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Los eventos de la semana pasada en los mercados financieros sacudieron al mundo entero. Todas las Bolsas del mundo cayeron estrepitosamente, el mercado de crédito entró en paro, y la mayoría de monedas se depreciaron frente al dólar mientras los inversionistas se deshacían de todos los activos riesgosos para refugiarse en activos como el oro e —irónicamente— bonos del Tesoro americano, considerados de cero riesgo.
El índice Dow Jones cayo 4,4%, alcanzando el nivel más bajo desde septiembre 11 de 2001, mientras que las tasas de los Tesoros a dos años cayeron hasta 2,17%, revelando el apetito por activos seguros. Simultáneamente, el índice VIX, que mide la aversión al riesgo en los mercados accionarios, alcanzó 36,2%, su nivel más alto en seis años, a la vez que los precios de los Credit Default Swaps (coberturas contra cesación de pago de la deuda) para entidades del sistema financiero crecieron 26,7%, alcanzando su nivel más alto en un año.
Como era de esperarse, Colombia no se quedó atrás, y mientras el IGBC cayó 4,3% entre el lunes y el viernes, la tasa de cambio se depreció 7,9%, con lo cual alcanzó un nivel que no se veía desde septiembre de 2007. Asimismo, los precios de la deuda soberana cayeron en línea con los de la deuda de la mayoría de países emergentes, y las tasas de los títulos de deuda interna, TES, con vencimiento en julio de 2020 subieron 3,6%.
Y no es para menos. La crisis financiera se llevó por delante a los gigantes de la deuda hipotecaria Fannie Mae y Freddie Mac, a Lehman Brothers y Merrill Lynch y más recientemente a la aseguradora AIG. Con esto quedó claro que ninguna entidad financiera, por grande que sea, está exenta al riesgo derivado de la exposición a deuda hipotecaria subprime.
La reacción de la Reserva Federal y del gobierno ante la crisis ha sido, por decir lo menos, mixta. El Tesoro americano consideró que el costo de dejar quebrar a Fannie Mae y Freddie Mac, dueñas de US$1,5 billones en activos hipotecarios y garantes de otros US$3,7 billones, era demasiado alto. Por lo tanto decidió intervenir con un costoso paquete de rescate, optando por recuperarlas con el dinero de los contribuyentes, con el fin de evitar una corrida del sistema. La consecuencia inminente de este tipo de medidas es un problema de “riesgo moral”, en el que el gobierno premia a quienes actuaron de manera irresponsable para evitar una crisis mayor. Si bien esto tiene sentido en el corto plazo, genera incentivos perversos en el largo plazo, promoviendo la toma excesiva de riesgos, ya que se percibe al gobierno como garante.
Sin embargo, mientras los mercados aún se preguntaban a qué otro tipo de instituciones se le extendería esta clase de facilidades, el gobierno dejó caer a Lehman Brothers. El resultado fue el pánico financiero, ya que muchas entidades del sistema financiero norteamericano tienen exposición al riesgo de Lehman a través de derivados y otros instrumentos financieros. En consecuencia se exacerbó la incertidumbre acerca de cuál institución sería la próxima en caer y el crédito interbancario se paralizó. La diferencia entre las tasas de los T Bills y la tasa Libor a tres meses saltó hasta 3%, evidenciando una contracción sustancial de la liquidez. Los bancos no estaban encontrando recursos de corto plazo para fondearse.
En consecuencia, la FED junto con varios bancos centrales del mundo tomaron nuevas medidas. Optaron por inyectarle conjuntamente cerca de 200 mil millones de dólares al mercado, a la vez que la FED relajó las condiciones para acceder a estos recursos e incrementó la variedad de activos aceptados como colateral. Adicionalmente, diez de los bancos más grandes del mundo se agruparon para crear un fondo de liquidez por 70 mil millones de dólares, con el fin de garantizar la disponibilidad de recursos de corto plazo. No obstante, sorprendentemente, en su reunión del martes la FED optó por no recortar sus tasas de interés, lo que hubiera sido la medida más obvia en un escenario de estrecha liquidez en el mercado.
En una movida un poco contradictoria, la FED decidió inyectar liquidez a través del mercado de dinero, pero no relajar la política monetaria, justificando su decisión con sus temores por una inflación al alza. Estos temores están fuera de lugar en medio de una crisis financiera de estas proporciones, y probablemente la FED tendrá que recortar sus tasas más adelante en el camino.
El alivio que proporcionaron estas medidas fue breve, y el 16 de septiembre la FED se vio en la necesidad de rescatar a AIG, con un préstamo por 85 mil millones de dólares. Con esto, el Gobierno norteamericano completó una adquisición de pasivos en medio de la crisis por cerca de 50% del PIB, evidenciando que el costo fiscal de evitar una corrida bancaria no es para nada despreciable.
El pánico financiero que se generó durante la semana tuvo un impacto sustancial en los países emergentes, ya que el apetito por este tipo de riesgo cayó significativamente. En una situación de incertidumbre como la actual, el riesgo deja de ser
atractivo, por lo que se da lo que se denomina un “flight to quality” o vuelo a la calidad en el que los inversionistas prefieren bajos retorno pero mayor certeza en su inversión. De ahí se deriva la principal consecuencia de una crisis como esta sobre países como Colombia: una escasez de flujos internacionales de capital. El costo de los recursos se encarece, por lo que se dificulta el acceso a los mercados internacionales por fondos. La estrechez en la liquidez del mercado interbancario de EE.UU. se ve amplificada en los países emergentes. Por ejemplo, la tasa de interés de corto plazo en dólares para Brasil subió de 3,5% a 6,5% la semana pasada. Esto también se refleja en el comportamiento de las monedas: el real brasileño se depreció 18,7%.
La primera conclusión que se puede extraer en este sentido es que si bien se ha hablado en el pasado de un desacoplamiento de las economías emergentes con las economías de EE.UU. y Europa, reflejado en tasas de crecimiento sólidas para las primeras, mientras que hay una desaceleración severa en las segundas, esto no aplica para los mercados financieros. La libre movilidad del capital hace que el contagio de una crisis como ésta entre los mercados financieros sea inmediato. No hay forma de que las economías emergentes puedan evitar ser contagiadas, por lo que deberán enfrentar, al menos en el corto plazo, un alto costo del capital y una depreciación de sus monedas. Así que el desacoplamiento de las economías no se traduce en un desacoplamiento en los sistemas financieros.
De ahí se desprende la segunda conclusión importante, y es que esta reducción en los flujos de capital hacia economías emergentes, como Colombia, eventualmente tendrá un impacto sobre el sector real. Por lo tanto pasamos de un escenario de desacoplamiento a uno de reacoplamiento, propiciado por el sistema financiero. Las altas tasas de interés y la baja liquidez acentuarán la desaceleración económica, evidenciando que a pesar de estar más preparadas para una crisis financiera, las economías emergentes no pueden ser ajenas a ésta. La situación es aún más preocupante para economías como la colombiana, que todavía enfrenta un déficit en cuenta corriente.
Si bien éste se ha reducido, la mayoría de países emergentes tienen actualmente un superávit. Aun cuando esto no ha sido un problema en el pasado, cuando la abundante liquidez hacía que fuera innecesario discriminar entre el riesgo emergente, éste va a dejar de ser el caso. Actualmente, ante la mayor aversión al riesgo y la alta incertidumbre, los inversionistas van a ser mucho más cautelosos a la hora de escoger dónde poner su dinero y van a diferenciar entre los países mejor y peor portados. Desafortunadamente, en Colombia no se aprovechó el período de auge económico para eliminar el déficit fiscal del Gobierno Central y crear un superávit en cuenta corriente, como en Brasil y Perú. Esto hace a la economía colombiana más vulnerable y probablemente nos va a costar en los próximos meses, ya que la crisis financiera, en mayor o menor medida, se extenderá por lo menos hasta la primera mitad de 2009.
Inconformidad por pago de primas a Lehman Brothers
La decisión de pagar a la planta de empleados de Lehman Brothers en Nueva York US$2.500 millones en primas causó la indignación entre los empleados de Lehman Europa, con sede en Londres, que aún no han cobrado sus sueldos, según el periódico inglés The Sunday Times.
El banco Barclays Capital, que adquirió la operación americana de Lehman Brothers, dijo que no está obligado a pagar esas primas, parte de la contribución a los beneficios del grupo durante los nueve primeros meses del año.
Sin embargo, analistas consultados por el periódico británico creen que la presión de la competencia para conservar a ese personal significa que seguramente Barclays tendrá que pagarlas.
Quienes cobren las primas más altas, según The Sunday Times, serán Michael Gelband, director de la división global de mercados de capitales, y Eric Felder y Hyung Soon Lee, quienes encabezan la de renta fija.
Barclays le pidió a los 10 mil empleados de la sede neoyorquina que acudan a sus puestos de trabajo en Manhattan y en los próximos tres meses decidirá a cuántos despedirá.