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Donde el café se cultiva bajo la sombra del guamo

En la Sierra Nevada de Santa Marta 600 familias indígenas obtienen un grano de exportación. Actualmente tienen 2.031 hectáreas sembradas con este fruto que ya se vende en grano a EE.UU. y Japón.

Carolina Gutiérrez Torres
28 de febrero de 2009 - 10:00 p. m.
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Se reunieron un día de 1995 en un templo sagrado que ellos, los indígenas arhuacos de la Sierra Nevada de Santa Marta, llaman kankurwas. Estaba Aurora María Izquierdo, integrante de esa comunidad, acompañada de los mamos —los orientadores espirituales. Comenzaron la ceremonia cerrando los ojos, tomándose de las manos, inclinando la cabeza primero hacia el suelo y luego mirando a las alturas. El ritual no tenía otro objetivo que despojarse de las malas energías. Luego uno de los mamos tomó la palabra. Sereno, con voz pausada,  le dijo a Aurora que las autoridades arhuacas ya habían tomado una decisión, que le permitían utilizar los recursos naturales de sus tierras para que le diera vida a su proyecto de sembrar café orgánico, que recibiría el nombre de Anei: ‘delicioso’, en arhuaco. Ella sólo pudo dar unas gracias eternas.

La autorización llegó dos años después de que Aurora les hablara de esta idea, que sería también su tesis para graduarse como agrónoma de la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá. Los mamos temían que la producción de café en grandes cantidades trajera tantas riquezas y tanto dinero y tanto poder que llegara a contaminar a la comunidad y a sus leyes espirituales.

La fundadora

La primera vez que Aurora se subió a un carro fue a los 11 años. Se mareó, sintió que el mundo daba vueltas y que la Sierra Nevada, la tierra en la que nació, era más lejos de lo que nunca había imaginado. Iba rumbo a Valledupar, a internarse en la escuela Normal María Inmaculada. Iba ella, su hermana mayor y otras 20 niñas arhuacas, de la parcialidad Yewrwa, que fueron llevadas hasta allí por un misionero capuchino colombiano. Cuenta Aurora que ellas eran las primeras mujeres arhuacas que salían de sus casas a estudiar.


Con los años las niñas de la comunidad que llegaron con ella y su hermana Luz Elena fueron aburriéndose del colegio  y perdiendo materias hasta que finalmente decidían devolverse para la Sierra, mientras Aurora sólo pensaba en terminar el colegio para viajar a Bogotá y estudiar en la universidad. La niña se acostumbró a usar zapatos y a levantarse muy temprano y a dormirse muchas horas después de que todo el mundo lo hacía para repasar la lección.

“Cuando mi hermana terminó el colegio a mí me faltaban dos años. Ella quería viajar a Bogotá y yo decidí hacerlo con ella. Nos vinimos en una aventura que nunca se me va a olvidar: sólo conocíamos a una persona en toda la capital, viajamos en tren, no teníamos casi plata”, dice Aurora y se ríe recordando el viaje y la llegada a Bogotá, que de tanto humo y contaminación terminó por enfermarla. Culminó el colegio. Luego los estudios de biología química en la Universidad Incca y después los de agronomía en la Nacional. Allí se enamoró de un estudiante de matemáticas y se casó y tuvo dos hijos: Jorge Édgar y Juan Sebastián Páez. Allí también, en la Nacional, nació la idea Anei y la de conformar una sociedad a la que llamaron Asociación de Productores Agroecológicos Indígenas y Campesinos de la Sierra Nevada de Santa Marta.

El café

En toda la Sierra hay unos 50 mil indígenas, 30 mil de ellos arhuacos. Alrededor de 200 familias viven en la parcialidad Yewrwa, en la que nació Aurora. Las casas, que ellos llaman urakus en su lengua, son de barro cubierto de paja y, casi por religión, cada familia tiene una parcela con cultivos de plátano y fríjol y café... todos cultivan café y lo hacían antes de que Aurora llegara de Bogotá con la idea de hacer de su comunidad una productora ordenada de este grano.

“Con mi proyecto lo que quería era organizar a la comunidad y que trabajáramos en equipo”. Y eso fue lo que les explicó a los mamos hasta convencerlos de que aceptaran su proyecto: “No vamos a cambiar nada —les dijo—, vamos a organizar lo que ya tenemos y luego sembramos nuevas plantas”. Cuando los mamos dijeron que sí, un día de 1995, comenzó el proceso que, después de 14 años, terminó con una marca llamada Anei, que además de café, produce panela y té orgánico y artesanías.

En un principio 50 familias se unieron a Aurora, y cada una sembró una hectárea de café en su uraku. Luego se unieron más y más personas y llegaron nuevos líderes, como Jorge Édgar, el hijo de Aurora, y el matemático. Jorge, a pesar de haber nacido en Bogotá, está inmerso en las tradiciones de sus ancestros. Viste siempre la manta blanca que representa la pureza y un sombrero triangular al que llaman tutusoma: ‘nevados’, en arhuaco.


Él heredó el oficio de su padre  —el de matemático— y las pasiones de su madre: el café, la tierra, la naturaleza. “La idea de Anei es fortalecer nuestra economía y rescatar muchos valores que se estaban perdiendo”, dice Jorge y argumenta que esa es la razón por la que viste siempre con su manta y su gorro blanco.

Hoy son 600 familias las que pertenecen al proyecto, no sólo arhuacas sino también de las comunidades indígenas de los kogui y los wiwa. Ya son 2.031 hectáreas las que están sembradas con café orgánico. A 1.400 metros de altura reposan los cultivos de Anei, sembrados bajo sombra, cubiertos por árboles de chachafrutos y guamos, regados por la lluvia, abonados con los mismos residuos del cafetal.

Hace un tiempo Anei fue reconocido internacionalmente. Recibió el premio Conquista USA, el cual busca estimular a las pequeñas empresas. Sobresalió entre 400 proyectos de todo el mundo. El galardón les trajo la oportunidad de exportar a Estados Unidos el café tostado y empacado, como no lo habían hecho antes.

Por Carolina Gutiérrez Torres

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