jabón y El Químico. El primero un gatillero y el segundo el socio clave de Iván Urdinola y Orlando Henao. Entre los cuatro formaban la base del cartel del norte del Valle y Danilo González fue muy bien recibido, al punto que se convirtió en el jefe de seguridad de Wílber Varela. Además, extendió sus relaciones hasta las autodefensas de Carlos Castaño”, confirmó una fuente oficial.

Después de la crisis del proceso 8.000, el desmantelamiento del cartel de Cali y la rendición por conveniencia de los capos visibles del norte del Valle, Danilo González quedó apoyando a Wílber Varela y a Diego Montoya, que se erigieron como los amos y señores de la droga que salía por el Pacífico. Cuando los capos del norte del Valle pagaron sus cuentas con la justicia, el ex oficial ya se movía tranquilamente entre todos los sectores de la mafia. “Él manejaba los mafiosos con un dedo y las autoridades se afanaban porque les alcanzara para una información importante procedente de su conocimiento”.

Eran los años de auge del paramilitarismo, y la importancia del ex coronel Danilo González empieza a salir a flote en los testimonios de los jefes paramilitares ante los fiscales de justicia y paz. Según Hébert Veloza, alias H.H., Danilo González fue uno de los autores intelectuales del asesinato del dirigente conservador Álvaro Gómez Hurtado en 1995 y del secuestro del arquitecto Juan Carlos Gaviria, hermano del ex presidente liberal César Gaviria, en 1996. Lo hizo, supuestamente, en apoyo a un proyecto criminal para desestabilizar al gobierno de Ernesto Samper, cercado por el escándalo de la narcofinanciación de su campaña.


En otras palabras, Danilo González jugaba a dos bandas. Por una parte, mediaba para que sus socios del narcotráfico saldaran rápidamente sus cuentas con la justicia, y por otro, contribuía a desestabilizar al gobierno y sacar ventaja. El reciente hallazgo de la USB de Carlos Castaño, entregada por H.H., se encarga de confirmarlo. En posterior correo dirigido al empresario venezolano Richard Boulton, quien había sido secuestrado en julio de 2000 por los paramilitares y que motivó el rechazo de Carlos Castaño, el jefe de las autodefensas habló así del “oscuro mundo y las locuras de la gente descompuesta”:

“El coronel (r) de la Policía Danilo González no solamente fue el cerebro de su secuestro, sino de otras atrocidades como el secuestro en Colombia de Juan Carlos Gaviria y el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, entre muchas otras bestialidades”. Con el tiempo se supo que este y otros excesos hacían parte de una idea aún más descabellada: el “Plan Birmania”, una alianza de fuerzas al margen de la ley patrocinada por el narcotráfico para concretar, a mediano plazo, la toma del poder político, inicialmente en el plano local y posteriormente a nivel nacional. El primero en negarse fue el propio Carlos Castaño.

En mayo de 2001, en pocas palabras sintetizó su rechazo: “Compañeros de causa, somos en las Auc, amigos y respetuosos de las instituciones del Estado. Este principio es inviolable. Respétenlo. Renuncio irrevocablemente a mi cargo otorgado por ustedes”. Ese día empezó el declive de Carlos Castaño y, sin que pudiera advertirlo, también el de Danilo González. Pasados 16 meses, el gobierno de Estados Unidos solicitó la extradición de los jefes de las autodefensas Carlos Castaño y Salvatore Mancuso, y a las autodefensas no les quedó otro camino que buscar una negociación de paz. El “Plan Birmania” estaba roto y González en retirada.

En ese momento, el cartel del norte del Valle ya vivía su propia guerra interna entre Los Machos y Los Rastrojos, es decir, los hombres de Diego León Montoya y los de Wílber Varela. Entre los dos quedó situado Danilo González, quien había hecho una vuelta previa: tramitar la entrega de Víctor Patiño Fómeque a la DEA, sin saber que el capo, una vez preso en una cárcel de Estados Unidos y sin opción a la vista, decidió convertirse en el principal informante contra el cartel del norte del Valle. Ante la sin salida, el coronel Danilo González buscó su propio salvavidas: el fotógrafo Baruch Vega, que hacía de enlace entre los capos y la DEA.

Su primera reunión con Vega se realizó en un hotel de Aruba y ese día el otrora hombre fuerte de las autoridades de Colombia y condecorado por la DEA ratificó lo que ya sospechaba: la justicia de Estados Unidos, poco a poco, había configurado un sólido expediente en su contra que estaba a punto de convertirse en un indictment de solicitud de extradición, por cargos precisos: prestar seguridad a los capos del cartel del norte del Valle, tráfico de dinero, soborno, secuestro y tortura. Cuando regresó de Aruba, Danilo González convocó a una reunión en la finca de Rasguño, otro de los capos, pero ya era tarde para buscar solidaridades.

Como suele suceder en el narcotráfico, estaba solo y contra las cuerdas. Tenía todos los contactos en el bajo y en el alto mundo, era amigo y socio de los principales mafiosos y todavía era tenido en cuenta como informante del Estado, pero a su alrededor cada vez más se estrechaba el cerco que había documentado la DEA. “Si hay algo por lo que tenga que responder, estoy dispuesto a hacerlo”, se le oyó pregonar muchas veces, pero su suerte estaba echada. Sus socios del narcotráfico huían tratando de salvar su propio pellejo y él no tenía otra opción que buscar abogados para entregarse a la justicia antes de morir en Colombia.

De alguna manera, se sabía patrón y lo respaldaba con su poder económico. Se creía seguro y suficientemente camuflado detrás de su escolta en su pequeña oficina cerca de Unilago, administrando sus negocios. Lo que nunca sospechó fue que uno de sus hombres de confianza, como él mismo lo hizo, terminó traicionándolo. En el bajo mundo se rumora que algunos de sus socios del narcotráfico, temerosos de que sus secretos se fueran a Estados Unidos, pagó dos millones de dólares. No bastó su sagacidad, fueron insuficientes sus informantes, un solo sicario, también ex policía, lo acribilló a balazos en la entrada de su propio refugio.

Hoy Danilo González, el exitoso mayor en el tiempo de Los Pepes o el coronel que aportó su grano de arena a desmantelar el cartel de Cali, no es más que una negra leyenda de lo que es capaz el narcotráfico. “Todo el mundo lo mató”, fue el comentario del actual director de la Policía, general Óscar Naranjo, al periodista David Adams en 2005. Y muerto, ya es el residuo de las confesiones de Salvatore Mancuso o H.H., quienes no han dudado en tacharlo de haber sido la cabeza de un grupo de narcotraficantes, paramilitares, guerrilleros y policías corruptos que buscaban convertir a Colombia en un país dominado por el crimen.

Desaparecido del escenario desde marzo de 2004, padre de cuatro hijos y eje común de todas las historias de los últimos tiempos que confluyen en el narcotráfico, sólo queda en la memoria de quienes lo conocieron, o su voluntad rotunda de castigar con la muerte a sus enemigos o detractores, o su figura ambigua de hombre pausado, de voz baja y prudente, que dormía poco y preferiblemente trabajaba de noche, que siempre vestía con elegancia y que trataba a los suyos con respeto mayúsculo, tanto que antes de despedirse siempre se le oyó decir su frase más conocida: “Que Dios lo bendiga”.

Por María del Rosario Arrázola

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