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Medellín resiste

En la periferia de la capital antioqueña la guerra está que arde. Pero hay quienes tienen otros planes. Historia de un ejército rebelde.

Sofía Sánchez V. / Revista Shock
29 de mayo de 2010 - 09:00 p. m.

Arriba la cosa está caliente. Más de veinticinco grados y Brooklyn no se ha despegado de nosotros. Vigila, echa ojo, está atento. Su misión es la de guiarnos al lugar de operaciones de Jhon Jaime Sánchez por esas calles ahogadas, levantadas entre el polvo y la escasez. Sabemos poco de Jhon Jaime, tan sólo que es el líder de un ‘combo’ y que nos espera desde hace un buen rato con todo un arsenal. Brooklyn no ha dicho mucho, pero sugiere que allá, donde los techos sirven de tendederos y los ladrillos hacen formas irregulares que parecen casas, Jhon Jaime y sus pelaos están haciendo ruido, disparando al aire. El asunto es serio. Hay que apurar el paso porque, lo suponemos, hay rumores: arriba, en el barrio Nuevos Conquistadores de la Comuna 13, el ánimo está caldeado, caliente. Muy caliente.

Brooklyn custodia, pero no es sólo el mensajero. El chico de piel mestiza y ropas anchas es otro de los duros: pertenece a una organización a la que llaman La Élite, en donde tiene inscrito su parche personal, Zinagoga, que pronuncia con la zeta marcada como si tuviera la lengua afilada. Así, menudito y de alias extranjero, el tipo tiene balas de alto calibre y dice ser infalible con ellas. Un tirador de los mejores. Se muere por usarlas, amenaza, va de aquí para allá alzando la voz para que nosotros, los forasteros, nos enteremos de que él no es sólo “el de las vueltas”. Quiere descargarnos toda la munición que trae encima.

Algunas horas después saldríamos heridos de la 13.

La tropa de Jhon Jaime está conformada por guerreros de piel oscura. Uno de los más pequeños es Bombi, de apenas 14, que llega todos los días a SonBatá, el nombre de este fortín, a pulir su puntería: es clarinetista y bailarín, y eso le basta para convertirse en un buen soldado. Un escolta de la vida. Uno menos para la guerra de la 13.

Bajo el alias de Bombi, Nelson Córdoba es uno de los primeros que se lanzan a la calle a emitir sus ráfagas de hip hop y chirimía. Sus balazos no amenazan. No temen, no callan. Encienden, eso sí, porque si en la prensa del día el titular es que allá en la 13 la cosa está caliente, calentura es lo que da.

En la calle, al ojo y oído de todo el barrio, dos parlantes amplifican el sonido de la resistencia. “Si mi comuna suena y en sus entrañas lleva afro hip hop colombiano… siente la diferencia de nuestro color oscuro… África, Colombia, revolución…”, cantan los guerreros. Congas, redoblantes, tambores alegres, platillos y un clarinete se unen en un ritmo negro, tradicional y agitado, que suelta todo su veneno al aire libre. Un tornamesa y un mezclador le dan pista a un sueño de supervivencia y la gente de la comuna baila, la gente de la comuna canta.

Bombi sonríe, siempre sonríe. Es parte de una corporación, una red, un colectivo. Allá arriba se deben buscar sinónimos, porque el uso de la palabra “combo” en Medellín es exclusivo para los malandros, los pillos. SonBatá es un combo, sí, pero de la vida. Cargado de municiones, su arma es una sola: música al rojo vivo.

Los otros combos, los de la muerte, los que ahora hacen famosa a la Comuna 13 con sus proyectiles de miedo, tienen entre sus filas a pelaos casi de la misma edad de Nelson. Él lo sabe. La guerra en esta comuna es un juego de niños. Niños y adolescentes que estas otras bandas dotan de armas para que se trinen de techo a techo a ver de quién es el territorio. “Las ráfagas van y vienen”, dicen los muchachos, acostumbrados. “Se matan entre ellos”.

Una nota de escuela

Muchos mueren antes de cumplir siquiera 17. Es la condena habitual, como lo asimila Jhon Jaime. En las calles de El Salado, Las Independencias, La Quiebra o Nuevos Conquistadores, su barrio, “el referente más cercano que tienen los jóvenes y los niños es el de alguien con un arma en la mano. Es la imagen de la muerte y la desesperanza. Es la desigualdad social. Es no tener oportunidades ni qué comer en la casa”. Por eso, él, un joven de voz poderosa, hábil con el saxo y el clarinete, decidió armar su propia guerra y reclutar algunos soñadores: “SonBatá es una respuesta musical, filosófica e ideológica a un barrio, a una comunidad donde es más fácil tener un arma que un instrumento musical, en donde es casi imposible fantasear con ser un gran artista”.

A su escuela de formación acuden hoy más de cien fugados de la guerra. Todos llegan allí con soledades profundas. Con preguntas. Desarraigados y llenos de miedo. Sin embargo, en esa casa calurosa y pequeñita donde se reúnen, hay alegría. Allí, unos bailan, otros se entregan al bajo o a la guitarra, otros rapean y unos más osados le jalan a la música tradicional. Allí encontraron la salida. Como dice John Jaime, “La respuesta es sí: se puede ser artista, se puede ser grande. Se puede soñar”.

Jhon tiene 25 años y lleva seis enseñando, reproduciendo aquello que aprendió en un diplomado de formación cultural juvenil que, asegura, le cambió la vida. “La guerra aquí tuvo su apogeo en el 2002. Era brutalísima. Veíamos jóvenes muertos todos los días. Era un gran círculo vicioso, porque es a ellos a los que mandan a matar y son ellos los que matan. ¿Cuándo iba a parar? Esa era nuestra pregunta de todos los días. Así que decidimos tomar las cosas por cuenta propia y sacar a los que más pudiéramos de esa guerra. Nuestra meta era que dejaran de disparar”.

Nelson, el único clarinetista de la orquesta, sonríe. En su pecho hay esperanza. Por eso toca como si el aire en sus pulmones fuera inagotable. Toca para que lo escuchen aquellos que han vuelto a manchar de negro la comuna. Toca para que el luto que ronda sus cuadras no le toque a él también la vida.


‘Brooklyn’

Su nombre honra al condado de Nueva York: Brooklyn, “Ciudad de Reyes”. No por el rey Carlos II de Inglaterra, al que debe su nombre, sino por aquellos hombres de raza negra y voces como cañonazos que nacieron en ese barrio norteamericano: los raperos, los dioses del fraseo gringo que se le revelaron a este Brooklyn paisa cuando era apenas un niño. Y sí, aunque tiene pocas alhajas, él bien podría ser un rey. Pero sabe que los reinados en la 13 suelen durar poco. Eligió entonces ser un príncipe de nombre pomposo y soltar todos sus cartuchos en la 13, en medio de la calentura. Y es lo que hace por fin, comenzar a disparar su letal fraseo, antes de revelarnos cómo y por qué la música lo redimió.

Este rapero de 26 años, militante de esa red de artistas y formadores que tiene acción en toda la comuna, la Élite Hip Hop, se considera un ejemplo en un millón. “Todos los de mi parche ya están muertos o viven en la calle. Lo que a mí realmente me salvó es que siempre tuve un sueño: grabar una canción”. Y la grabó, como ha grabado muchas con su Zinagoga Crew, el grupo que formó en el 2003 y con el que luego se alió a la red, porque su historia resumía la de un olvidado. Uno como tantos otros allá en la comuna: llenos de sueños, pero a fin de cuentas abandonados.

Brooklyn dice que para nadie es un secreto que el rap permite pronunciarse políticamente y denunciar los acosos que vive la población, en este caso la suya, la 13. Por eso sus letras están heridas, son amargas: “Trece… los niños aprendiendo lo único que hay, disparar. Puedes ver cuántos hemos perdido de nuestro lado… lágrimas que rostros manchan. Tumbas marcadas por el fuego, negadas”.

En esta tierra de nadie, como tituló su canción, aún vive el fantasma de la Operación Orión. Ese oscurísimo episodio al que Brooklyn sobrevivió.

Días de luto

Nadie parece comprender por qué los días normales en esos barrios eran días de luto. Nadie sabe con certeza cuántos fueron los heridos y los torturados. Cuántos los silenciados y los desaparecidos. “Nadie sabe qué se siente hasta que sucede”, dice el castigo lírico del C.E.A, el Comando Élite de Ataque, una de las agrupaciones precursoras del hip hop en la Comuna 13 y fundadora de la Élite, recordando aquel capítulo que manchó de rojo la montaña, la loma que hoy cubre con polvo la sangre de los muertos. De los cadáveres sin nombre que fueron enterrados en fosas comunes.

Los sobrevivientes nombraron aquel año, el 2002, como el ‘Año de la guerra total’ en la Comuna 13. “Los niños se acostumbraron a ver muertos”, recuerda Jhon Jaime. Pero ese dolor que cargan desde hace casi ocho años los habitantes de esta tierra no ha cedido, no ha cambiado. Ellos lo llevan y lo recuerdan, porque es lo único que les permite ser imbatibles.

El Comandante Cronos, otro de los líderes acorazados de la 13, rapero del C.E.A, también lo lleva y lo recuerda. Y por eso, quizá, lo canta: “Sobreviviendo en el barrio donde se escuchan disparos, donde se muere la gente por culpa de algunos cuantos. El terror en mi comuna hizo parte del pasado. Son amargos recuerdos, corazones afectados”. Como el de Brooklyn, su canto fue motivado por la Operación Orión: “Fue mi inspiración sobrevivir en aquella tierra, comunas como la 13 son sinónimo de guerra”.

Fueron cuatro días en los que reinó el horror. Aún atrincherados bajo sus camas, los civiles caían. Tras largas horas de combates, salieron a sus ventanas y techos con sábanas y camisetas blancas a pedir que cesaran, que entre las balas de la guerrilla y las Fuerzas Militares gente indefensa moría. Así lo recuerdan Jhon Jaime y Cronos: en ese intento del Estado por quitarle la hegemonía a las milicias urbanas, la comuna quedó otra vez marcada, vista por el mundo como un campo de guerra. Nunca llegó la paz. En vez de eso, las calles estaban otra vez malditas, inundadas de desesperanza.

Aquel ataque militar que buscaba restituir el orden exacerbó el miedo y dejó el camino libre para que un don entrara y gobernara: Diego Fernando Murillo, Don Berna, el jefe del bloque paramilitar Cacique Nutibara (hoy extraditado ante la Corte del Distrito Sur de Nueva York).

A muchos los amilanaron el plomo y las condenas a muerte. Pero no a ellos, porque “la red Élite Hip Hop se conformó en medio de operaciones militares (Orión y Mariscal). Hoy son 23 las agrupaciones que integran la red, entre ellas Comando Élite de Ataque, Zinagoga y C15. Un impulso para armarse y combatir, como lo afirma Jeihhco Castaño, uno de los gestores culturales más pesados de la 13 y cabecilla innegable de la Élite: “Sabemos que nuestras canciones suenan más fuerte que el tronar de los cañones. Cada rapeo opaca el ‘bum’ de una granada. Por eso resistimos. Nos resistimos a sentir que una bala es más poderosa que un sueño. Nuestro ejército es valeroso y nuestras armas sólidas, no fallan: un lápiz, un micrófono, un aerosol, un tornamesa y un sinfín de argumentos que nos impiden decaer, que nos impiden rendirnos”. La música se convirtió en la 13 en una gran revolución, en una Revolución sin Muertos.

Lea más de esta investigación en www.shock.com.co

Por Sofía Sánchez V. / Revista Shock

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